Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 27 de noviembre de 2014

LA AZOTEA de Javier Pipó

Artículo publicado hoy en LA AZOTEA  de Javier Pipó
Diario "Córdoba" 27 de Noviembre de 2014
 
POPULISMO IMPARABLE


Comenzó el diálogo de sordos sobre como reformar la Constitución. Más bien como contentar a los que claman sobre la necesidad de otra nueva y sería la novena en 200 años. Es más, aupados a la ola de populismo insoportable que nos inunda, algunos insensatos proclaman arrepentimiento por haber consentido la reforma del artículo 135, lo único trascendente de la era Zapatero.

Era previsible pero penoso porque quienes deben ponerse de acuerdo para una reforma tan perentoria como necesaria, son tan causantes del colapso y hundimiento del sistema en la crisis moral y de valores, como de la inviabilidad y desprestigio del Estado, cuando ya se muestran incapaces hasta de asegurar su permanencia. Y ahora pretenden ponerse los primeros de la fila, aleccionándonos en el sacrificio de sus esencias, en aras de una responsabilidad en la que nadie cree, por resultar invisible algún gesto significativo de regeneración a los ojos de los ciudadanos, electores y víctimas de tanto desafuero. No me apunto a este vendaval que no hizo más que empezar.

Viene siendo habitual en mis comentarios desde hace tres años la urgente necesidad de una reforma definitivamente federalizante de la Constitución, pero preservando el sistema, único capaz de aunar progreso y libertad. Y ahora reitero que si el acuerdo no llega en menos de un año, no más allá de 2017 el miedo, sí el miedo, se habrá transformado en pánico. Solo un año para intentar resolver lo que no se hizo cuando comenzó a percibirse la deriva imparable de los territorios autonómicos, arruinados, exigentes, sacando pecho frente al Estado cuando no, burlando los mínimos principios de lealtad constitucional, como el bochornoso espectáculo del fútil presidente canario. Y todo en medio de una crisis económica de proporciones desconocidas que no cesa, de una corrupción que refugiada en la saturación judicial triunfa en la impunidad y un incipiente independentismo imparable que además hace saltar la estructura del desvencijado Estado, víctima de la estulticia de sus guardianes, algunos de los cuales se rasgan cínicamente las vestiduras ante la observación lúcida de un ilustre y culto militar, que ni siquiera llegaron a entender.

Y desde fuera, vigilante, el populismo que ya toca poder porque no es doctrina sino síndrome. Cuando el sistema sufre empantanamiento por ausencia de proyecto hegemónico, el populismo se ofrece como solución posible, devenida luego en imposible pero presentada como cesarismo o bonapartismo en expresión de Gramsci. Por eso es tan vago como heterogéneo, con muy diversas tendencias al extraer elementos de otras ideologías que hacen suyos pero que tienen en común, sean fascistas o comunistas, la incesante invocación a la intervención fuerte, decidida, de esa evanescente categoría política llamada “pueblo”. Son viejas ideas reaccionarias de democracia popular o populista en un movimiento de masas que intenta alcanzar un espacio en las estructuras políticas y económicas, generando el cambio a partir del rechazo de la preexistente, con un discurso demagógico y la preeminencia de un líder carismático, en sentido weberiano. Es la apelación al pueblo al que luego se le organiza políticamente en dictadura una vez desarmado el sistema democrático.

Espectáculo desazonante ver al profesor interino Iglesias, nuevo líder populista, balbuciente en TV ante una de los suyos, que al exigirle pronunciamientos concretos no logra extraerle más que el bluf de un espectacular montaje mediático, aunque peligroso por su capacidad de penetración en capas sociales deseosas de predicadores de la revancha. Penosa su definición de España como país de países o país de naciones como llegó a decir, aunque le faltó en el trabalenguas, nación de países. Es igual el confuso y estúpido revoltijo porque solo pretenden iniciar un proceso constituyente que abra el candado del 78, superando el sistema ante la debilidad del Estado. Es momento leninista de audacia, lo que Touraine definiría como tentativa de control antielitista del cambio social.

¿Qué candado del 78 hay que abrir?¿El Pacto constitucional con derogación de la Ley de Amnistía que lo hizo posible?¿La entera Constitución?¿La especial protección que su artículo 168 confiere al Título Preliminar de principios y valores constitucionales y a los 15 artículos de derechos fundamentales y libertades públicas del Titulo I o al Titulo II de la Corona? Quizá cuando elaboren su innecesario programa nos enteremos que les molesta la libertad sin más, da igual de qué y para qué.

