Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 26 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó


EL HIJO DE LA BUENA ESTIRPE
26 de Febrero 2014

Soy de naturaleza ingenuo y espero la mejor expresión profesional de los que dedican su vida al servicio público, al servicio de su país o de su patria.

Por eso la decepción es aún amarga, grande, cuando pasadas las horas intento escribir, en frío, unos renglones para comentar algo de lo vivido ayer y esta mañana en el Congreso de los Diputados. Un debate cuya denominación sobre el Estado de la Nación resulta poco original y desde luego una observación desapasionada nos llevaría a la primera conclusión. El estado de la Nación, es cercano a letal.

Y lo dice un ingenuo que en algún momento hizo concebir y desear un Gobierno de concentración o salvación, entre las dos grandes formaciones políticas de centro derecha y centro izquierda, antes o después de unas elecciones. Quizá buscando un periodo de tiempo suficiente para ordenar el Estado racionalizándolo, modificar la Constitución y sacar a la Nación de la gravísima crisis económica, social y política en que se encuentra sumida.

Sin embargo la vida política transcurre muy lejos de mi deseo y de millones de personas. Es más, nunca desde el inicio de la transición, las dos grandes formaciones políticas se encuentran más lejos de acuerdo alguno.

No obstante y actuando con honestidad intelectual, debo hacer referencia a lo único sensato que pude escuchar de quien siempre consideré inteligente pero falaz Jefe de la oposición socialista, Sr. Rubalcaba. Me refiero a la invitación realizada para conseguir una modificación pactada de la Constitución. Si esta sensata propuesta viene de tan falso personaje tiene poco recorrido y fiabilidad. Pero es el único dirigente del PSOE actual, con algún sentido de Estado, porque para temblar si el liderazgo correspondiera por ejemplo a Madina, Pachi o Valenciano.

Pero la hizo y no es para olvidar. Sobre todo, hizo al hilo de dicha propuesta una reflexión absolutamente válida. Proclamaba el viejo zorro, lo decepcionante que resultaría no conseguir acuerdo para la modificación constitucional, cuando muchos de los allí presentes lograron el gran pacto que hizo posible la Constitución de 1978. Y eso, añadía, que en la izquierda se sentaban los procedentes del exilio y en la derecha, los procedentes de las entrañas del franquismo.

Y tras decir esa sensatez, pronuncia un insensato y brillante mitin, incendiario, nervioso, demagógico, populista, inútil para los intereses de la Nación. Buscando el aplauso fácil y bobalicón de unos escaños plagados de figuras impresentables como Zarrías, Guerra o Chaves que no necesitan entender nada para sentirse tan inútiles como imprescindibles.

Y si bolivariana y vacía resultó la réplica, apocalíptica la contrarréplica, donde los dardos ya no eran contra el Gobierno sino contra la derecha, contra su amor al poder, al dinero, a la desigualdad, desde una dialéctica rancia de lucha de clases. Un espectáculo impropio, antiguo, peligroso, descorazonador.

El estadista, termina aludiendo a lo que dice ser un artículo de Rajoy titulado “Hijo de la Buena estirpe” que le sirve para ejemplarizar lo que argumentaba como amor por la desigualdad.

Pero claro, el PSOE que tan torpemente lidera Rubalcaba, puede gobernar España con comunistas y otras excrecencias del sistema democrático.

Y como ejemplo de estadista no homologable, demócrata compañero posible en Gobierno de progreso, pues Cayo Lara y su descripción de lo que es un sistema productivo perverso o de una deuda ilegítima y su defensa social mediante movilizaciones. Y todo ello con descalificaciones hacia la derecha saqueadora, sádica, pirómana, clasista y demás conceptos de la ciencia política.

Es decir, lo mismo que Rubalcaba pero con chascarrillos marxistas, castristas y tercermundista de los años cincuenta y sesenta.

