Artículo de Julián
Delgado que publicará el sábado día 7, el Diario Última Hora de Mallorca
Rebeldes sin causa
El
nacionalismo catalán no ha medido bien la fuerza del Estado. Ya se equivocó en
1934, cuando pensó que la República, gobernada entonces por la derecha y
acosada por la izquierda, que intentaba recuperar el poder por las armas
mediante la revolución de Asturias, se encontraba en su momento de máxima
debilidad. El Estado tardó unas horas en sofocar aquella traición. Entonces,
Agustí Calvet (Gaziel), republicano, íntegro y laico, del que Josep
Benet dijo ser el mejor escritor político que ha dado la derecha catalana en el
siglo XX, escribió en la Vanguardia: Cataluña está enferma desde hace siglos. Es el tumor de España, que a veces dormita
y a veces estalla. Y el de ahora es un estallido conforme del todo con la
idiosincrasia catalana, con su historia, con su tradición política, su
querencia anárquica, su entraña rebelde.
Ahora, cuando más
aguda era la crisis económica, con las multitudes en la Puerta del Sol, y
habiendo llegado al máximo de competencias que podía cederles el Estado dentro
del marco constitucional, los secesionistas consideraron que de nuevo había
llegado su momento. Entonces, como ahora, la Cataluña trabajadora, vital y
pactista no ha contado con líderes capaces de considerar que entenderse con el
resto de España le ha dado un alto grado de autogobierno, prosperidad y
libertades democráticas y que la ha situado en un lugar privilegiado del mundo.
Rebeldes sin causa, abrazan el colosal propósito de escapar de España en lugar
de mejorarla formando parte de ella. Gaziel dijo que el separatismo ha sido siempre en
Cataluña una negación estéril, una ilusión que encubre su absoluta impotencia,
que no hizo más que deshacer lo hecho dejando a Cataluña desolada e inerme, sin
la más remota compensación.
Han
vuelto a medir mal sus fuerzas. España dispone de todos los recursos de un
Estado moderno y, detrás, la voluntad de un pueblo. La proposición parlamentaria secesionista y
la amenaza de insumisión serán frenadas con firmeza por un Estado que ha sabido
arrinconarles internacionalmente y que también sabrá emplear la legalidad democrática para mantener
la unidad
de España, sin que la sociedad catalana resulte humillada más que por aquellos que
la pusieron en
ridículo.
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