Y no crean, lograrán los apoyos precisos porque siempre cotizan en la tiniebla los siervos de los iluminados. Es cuestión de un año. Miedo no, pánico.

 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

La Opinión Independiente de Javier Pipó


CELTIBERIA  SHOW
25 de Noviembre 2014
 
Hace poco más de doce años falleció Luis Carandell, magnífico periodista de vocación, prolífico, de amplia obra escrita y conocedor de vicios y virtudes del alma española  y la pertinaz incapacidad como pueblo para la convivencia. Con Celtiberia Show y las crónicas parlamentarias a partir de 1976, se convirtió en opinador respetado e imprescindible de la difícil Transición española. Por eso, en este momento complejo de la vida nacional quisiera recordar un aspecto aparentemente anecdótico pero indicativo del profundo y culto sentido del humor que le distinguía y que derrochaba en su contribución a la búsqueda del “tonto contemporáneo” dentro de las tertulias del Alabardero madrileño del gran Lezama, junto a conocidos y agudos observadores de la sociología política de España. Al elegido cada año, le otorgaban como galardón una tiza que le señalaba como ganador indiscutible por las muchas tonterías dichas durante los doce meses anteriores. Una joya de la crítica política que hacía reflexionar sobre la necesidad de avanzar hacia una sociedad rigurosa, con líderes capaces de otear un horizonte difícil, competitivo, donde solo los mejores puedan ser capaces de iluminar el futuro, desde la inteligencia, el trabajo, el sacrificio, la austeridad, el ejemplo y la responsabilidad.

Desde luego me gustaría conocer cual sería la opinión de Carandell sobre Pedro Sánchez, el joven y recién ascendido a gerifalte del socialismo patrio. Por mi parte, para nada discuto ni pongo en cuestión sus valores personales, incluso los conocimientos adquiridos en sus etapas académicas de  licenciatura y doctorado. En absoluto, porque la crítica pretendida – única que me puede corresponder - se ciñe en exclusiva a su proyección política, de hombre público aspirante a presidir el Gobierno del Reino de España. Y ahí, en tan corto espacio de tiempo, seguro quizá reúne los tres requisitos que establecía el ilustre periodista para entregarle la tiza. Ser español conocido en toda España, tonto y contemporáneo. Aunque conste, aspirantes no faltan, ahí tienen al teórico de la cocapitalidad de España o al que arrea con el inodoro oficial a las nuevas dependencias y alega que es para ahorrar.

Sáchez empezó mal, rectificó peor y seguramente terminará por caer en la simpleza del insignificante. Baste recordar sus impresionantes meteduras de pata sobre los pactos posibles con Podemos, hasta la reprimenda de Susana y su inmediata rectificación. Como ahora. O la invocación de funerales de Estado para las víctimas de la violencia de género. O la necesidad sentida de suprimir el Ministerio de Defensa. O sus pintorescas teorías sobre compatibilidades en la actividad de los parlamentarios. O en fin, el envío de tropas para luchar contra el estado islámico. Es decir, el candidato para presidir el Gobierno de la Nación, sufre de ocurrencias que luego improvisa y más tarde rectifica, dando lugar a meteduras de pata a veces de mayor cuantía. Pero claro lo de tratar de rectificar o en cualquier caso manifestar su arrepentimiento sobre el artículo 135 de la Constitución, justamente tres años después de haberlo votado, parece demasiado porque se trata en este caso de una ocurrencia peligrosa y con consecuencias. Parece olvidar lo que decía el pillo Carrillo de que en política, el arrepentimiento no existe, uno se equivoca o acierta, pero no cabe el arrepentimiento.


Miren, hemos pasado una dura etapa de desprestigio internacional y vergüenza nacional con las ocurrencias y mamarrachadas del ínclito Zapatero. Desde la superación de Samuel Huntington y sus tesis sobre conflictos sociales futuros y el necesario diálogo de civilizaciones, a la alianza de civilizaciones zapateril, más en la verborrea que en el diseño; desde “ España no se rompe porque está más unida que nunca” a la invitación a la rebelión de Cataluña con el apoyo absoluto a las tesis de nacionalismo; desde el gasto sin límite “porque hay margen para el endeudamiento” al borde del abismo y la ruina total, el desempleo y la desesperanza; desde el desarme moral y ético de la Nación a la educación ideologizada, basada en “educación para la ciudadanía para que nuestros hijos vean el mundo en colores”.  Pero al final de su triste mandato al menos vio luz y color ayudando a modificar uno de los muchos entuertos de sus penosas Legislaturas. Y me refiero al artículo 135 de la Constitución que ahora Sánchez pretende cambiar.