Y Rajoy? Pues en su papel, de magnífico dialéctico y honrado político, en defensa de sus dramáticos años de gestión. Haciendo un discurso esperanzado en que el ciclo económico cambie y las formas del sistema puedan seguir igual. Aunque sea inviable. Aunque la corrupción sea palpable aún sin tocarla. Aunque las instituciones se encuentren atoradas. Aunque la democracia funcione a trompicones. Aunque la desesperanza y la frustración cunda por la sociedad como reguero de peligroso hartazgo.  

Pues se equivoca, porque el estallido puede ser grandioso, ahora o después. Porque ya se  trabaja en el minado del sistema y con cierto éxito. Desde la Corona a la integridad nacional. Y eso requiere atención y dedicación cuidadosa, antes de que sea demasiado tarde. ¿O considera que logrará nueva mayoría absoluta? ¿Quién abordará el regeneracionismo? ¿Quién mantendrá unida la nación española?

Miren, sí la economía marcha relativamente bien o menos mal, la Nación va mal o muy mal. Y claro, esto termina mediatizando aquello. Sin duda

Y no cuente Rajoy con el demagogo narrador, Hijo de la Buena Estirpe, que lo será, pero no de la estirpe política.

       

 

lunes, 24 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó


MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA
Javier Pipó Jaldo
24 de Febrero 2014
 
En el breve Prólogo de “La Contribución a la crítica de la Economía Política” de 1859, Marx dejó escrito un principio que dio la vuelta al mundo de las ideas: “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”.

Es decir que la economía condiciona la política. Pero el pensamiento político no queda así acotado, pues al rigor del axioma marxista se opone otro más antiguo y de más alto contenido moral, estableciendo que debe ser la ética política la que condicione la economía.

Es la moral social empapada de humanismo cristiano, donde el ser social no debe determinar la conciencia sino que esta debe quedar determinada por principios y valores que hundan sus raíces en aquella corriente del pensamiento.  

Escribo esto porque no quisiera sumarme a cuantos piensan que la política de Rajoy está haciendo inconscientemente realidad el principio marxista.

No es verdad que el horizonte de la macroeconomía sea el único valioso por perentorio. No todo puede quedar subordinado a resolver la terrible crisis económica, sin atender el discurrir de implacables corrientes utilitaristas o nuevos movimientos sociales, exigiendo un cambio radical del modelo social. Y ello es compatible con la busca urgente de soluciones a una realidad dramática, límite, de millones de parados que ingresan desesperados en el depósito del resentimiento, constituyendo sin más, una bomba de relojería que puede poner en riesgo la paz social y el desarrollo. Es la complejidad de nuestro tiempo que exige estadistas bien dotados.

Desgraciadamente la descreída y descristianizada sociedad española acaricia valores vaporosos y principios de moral social muy disminuidos, producto seguramente de escasa educación integral. Sus líderes sociales buscan la fama y la influencia, el triunfo a cualquier precio, alardeando en la superficialidad de las ideas y la frivolidad del comportamiento. Y resulta llamativo como se transmite con facilidad, a la en otros tiempos sólida estructura social, un desmesurado amor al consumo, una huida cuando no desprecio de la austeridad o el placer de la transgresión y la creencia irrenunciable en derechos ilimitados.

Así, se consolida y ampara una casta política en general  muy superficial, de escasísimo sentido de Estado, de ligera preparación, profundamente corrompida que lleva a la Nación a un naufragio que no resulta difícil adivinar.

Y no veo con claridad que la macroeconomía esté resultando la salvación nacional. No desde luego en el corto y medio plazo, digan lo que digan  los augures “del vamos bien”. Ya me dirán el nuevo peligro de una deflación por endeudamiento, del 0,2% interanual, ante un Gobierno que no dirige la política monetaria ni la cambiaria, en manos de instituciones europeas. Pocos parecen dispuestos a aceptar una recuperación débil y espaciada en el tiempo. Y asimilar como la deuda crece velozmente convertida en la mayor de cien años, llegando pronto al 120% del PIB y al 400% la total. O la existencia de un millón menos de ocupados, un millón más de pobres y 1,1 millones menos de cotizantes a la S.S. Y para mayor preocupación, la austeridad resulta imposible políticamente e impensable la reforma del gigantesco e ineficiente leviatán estatal.