Y no es que pueda hacer panegírico de aquélla reforma más bien improvisada y urgente, adoleciendo, entre otras, de falta clamorosa de consecuencias jurídicas. Así de evanescente y con algún contenido contradictorio. Por ejemplo, cuando declara obligatorio el pago de la deuda por parte de las Administraciones Públicas, pero estableciendo límite al déficit y deuda necesarios para financiarlo. O cuando establece un mandato para unas Comunidades Autónomas que el propio Texto Constitucional en ninguno de sus artículos da por hecha su existencia o constitución. Es decir, pretende consagrar constitucionalmente lo que parece desprotegido en el ordenamiento jurídico no constitucional. Cuando en definitiva, recoge esencialmente lo mismo que el artículo modificado y que nos llevó a esta situación entre otras razones porque siempre se incumplió, como ahora se incumple el nuevo, con o sin Ley de Estabilidad y así continuará mientras no se modifique la estructura imposible del Estado. Pero ¿Ha pensado el señor Sánchez las consecuencias para España del incumplimiento del artículo 126.11 del Tratado sobre Funcionamiento de la Unión Europea? ¿Ha pensado en lo que supone para un Estado de Derecho el que hasta la propia Constitución adolezca de inseguridad jurídica e impredecibilidad? Es un disparate de tamaño natural que aleja creo definitivamente la posibilidad de, entre las dos grandes formaciones que representan la gran mayoría del espectro ideológico, acuerdo alguno sobre salvación nacional. Tragedia en hora de empuje definitivo del independentismo criminal, el comunismo en versión populista y la crisis que no cesa. Crisis explosiva.Es mejor ser tonto, pero útil. Un azote para España ser tonto y encima inútil. Y no saberlo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

La Opinión Independiente de Javier Pipó


LA CHUCHI



No me gusta nada María Romilda Servini de Cubría. Desconozco como una anciana de 77 años continua siendo jueza federal, con inmenso mando en plaza. Es verdad que se trata de la pobre Argentina que lleva casi setenta años en manos del más rancio populismo, que ha dejado perlas como Carlos Saúl Menem, López Rega, el Brujo, o la mafiosa sociedad limitada encabezada por el matrimonio Kirchner y su entorno corrupto y autoritario. Y ella pertenece a una de las ramas del peronismo pretendidamente progresista que no pasa de eso, de peronismo. Y ello quiere decir, populismo, corrupción, autoritarismo y pobreza. De manera que la rica y otrora deslumbrante Argentina, le debe al peronismo la quiebra de su economía, el desprestigio internacional por la inseguridad jurídica y el incumplimiento de los compromisos o los durísimos años de represión y terror de los militares.

Y en esto que la señora Servini de Cubría, “La Chuchi”, aburrida en su hermoso país, harta de choriceros de la política, deslumbrada por los éxitos progresistas del juez-delincuente Garzón, viene a Europa a impartir “justicia universal”. Ahí es nada, porque en la vieja Europa que parió el concepto de justicia y de Estado, de derechos humanos y democracia, de progreso en igualdad y de libertad, se presta a la revisión justiciera de la Historia por parte de esta chuchi del foro. Y además es capaz de apoyarla y facilitarle su facineroso trabajo. Pues debería quedarse allí, terminando de investigar los crímenes de la Triple A o las desapariciones de la dictadura o las muertes inútiles de las Malvinas.


Miren, no puedo entender la existencia en el ámbito de la Unión Europea de jurisdicciones transnacionales, con 27 países que cumplen a rajatabla, de manera consolidada y a título de honor en una isla de civilización, los principios más exigentes de respeto a los derechos humanos, de todos, de los propios y de los que asaltan sus fronteras para gozar de libertad y bienestar. Y que poseen un sistema de revisión vertical en sucesivas instancias, acabado en tribunales supremos o constitucionales, servidos por jueces independientes e inamovibles. Para nada se necesita el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo y su Corte, que responde a las necesidades de 1953 cuando se creó, para nada a las de ahora. Ni por supuesto del Consejo de Europa, cuatro años anterior al Tribunal y que forma parte de una cara, inútil y evanescente burocracia. Y claro, abofetea el Título I de la CE y su catálogo de derechos y libertades, el más completo del mundo democrático occidental y rebaja a la nada al TC y su sistema de recursos, como el de amparo. Ahí está el resonante triunfo de los etarras acabando con la “doctrina Parot” y humillando al Estado español. Naturalmente que tampoco admito por incomprensible ese camelo de la “jurisdicción universal” cuando hasta las Naciones Unidas demuestran cada día su fracaso y el Derecho Internacional Público no pasa de éxitos de laboratorio y academia.

Un Tribunal Penal Internacional debe tener un carácter no permanente, restrictivo y muy limitado a hechos que claramente se encuentran inmersos en delitos como el genocidio. Por eso resulta chusco y humillante que venga una anciana jueza peronista a echar las cuentas rencorosas e imposibles a personajes que trabajaron por el cambio, la concordia y la nueva España que de manera decisiva quedó plasmada en la Constitución de 1978. Políticos moderados y sensatos como Martín Villa o Licinio de la Fuente o Barrera de Irimo y otros muchos, dignos, patriotas y honrados, que ayudaron al Pacto constitucional, a una transición en paz y que se encuentran amparados por la Ley de Amnistía de 1977. Ley que ampara también a comunistas y otros elementos cuyo pasado no avala precisamente las credenciales de la España democrática y de la libertad.


De manera que sería un país sin memoria, de estúpidos sicópatas homenajear, sentar en el Parlamento y dar pensión vitalicia a turbios personajes como Ignacio Gallego, Pasionaria o Carrillo y procesar y encarcelar a Martín Villa. Mire Servini de Cubría, Chuchi, váyase con viento fresco. Esto es una democracia, no su tierra peronista.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La Opinión de Javier Pipó en Diario "Córdoba"


Artículo publicado en el Diario "Córdoba"
LA AZOTEA
 
EL SISTEMA PODRIDO
Javier Pipó Jaldo
 
Quiero recordar la observación de Tocqueville sobre como la democracia no evita la existencia de ricos y pobres, pero cambia sus disposiciones y modifica las relaciones mutuas entre ambas clases. Mejor dicho, imposible. Y la traigo a colación porque la democracia liberal es el sistema que corresponde ahora defender y por el que merece la pena luchar. Tras más de doscientos años, con Ortega, es la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia.

Y sí, me preocupa la deriva porque un país de tuertos donde el ciego es revolucionario no impedirá gritar tan alto como pueda el derecho que me asiste a reivindicar la continuidad del sistema, aún a sabiendas de su podredumbre. Por eso exijo con otros muchos, multitud, el fuego que limpie, desinfecte y purifique hasta el último rincón de aquél. Pero hay que impedir su destrucción porque no se conoce otro mejor o, con palabras de Pertini, a la más perfecta de las dictaduras preferiré siempre una imperfecta democracia.

Pero basta observar la indulgencia con que un errante y mediocre progresismo, empeñado en desconocer lo conocido y fomentar lo desconocido, trata el fenómeno de la espectacular subida en intención de voto de los sepultureros de la libertad, de los amantes de la dictadura, para sentir desesperanza. La frialdad y desconocimiento con la que un pueblo camina hacia el abismo, produce temor y rabia porque ningún movimiento político puede ni debe definir la esencia ni la trayectoria de la felicidad colectiva.

Ahora hace 25 años cayó el muro que separaba la libertad del miedo, el progreso de la miseria. Y fue el comienzo del espectacular desmoronamiento de ese imperio del mal que la URSS impuso por la fuerza del terror a los pueblos colocados tras un formidable telón de acero e indignidad, cambiando la utópica dictadura del proletariado por la dictadura real para el proletariado. Y hace 69 del hundimiento de otro imperio del horror que conducido por un sicópata elegido en la urnas, condujo a un pueblo culto a la más mísera de las condiciones humanas. Y todo ello en la Europa cristiana que fue capaz hasta de la creación del Estado pero, como ahora, deja de ser occidental para convertirse en accidental, porque los mercaderes han derrotado a los filósofos. Por eso no debe cesar la vigilancia que impida retroceder a los tiempos en que Hitler y Stalin eran gemelos enfrentados por la herencia de una guillotina para la historia. Al fin, nazifascistas y comunistas son los mismos collares con distintos perros y el mismo amo, el Estado totalitario.