Algo hay que hacer para salir de esta tremenda situación, instalada globalmente a partir de los años negros del zapaterismo - cuyas nefastas consecuencias sufriremos varias generaciones - en que se convive con cierto declive europeo, la pavorosa crisis económica de pobreza y desesperanza, la podredumbre corrosiva de la corrupción empapando instituciones y conciencias y la amenaza ya palpable del secesionismo reaccionario.

Comienza a despegar una corriente de radicalismo purificador y revolucionario. Y la encabeza líderes de valía intelectual, autoconsiderados herederos de la Ilustración, con fuerza para desenterrar a Robespierre, “El Incorruptible” que sembró el terror y la desolación durante el año en que extremó la Revolución. Y lo pregonan con éxito y admiración en los medios, incluso de la derecha liberal. Escuchar a dos de ellos en la Sala Mirador de Madrid, produce escalofrío porque el incendiario verbo que utilizan, sus descentradas ideas y la masa que los sigue, sin formación ideológica alguna, con poco que perder y alentados por iluminados, puede hacer retroceder nuestro modelo de sociedad  a los tiempos del Comité de Salvación Pública. Claman por superar la CE, imponiendo nuevas reglas mediante idealizado proceso constituyente para alcanzar la democracia real. Buscan la emoción de la gente, el desbordamiento, la pasión, la movilización, la audacia que es esencial en momentos de crisis, ya que “la prudencia puede ser contraproducente”. Son ambiciosos, no les gusta perder y para ganar no hay que tener miedo, porque interesa solo el resultado final revolucionario.

No se trata de contemplar si las opiniones resultan más o menos optimistas, sino de salvar la democracia que como decía Burdeau es una religión, una forma de vivir, una filosofía y casi accesoriamente, forma de gobierno.

Que no nos la cambien porque avanza de forma inexorable un porcentaje progresivamente mayor de población que aborrece el sistema.

Estoy con el regeneracionismo y la Constitución, aunque haya que cambiarla urgentemente. 

       

jueves, 20 de febrero de 2014

Javier Pipó en el Diario "CÓRDOBA"

Publicado en el Diario "Córdoba" en página de Opinión, dentro de la serie LA AZOTEA, número 73

MONARQUÍA E IDEOLOGÍA
Javier Pipó Jaldo
20 de Febrero 2014
Cuando en 1843 Marx dedicó a La Corona un capítulo de su Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, decía que el Monarca es dentro del Estado el factor de la voluntad individual, de la autodeterminación infundada, del capricho. De manera que con esos mimbres resultará difícil acercarse a remover los principios.

Pero en espacio así, la opinión debe ser modesta. Soy además consciente que en España el tema de la Casa Real resulta fácil si es para manosearla o desprestigiarla sin más. En consecuencia, algo de riesgo sí que tiene. Sobre todo tras el corifeo en que se convirtió el trago mallorquín, comentado exhaustivamente hasta la saturación.

Miren, la Corona en un régimen democrático y parlamentario no pasa de ser una modalidad de Jefatura de Estado. Diría que la forma más estable y sostenible en la cúspide de los Estados avanzados. Y ello naturalmente para nada puede significar que las formas presidencialistas de las repúblicas, así mismo democráticas y parlamentarias, dejen de ir unidas a Estados avanzados. Y no es juego de palabras para evadir una cuestión importante en un país evanescente como España, que no llega a terminar ni seguramente terminará de encontrar la forma de convivencia.

Aquí no interesa para nada el análisis de las ideas y las formas políticas contemporáneas examinadas por politólogos. Basta la intuición popular inducida por iluminados. Cualquier posible planteamiento se inicia con una posición ideológica previa que recorre desde el apoyo a la monarquía, con tibieza eso sí, para no quedar señalado, hasta el republicanismo extremo y concienzudamente visceral, pasando por la posición conservadora de masa acrítica que espera se dilucide el dilema para apuntarse al resultado más favorable.