Miren, la situación está resultando insostenible por no decir explosiva. Cada día no trae su afán sino escándalo, poniendo de manifiesto la podredumbre en que quedó el sistema. Resulta difícil ocultar que la realidad no pasa de ser una de las apariencias de la verdad; la moral dejó de constituir un conjunto de normas no escritas, para apenas llegar a reglas de urbanidad; las creencias no son certezas, ni pautas de comportamiento, quedando aislado el ciudadano despojado de su dignidad como tal y temeroso de perder hasta la devoción fervorosa a un ideal. Tras 36 años la putrefacción del sistema expulsa a roedores otrora defensores de la permisividad como norma de convivencia y del privilegio como defensa de la libertad.

Esta oleada de corrupción no resulta novedosa en la democracia española. Comenzó en los ochenta, conforme la abundancia podía ser objeto de codicia para los guardianes de aquella y paralelamente se desmontaban los sistemas de control internos y externos de tantas Administraciones como territorios, tan inútiles como generosamente libadas con impuestos abusivos e injustamente repartidos y la solidaridad europea caída como maná sobre un pueblo mas amante de las caenas que de la razón y las luces.

Seguramente falte tiempo incluso para el pesimismo, cuando apenas se cuenta con un año para la salvación del sistema. Ni el liberalismo conservador de Rajoy, ni la socialdemocracia de Sánchez pueden permitir su hundimiento. Deben buscar desesperadamente el encuentro y aliados entre los amantes y defensores de la libertad. Acordar la modificación constitucional en la senda del federalismo alemán, poniendo en marcha los mecanismos del artículo 168 de la CE, con o sin Gobierno de concentración. Y desde luego, sentar las bases jurídicas y políticas de una radical limpieza de la vida pública que acabe con tanto desafuero de personajes indignos blindados por el aforamiento y la inmunidad impune; con la cadena de presuntos, conducidos ante una justicia incapaz de procesar siquiera a unos cuantos y no digamos juzgarlos y en su caso condenarlos. Y del recurso al indulto más o menos disimulado para los que resultó imposible librarlos de pasar por el reproche.

Es urgente e inevitable porque la Nación se desploma entre una crisis que no cesa y cuya salida impide una corrupción ahogadiza; un nacionalismo sedicioso que incrementará su rebelión y los totalitarios que ya tocan poder.

Siempre preferiré estar con la minoría sensible antes que con la mayoría victoriosa que se avecina, que ojalá no traiga el ocaso de la libertad.

martes, 11 de noviembre de 2014

Otras Opiniones. Muñoz Molina en "El Pais"


LA ADMINISTRACIÓN DEL RÉGIMEN
Javier Pipó
Traigo esta columna de Muñoz Molina, pensando en los que como yo, hemos dedicado más de la mitad de nuestra vida al servicio público y aún nos estremece leer contenidos tan descriptivos de una penosa realidad, como aportación de pluma tan ilustre.
Miren, vengo defendiendo desde hace años, que la Administración del Estado - también la de las CCAA lo es - ha sufrido una profunda transformación para hacerla amoldable al puerto de arrebatacapas en que se transformó el sector público español. Desde luego hablo con algún conocimiento al provenir de una Administración como la Seguridad Social y haber tocado muy de cerca la Tributaria, ambas ejemplares en su funcionamiento y profesionalidad. Pero la andaluza, donde he desarrollado los últimos 28 años de mi vida profesional desde las mismas calderas del poder, es otra cosa.
Seguramente la simbiosis entre Partido y CA de Andalucía, es decir Estado, se estudiará en tesis doctorales y trabajos de investigación, como quintaesencia de un régimen que se sucede así mismo y mantiene estructuras caciquiles y de familia, en el reparto sistemático del poder y sus frutos. Y ello a pesar, y dentro de un sistema democrático y abierto, regido en este caso por una Constitución en este aspecto impecable. Pero incapaz de reconducirlo. Hasta que el resquicio de la prensa libre y una jueza valiente, ha desenmascarado al fin la farsa, mezcla perfecta de bolivarismo, castrismo, peronismo y elementos doctrinales del PRI mexicano.
Pero no crean que la puesta de manifiesto de tanta podredumbre  ha supuesto el cese de actividades, cuando menos impropias - a la espera de los pronunciamientos jurisdiccionales - de un sistema democrático en una Europa civilizada. Como tampoco ha cesado el arrinconamiento de la Administración al servicio de los intereses generales. Para nada. Con el discurso vacío de Susana, se renuevan las estructuras para hacer el sistema más opaco y sutil, a resguardo de la opinión pública y de los envites suaves y lentos de la Justicia.   
Pero que nadie se engañe. Todo comenzó muy tempranamente, cuando una clase política mayoritariamente más que mediocre, analfabeta funcional, aprendió el eslogan repartido profusamente por los despachos de decisión: debe elegirse la eficacia frente a la legalidad, porque no son compatibles en región atrasada y machacada por una derecha criminal que la mantiene en la pobreza secular. Pero ya ven, tras permanecer en el poder - como todo régimen casi perfecto- más de treinta años, tanto como el General Franco, no ha existido legalidad, pero tampoco eficacia. Andalucía, presenta los peores y más escandalosos índices europeos y españoles en todas las listas, desde la educación al paro, desde la corrupción al bienestar. Y la Administración profesional, neutra e independiente, agonizante. Otra generación será.  
 

La corrupción y el mérito, de Antonio Muñoz Molina en El País

el 10 noviembre, 2014
LA CUARTA PÁGINA

El descrédito y el deterioro de la función pública favorecen el ejercicio de la arbitrariedad política y las decisiones corruptas. Construir una administración profesional, austera y eficiente es difícil, pero no imposible

El espectáculo ahora por fin visible de la corrupción no habría llegado tan lejos si no se correspondiera con otro proceso que ha permanecido y permanece invisible, del que casi nadie se queja y al que nadie parece interesado en poner remedio: el descrédito y el deterioro de la función pública; el desguace de una administración colonizada por los partidos políticos y privada de una de sus facultades fundamentales, que es el control de oficio de la solvencia técnica y la legalidad de las actuaciones. Cuando se habla de función pública se piensa de inmediato en la figura de un funcionario anticuado y ocioso, sentado detrás de una mesa, dedicado sobre todo a urdir lo que se llama, reveladoramente, “trabas burocráticas”. Esa caricatura la ha fomentado la clase política porque servía muy bien a sus intereses: frente al funcionario de carrera, atornillado en su plaza vitalicia, estaría el gestor dinámico, el político emprendedor e idealista, la pura y sagrada voluntad popular. Si se producen abusos los tribunales actuarán para corregirlos.
Está bien que por fin los jueces cumplan con su tarea, y que los culpables reciban el castigo previsto por la ley. Pero un juez es como un cirujano, que intenta remediar algo del daño ya hecho: la decencia pública no pueden garantizarla los jueces, en la misma medida en que la salud pública no depende de los cirujanos. Los ánimos están muy cargados, y la gente exige, con razón, una justicia rápida y visible, pero no se puede confundir el castigo del delito con la solución, aunque forme parte de ella. El puesto de un corrupto encarcelado lo puede ocupar otro. El daño que causa la corrupción puede no ser más grave que el desatado por la masiva incompetencia, por el capricho de los iluminados o los trastornados por el vértigo de mandar. Lo que nos hace falta es un vuelco al mismo tiempo administrativo y moral, un fortalecimiento de la función pública y un cambio de actitudes culturales muy arraigadas y muy dañinas, que empapan por igual casi todos los ámbitos de nuestra vida colectiva.
El vuelco administrativo implica poner fin al progresivo deterioro en la calidad de los servicios públicos, en los procesos de selección y en las condiciones del trabajo y en las garantías de integridad profesional de quienes los ejercen. Contra los manejos de un político corrupto o los desastres de uno incompetente la mejor defensa no son los jueces: son los empleados públicos que están capacitados para hacer bien su trabajo y disponen de los medios para llevarlo a cabo, que tienen garantizada su independencia y por lo tanto no han de someterse por conveniencia o por obligación a los designios del que manda. Desde el principio mismo de la democracia, los partidos políticos hicieron todo lo posible por eliminar los controles administrativos que ya existían y dejar el máximo espacio al arbitrio de las decisiones políticas. Ni siquiera hace falta el robo para que suceda el desastre. Que se construya un teatro de ópera para tres mil personas en una pequeña capital o un aeropuerto sin viajeros en mitad de un desierto no implica solo la tontería o la vanidad de un gobernante alucinado: requiere también que no hayan funcionado los controles técnicos que aseguran la solvencia y la racionalidad de cualquier proyecto público, y que sobre los criterios profesionales hayan prevalecido las consignas políticas.
En cada ámbito de la administración se han instalado vagos gestores mucho mejor pagados siempre que los funcionarios de carrera. Obtienen sus puestos gracias al favor clientelar y ejercen, labores más o menos explícitas de comisariado político. Pedagogos con mucha más autoridad que los profesores; gerentes que no saben nada de música o de medicina pero que dirigen lo mismo una sala de conciertos que un gran hospital; directivos de confusas agencias o empresas de titularidad públicas, a veces con nombres fantasiosos, que usurpan y privatizan sin garantías legales las funciones propias de la administración. En un sistema así la corrupción y la incompetencia, casi siempre aliadas, no son excepciones: forman parte del orden natural de las cosas. Lo asombroso es que en semejantes condiciones haya tantos servidores públicos en España que siguen cumpliendo con dedicación y eficacia admirables las tareas vitales que les corresponden: enfermeros, médicos, profesores, policías, inspectores de Hacienda, jueces, científicos, interventores, administradores escrupulosos del dinero de todos.