Y claro, niego la mayor. Niego que la forma monárquica de la Jefatura de Estado sea cuestión ideológica, cuando el Rey no pasa de ser un órgano más del Estado.

En la ideología se contienen las ideas políticas, y en las formas constitucionales, se posibilita que aquéllas impulsen la acción incluida en estas. Es decir, la ideología englobada en las Constituciones delimita el modelo de sociedad y en consecuencia hace irrelevante la forma. Desde la monarquía británica, modelo de sociedad democrática y representativa, sin Constitución escrita pero con ordenamiento jurídico de tradición constitucionalista, hasta la República presidencialista federal de los Estados Unidos, de Constitución centenaria, modelo de división de poderes y de contrapoderes. O de modelos que en la Europa continental se reparten entre monarquías radicalmente democráticas como Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Suecia o Noruega, y variadas y envidiables Repúblicas de poder centralizado como Francia o federales como Alemania.

Y lo que identifica a Estados como estos, entre otras cuestiones, es el grado de desarrollo y justicia social; su amor a la libertad; el respeto a la propiedad privada o a la libertad de mercado; el modelo de justicia independiente y la libertad de prensa o la de expresión.

Espacios de democracia, de democracia liberal, la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia, en palabras de Ortega. Islas de convivencia y desarrollo humano que han superado las etapas más negras de la historia y se desenvuelven acertadamente, con sus crisis o ciclos, en un mundo global de subdesarrollo y cuando no de autoritarismo o tiranía.

Y es verdad que las monarquías constitucionales, democráticas y parlamentarias son minoría en cuanto al número de sistemas existentes en el mundo libre. Incluso pueden ser calificadas como anomalías históricas por su pervivencia, pero como dice Pérez Royo, corregidas por el Estado constitucional democrático, donde todo el poder procede del pueblo.

Por todo ello, Estados con tradición monárquica deben preservarla como tesoro histórico porque ha representado avance y progreso, democracia y libertad, equilibrio y continuidad. Y Estados con tradición republicana, como el caso USA desde su nacimiento, carece de sentido plantearse cualquier modificación de un modelo ejemplar de participación democrática, imperio de la ley y liderazgo envidiable de progreso.

España se encuentra en el primer grupo de los Estados citados, con amplísima tradición histórica de monarquías más o menos ejemplares y dos cortos períodos republicanos de infausta memoria, que desde luego podrían haber fructificado en fértiles y felices periodos de convivencia.

Resulta indiscutible que la forma política del Estado es susceptible de estar corrompida hasta las entrañas, sea República o Monarquía. Tanto, como que una u otra es compatible con la distribución territorial del poder, centralizado o federado. La corrupción depende de las personas, los grupos sociales y las exigencias de una opinión publica amante de la libertad, y el poder puede y debe estar distribuido por el territorio, según parámetros de eficiencia.

Decir como la indocta Rahola que la monarquía es institución medieval, es desconocer el Medievo. Esperar de la República, ocasión para el levantamiento revolucionario, el sueño perpetuo y tricolor del comunismo totalitario.

Es confundir Monarquía con ideología.  



sábado, 15 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó @javierpipojaldo


EUROPA Y LA VIDA
15 de Febrero 2014

Es verdad que la no siempre bien denominada sociedad civil, está preocupada e inquieta en el desconcierto y la inseguridad que producen los muchos criterios circulantes que llevan incluso a poner en la duda ajena, si la crisis perversa que nos azota no será inducida por aquellos a quienes aprovecha.

Pero el desasosiego se vive bajo el sopor de la autosatisfacción, en una mezcla malévola entre el egoísmo y la soberbia colectiva.

Claro, ese estado de catarsis impide una reacción adecuada ante el desplome, por ahora moral pero también económico y social, de una construcción nacional y europea que parece poner más empeño en el suicidio colectivo lento pero seguro, que en fortalecer la consolidación del patrimonio acumulado de civilización y cultura.