Que toda esa gente, contra viento y marea, haga bien su trabajo, es una prueba de que las cosas pueden ir a mejor. Construir una administración profesional, austera y eficiente es una tarea difícil, pero no imposible. Requiere cambios en las leyes y en los hábitos de la política y también otros más sutiles, que tienen que ver con profundas inercias de nuestra vida pública, con esas corruptelas o corrupciones veniales que casi todos, en grado variable, hemos aceptado o tolerado.
El cambio, el vuelco principal, es la exigencia y el reconocimiento del mérito. Una función pública de calidad es la que atrae a las personas más capacitadas con incentivos que nunca van a ser sobre todo económicos, pero que incluyen la certeza de una remuneración digna y de un espacio profesional favorable al desarrollo de las capacidades individuales y a su rendimiento social. En España cualquier mérito, salvo el deportivo, despierta recelo y desdén, igual que cualquier idea de servicio público o de bien común provoca una mueca de cinismo. La derecha no admite más mérito que el del privilegio. La izquierda no sabe o no quiere distinguir el mérito del privilegio y cree que la ignorancia y la falta de exigencia son garantías de la igualdad, cuando lo único que hacen es agravar las desventajas de los pobres y asegurar que los privilegiados de nacimiento no sufren la competencia de quienes, por falta de medios, solo pueden desarrollar sus capacidades y ascender profesional y socialmente gracias a la palanca más igualitaria de todas, que es una buena educación pública.
Nadie se ha beneficiado más del rechazo del mérito y de la falta de una administración basada en él que esa morralla innumerable que compone la parte más mediocre y parasitaria de la clase política, el esperpento infame de los grandes corruptos y el hormiguero de los arrimados, los colocados, los asesores, los asistentes, los chivatos, los expertos en nada, los titulares de cargos con denominaciones gaseosas, los emboscados en gabinetes superfluos o directamente imaginarios. Unos serán cómplices de la corrupción y otros no, pero todos contribuyen a la atmósfera que la hace posible y debilitan con su parasitismo el vigor de una administración cada vez más pobre en recursos materiales y legales y por lo tanto más incapaz de cumplir con sus obligaciones y de prevenir y atajar los abusos. Una cultura civil muy degradada ha fomentado durante demasiado tiempo en España el ejercicio del poder político sin responsabilidad y la reverencia ante el brillo sin mérito. Caudillos demagogos y corruptos han seguido gobernando con mayorías absolutas; gente zafia y gritona que cobra por exhibir sus miserias privadas disfruta del estrellato de la televisión; ladrones notorios se convierten en héroes o mártires con solo agitar una bandera.
Esta es una época muy propicia a la búsqueda de chivos expiatorios y soluciones inmediatas, espectaculares y tajantes —es decir, milagrosas—, pero lo muy arraigado y lo muy extendido solo puede arreglarse con una ardua determinación, con racionalidad y constancia, con las herramientas que menos se han usado hasta ahora en nuestra vida pública: un gran acuerdo político para despolitizar la administración y hacerla de verdad profesional y eficiente, garantizando el acceso a ella por criterios objetivos de mérito; y otro acuerdo más general y más difuso, pero igual de necesario, para alentar el mérito en vez de entorpecerlo, para apreciarlo y celebrarlo allá donde se produzca, en cualquiera de sus formas variadas, el mérito que sostiene la plenitud vital de quien lo posee y lo ejerce y al mismo tiempo mejora modestamente el mundo, el espacio público y común de la ciudadanía democrática.