Seguramente el ciclo de la historia de una Europa que lleva demasiados siglos de hegemonía está pasando, declina ante la pujanza de otras culturas más fuertes y decididas que se cuelan a desbandadas por las rendijas del feliz pero horadable sistema.

Y lo digo con preocupación porque si bien en su esplendor fue la más hermosa fábrica de ideas para transformar el mundo, también parió leviatanes capaces de destruirlo o someterlo. Y todo en el mismo e inaudito siglo XX, buscando un Estado total, capaz de apropiarse de la vida humana para ponerla al servicio de nefastas utopías. Y agotada, Europa se enfrenta al siglo XXI con su vértice que se vuelve romo, una vez olvidadas y quizá despreciadas, las raíces cristianas y en consecuencia universales.

Porque si interrumpir la vida humana hasta extinguirla, vía eutanasia infantil o mediante el aborto, legal desde luego, se valora como conquista irrenunciable, como meta de progreso y civilidad, nos nubla con fuerza la pobreza moral de todo un Continente otrora luz de Occidente. Volvemos sobre nuestros pasos y de nada sirvió la experiencia pasada. En nada, lo costoso que resultó en siglos y energías la conquista de la libertad, el reconocimiento de los derechos individuales y colectivos, el respeto a la dignidad del ser humano, a su integridad y al íntegro desarrollo.

Ahora mediante precio; con cinismo legalizado; con la frialdad de los que nada temen; desde la impunidad que da el consentimiento más o menos libre de la victima, o la colaboración de quien engendra; impulsados desde las covachas oscuras de un sistema decadente, regresivo y demasiadas veces cruel, se puede disponer de lo único que justifica y da sentido al universo, que no es poco si le llamamos vida.

Cinismo que incluso bordea la desfachatez, tratando de envolver el fracaso colectivo en triunfo ideológico, como si el drama encajara en colorido ideológico alguno. Es enarbolar banderas que necesitan el viento de la mentira y la docilidad social para pasear con orgullo su indignidad.

Habrá una reacción, seguro, porque el avance de la humanidad hacia el cumplimiento de las leyes divinas de preservación de la especie y de lo que le es común para que la vida sea posible, vencerá sobre la miseria de los necios y los soberbios.

 

sábado, 8 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó @javierpipojaldo

MARGALLO Y EL DECLIVE EUROPEO
8 de Febrero 2014

Estos días hay posibilidad de comentar a libre elección, entre una actualidad nacional variada que no cesa la producción de hechos de significación desigual. Vean si no.

Margallo, es hombre sólido pero con deseo de protagonismo continuado. Procura potenciar sus opiniones, ya sea de política internacional y su visión de la estrategia de los bloques que aún perdura, como de política interna. No puede evitar ser centro de comentarios, llevando al límite las relaciones con el Reino Unido a causa de Gibraltar o hace pocas fechas, planteando una cuestión tan delicada como sensible para la opinión pública española. Parece como si el gran y prestigioso Ministerio de Exteriores le viniera estrecho a su capacidad y no requiriera la discreción como norma sagrada de conducta. 

En este Gobierno con demasiados charlatanes para una Presidencia silente, hay otros dos Ministerios cuyos titulares deberían pasar desapercibidos como personajes públicos, porque su trabajo trasciende la política cotidiana para estructurar la nacional. Defensa, cuyo trabajo callado y eficaz debe permanecer entre informes de la inteligencia aliada o amiga y la planificación de la puesta a punto de los recursos defensivos, civiles y militares, para poder desempeñar cometidos constitucionales. Y Hacienda, despojada de añadidos, velando fundamentalmente por el mantenimiento eficaz del sistema tributario, procurando la eficiencia del gasto y haciendo posible la permanencia solvente del Estado. Pero ya ven ilustres personajes como Montoro y Margallo, siempre dispuestos a predicar sin dar trigo.

Resulta imposible comprender la oportunidad de sacar a especulación la posible posición española, en el supuesto de una Escocia independiente que solicita el ingreso en la UE. Naturalmente, Margallo se muestra favorable a su consideración, como si el argumento a favor no fuera aplicable al caso catalán.

Él sabe muy bien que la historia de Escocia en su relación con el Reino Unido comienza a principios del XVII, mediante una Corona común y Parlamentos diferenciados y termina en 1707 como Reino Unido de la Gran Bretaña, mediante el Acta de Unión. Ello supone un solo Parlamento, en Westminster y una sola Reina, en ese momento Ana, la última Estuardo. Curiosamente cuando comienza la hegemonía de Inglaterra que se prolongará todo el XVIII, es cuando triunfa el unionismo. Si el predominio del siglo XVI correspondió a España y el siguiente XVII a Francia, Escocia se une en un solo Estado fuerte, en el siglo adecuado para la grandeza de Inglaterra.

Nada pues similar a la historia catalana, tan distinta y de proyección tan diferenciada. Pero ambas actuando y seguramente con más coordinación de la aparente, en un espacio común de cesión multilateral de soberanía entre Estados independientes pero socios y comprometidos a recorrer una unión imposible. Y además, naciones en dificultades de ciclo decadente, explicando seguramente que territorios como Escocia elijan el momento de deshacer lo hecho, de nuevo y curiosamente, hace el mismo tiempo que Cataluña exhibe para su delirio. Pero la Cataluña de 1714 no se corresponde en nada con la decisión escocesa de 1707 y la pretensión contraria de 2014.

Pero es igual y tarde. Eso lo sabe Margallo. Porque los procesos secesionistas de Cataluña y Escocia pueden hacer estallar otros movimientos europeos como Bélgica, Dinamarca, Italia o hasta Alemania. Es el horror que dice Felipe González sienten en las cancillerías europeas.  Porque es momento de declive y debilidad de un espacio en carrera acelerada en la pérdida de su identidad  

Hay una crisis de decadencia tanto intelectual, como moral y política de Europa. Los poderes nacionales que dirigen su destino ceden soberanía sin cesar, aún desconociendo con exactitud cual es el proyecto común. Son tolerantes por principio, sin querer analizar que hay más allá de la tolerancia sin límites. Son poderes que se declaran así mismos neutrales ante grandes debates sociales, agnósticos, quizá nihilistas, pero acosados por otros poderes directos o indirectos que los desbordan. Como el descenso demográfico, como la invasión por oleadas de seres humanos procedentes del subdesarrollo o la tiranía. Como la renuncia al cristianismo como soporte auténtico de la cultura y civilización europea, que integra y potencia la romana. Como la renuncia en su declive a ser civilización de las ideas.

El hecho es que mientras, la Europa ya raptada en la tesis del gran maestro Diez del Corral, se desciviliza a la vez que se descristianiza, aún queda una leve esperanza en que al menos, el mundo emergente sepa conservar las grandes ideas que aquella vivió con grandeza y ahora desprecia.

Por eso, pretensiones de dispersión en nuevas nacionalidades como la escocesa, que Margallo ampara, o la catalana que en el mejor de los casos solo tomará un respiro a causa del deterioro económico, solo ayudan a la aceleración del proceso desintegrador. 

La cuestión está en saber si la cultura europea seguirá siendo eso, europea o se someterá a la tiranía del Islam. Si seguiremos disfrutando de libertades, de derechos y de democracia. Es el debate.


jueves, 6 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó @javierpipojaldo

Publicado en el Diario "Córdoba" hoy día 6 de Febrero 2014
 
GOBIERNO  DE  LOS  JUECES

 En las últimas semanas, una ola de indignación recorre las sedes de partidos y medios de comunicación, alarmados por la intolerable intromisión de los jueces en las decisiones políticas.

No es para alarmarse, en este caso, por las sesgadas y muchas veces interesadas opiniones que de las decisiones judiciales tienen gran parte de los líderes políticos. Partiendo del respeto que dicen una y otra vez sentir por aquéllas y predisposición meritoria a respetarlas, todo dependerá del sentido e incidencia que el pronunciamiento de los jueces pueda afectar a los intereses casi siempre partidarios que en ese momento defiendan. 