martes, 4 de noviembre de 2014

Otras Opiniones. Libertad Digital

La Opinión de Javier Pipó
5 de Noviembre de 2014

Comienza la Cuenta atrás

Y ahora, tras conocer hoy los resultados de la encuesta del CIS ¿Que hacemos la creemos o no?
Yo desde luego no la creo. Es la consecuencia de utilizar las instituciones del Estado para provecho partidista, sacando pecho de lo impecable de la acción propia y de lo inadecuado de la conducta de los otros.
En cualquier caso los resultados no son nada esperanzadores porque la intención de voto directo y el prestigio de los dirigentes no deja lugar a dudas. Y la muestra sobre la que se realiza la encuesta es suficientemente representativa, con margen de error inapreciable.
De manera que estamos al final del bipartidismo y en consecuencia del final de una gobernación razonable para que el progreso y el bienestar pueda recuperar tiempos pasados. Ojalá no sea también preludio del final de la libertad. 

La Opinión de Javier Pipó
 
Se siente vergüenza, democrática desde luego, sobre el manejo descarado de las instituciones por parte de los políticos, en este caso del Gobierno y el Partido que lo sustenta. De manera que asustados por los resultados de la carísima encuesta llevada a cabo, se prefiere esperar a tenerla suficientemente manipulada para sacarla a la luz de la opinión pública. Es una pena el final de un Partido presuntamente liberal, democrático y moderado. Parece mentira que un Gobierno de Abogados del Estado no haya sabido como preservar el Estado de su disolución, de su declive, de su capacidad para seguir sustentando un sistema querido por la mayoría ilustrada de esta Nación. Y estamos en ello.
Se acerca una mayoría que cambiará el sistema tal como lo conocemos y se homologa con el resto de países occidentales donde rige el imperio de la ley y el sometimiento al ordenamiento jurídico. Y gracias a dos partidos de casi idéntica factura. Cobardes, corruptos, incapaces de hacer frente a la gobernación de una Nación importante, pero maldita por la historia y por el destino que cada generación le marcan sus elites, tan incapaces como estúpidas. Se insulta el futuro y se derrumba el presente. Que Dios nos ayude. 
 
 
 
 
"Lo antes posible"

El CIS que temen los partidos, sin fecha de publicación

Los resultados, con Podemos de primera fuerza, eran vox populi la semana pasada y se esperaba que se publicaran el lunes.

              





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Libertad Digital
La expectación continúa en torno al barómetro del CIS de octubre. La semana pasada se filtró que sus resultados serían demoledores, en especial para los dos grandes partidos. En el mes de las tarjetas black de Caja Madrid y la crisis del ébola, Podemos, según se rumoreaba en los círculos políticos, podría alzarse como segunda fuerza en estimación de voto, por delante del PSOE y muy cerca del PP. Se daba por hecho que los resultados llegarían el primer día laborable de noviembre, es decir, este mismo lunes. Pero el informe con la encuesta que temen prácticamente todos los partidos aún se hará esperar.
Desde el CIS han explicado a LD que los datos estarán "lo antes posible" pero no han querido dar ninguna fecha. También han subrayado que el barómetro no tiene una fecha fija de publicación y que no saben de dónde salió el rumor de que estaría listo para este lunes. Lo cierto es que la irrupción de Podemos con esa fuerza podría estar complicando la cocina de la encuesta. Fuentes del partido de Pablo Iglesias confirmaron que en intención de voto directo se situarían como primera fuerza, lo que supondría un auténtico terremoto estadístico.
A falta del barómetro del CIS, las últimas encuestas van en esa dirección. La última, la publicada por El País este domingo, colocaba a Podemos como primera fuerza en intención de voto con el 27,7%, por delante del PSOE (26%) y del PP (20%). El sondeo fue hecho en la semana de la Operación Púnica, con la corrupción abriendo todas las portadas.