La cuestión no es baladí, ni simple, ni desde luego novedosa.

La intervención de los jueces en la gobernación de la sociedad es incluso anterior al cristianismo. Es la critarquía, contenida en el Libro de los Jueces, uno de los Históricos de la Biblia y del Tanaj hebreo, narrando el gobierno del pueblo de Israel por jueces o dirigentes carismáticos que utilizan para ejercer el poder la fuerza sobrenatural. También en la sofocracia o gobierno de los sabios, en el sentido de la sabiduría filosófica en Platón o de la racional en Aristóteles. Es desde siempre, la pretensión de que el gobierno sea dirigido por mentes o manos sabias y especializadas. El alejamiento de este ideal, deseado por el hombre que convive en sociedad, produce inseguridad y angustia, acentuada en nuestro tiempo de forma alarmante.

El ciudadano de sociedades avanzadas y democráticas percibe el desamparo de unos poderes públicos desbordados en demasiadas ocasiones por realidades complejas, cambiantes y globalizadas. Percepción variable en función del grado de avance social, del tipo de constitucionalismo y de la ideología dominante.

Ya en la Francia de 1921, en pleno debate para la construcción de la III República y con referencia al ejercicio de la jurisdicción constitucional, aparece la obra de E. Lambert sobre “El Gobierno de los Jueces” que tuvo gran repercusión en el mundo jurídico y de la ciencia política. El famoso jurista critica desde una óptica avanzada a su tiempo el inconveniente de confiar a un órgano judicial la facultad de revisar las leyes, propio del sistema de constitucionalismo difuso en USA. Un peligro, dice, para el progreso de la política social. Debate muy vivo todavía en el Derecho público norteamericano.

Se pone pues de manifiesto, como incluso en el siglo veinte y con mayor intensidad en su segunda mitad, la expansión del poder judicial, la llamada creatividad judicial, se traduce como una judicialización de la política.

Hace pocas fechas, el Prof. Fernández-Armesto publica un inquietante y nada optimista artículo titulado “Y la llamamos democracia”. Describe como en USA las Cámaras bloquean las iniciativas legislativas del Presidente y no hay ley que no sea contestada ante los tribunales. Así, dice el profesor, no les queda más remedio que acudir al Tribunal Supremo para decidir cuáles de ellas se ponen en vigor y a que organismos profesionales acudir para tomar decisiones inalcanzables en la legislatura. Pero también, como esta entrega de las decisiones políticas a jueces o burócratas, coincide con un declinar de la democracia no solo en la gran Nación americana sino también en la atascada Europa. Es la preocupación  de este nuevo siglo, tras la presencia grandiosa de la democracia y la libertad durante los cien años anteriores.

A veces este intervencionismo es el único sistema para que se pueda cumplir la Constitución, ante la pasividad del Ejecutivo y el Legislativo, como ocurre en España. Aquí ni siquiera se acepta que la jurisprudencia del TC crea Derecho constitucional, interpretando sus preceptos y depurando aquéllas normas contrarias a la Constitución misma. Así pues, todas sus Sentencias son creativas y por tanto interpretativas.

Desde luego, la progresiva ampliación del control judicial al poder político, entraña el peligro de que el TC suplante al poder constituyente. Es decir, sea sustituido el gobierno de los representantes del pueblo por el gobierno de los jueces. Pero siguiendo a Pérez Royo, antes de la Constitución la Ley era soberana, ahora queda subordinada a la Constitución y su ajuste solo corresponde al TC.

Aquí el problema se desborda porque el hundimiento económico aflora corrupción generalizada e independentismo imparable. No se acepta la voluntad general representada en el Legislativo. Los tribunales desbordados son atacados en su independencia y las Sentencias del TC son ignoradas en el proceso secesionista.

Sin duda prefiero el gobierno de los jueces al gobierno de los necios.

sábado, 1 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó @javierpipojaldo


EL  CESE
1 de Febrero 2014

Confieso que me ha supuesto una auténtica conmoción intelectual el cese de Pedro J. Ramírez como Director del Diario “El Mundo”.

Estoy seguro que muchos más ciudadanos preocupados por la vida política de España habrán sentido idéntica sensación, entre la preocupación y el desasosiego.

Y quizá no haya nada más lógico en la vida social de una empresa – aunque sea de opinión – que el paso de unos profesionales y la aparición de otros.

Pero claro, mi caso es mi caso porque me he movido en una circunstancia histórica apasionante y bebido unos contenidos ideológicos y culturales concretos y Pedro J. que es mucho profesional y nada menos que icono de una generación ilusionada, ha sabido complementarlos, acercándome cada día su pasión por la libertad y la transmisión del afán de la información en una sociedad democrática. 

Ya sé que su presencia durante tantos años esenciales y de construcción de una sociedad moderna, ha supuesto en su caso indagar muchos intereses inconfesables, zarandear incontables abusos de poder, trastocar planes imposibles de futuro y ello le ha granjeado una devoción completa y el aplauso cómplice, pero también el desprecio más absoluto de sectores influyentes e importantes.

Estoy entre los primeros, entre un sector sin poder y silencioso de la opinión que ha seguido la trayectoria de este brillante periodista desde su juventud y la mía, cuando él opinaba en Diario16 e inició – iniciamos – la aventura apasionante de El Mundo.

Reconozco su egocentrismo, su gran vanidad, su amor al lujo o al dinero, su persistencia en mantener una imagen que los fabricantes de tirantes agradecerán. A mí solo me interesa su pasión por la historia -son importantes sus conocimientos de la Francia revolucionaria de finales del XVIII- y la forma de transmitirla, haciendo vibrar lo que cuenta, para acomodarlo a lo que vivimos y comprobar sus identidades. Me interesa sobre todo su pasión por la libertad de información, sin importar el origen o los sujetos o circunstancias que la generan.

Con Pedro J. la prensa en España alcanza la categoría de cuarto poder, de contrapoder y casi siempre de poder único capaz de describir los ataques en superficie o subterráneos contra la democracia. La prensa libre, como único poder capaz de mostrar su vigor ante el declinar, a veces vergonzoso, de los otros poderes del Estado.

Ese es el mérito de Pedro J. Ramirez y su diario El Mundo, bandera ya arrebatada y que sin él no es posible conserve los ideales que le hicieron nacer.

Es verdad que la muerte periodística de Pedro J. es también producto de las nuevas tecnologías que dificultan el desenvolvimiento de la industria periodística. Pero me apunto a la tesis de que a Pedro J. le han derribado las tres “erres” que gozan del poder podrido, pero omnímodo, de esta Nación: el Rey, Rajoy y Rubalcaba.

Fíjense la terrible, generalizada, pegajosa corrupción andaluza, solo en voz baja de quienes conocíamos los entresijos de la sala de máquinas de esta gigantesca estafa o en rumores y cuchicheos de pasillo, hasta que llegó el periódico de Pedro J. y la puso al alcance de los ciudadanos y los jueces. Lo mismo que la búsqueda de la verdad del 11 M. Igual que la avaricia corrupta que pudre el nacionalismo catalán o los dobleces miserables de la estructura del PP o las debilidades y mucho más de la Casa Real. De igual manera que la desvergüenza de algunos jueces, solo al servicio de la imagen y de sí mismos. 

Han sido 25 años a favor de un sistema más transparente y capaz de ver al trasluz y poder comprobar sus verdades y mentiras, sus zonas oscuras y las rendijas que divisan la libertad con esperanza de futuro.

Ojalá su cese no sea el betadine milagrero que cicatrice las heridas de los corruptos. Si alguien dijo que la prensa no solo es el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo, sino el instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización, en El Mundo de Pedro J. se hace realidad contundente.

Con Séneca, la recompensa de una buena acción está en el hecho mismo de haberla llevado a cabo.

Es mi pequeño homenaje y mi agradecimiento. Pues eso.