LA AZOTEA
EL JESUITA
He dedicado desde diciembre del
pasado año tres comentarios a los jesuitas. Porque no me resulta indiferente
que en estas sociedades paganizadas, nihilistas y de egoísmos estructurales
pueda ignorarse la fuerza espiritual más intensa e importante del mundo
occidental desde 1540. Un ejército de 18.000 hombres de negro, esparcidos por
el mundo, dominando todos los campos del conocimiento humano; creadores de
pensamiento, formadores de valores y principios; que imparten competencia
profesional en sus 230 prestigiosas universidades y que prosiguen su incansable
labor de baluarte del cristianismo y del Papado. Pero que ahora son el Papado
mismo. Ahora alcanzaron por vez primera la cúspide de la organización eclesial
católica. Ahora les toca su defensa y preservación total.
Y no hay nada casual. No puede
ser casual que a Benedicto XVI, un Papa sabio, reformista a quien abrumaron por
su pensamiento esencialmente histórico, basado en las escrituras y en la
doctrina de los Padres de la Iglesia; influenciado por Heidegger o Jaspers; que
defiende que el cristianismo no es un moralismo y sí un cuerpo doctrinal
incompatible con los sistemas de dominación y opresión, le suceda en vida un
jesuita.
Es esa precisamente la primera
revolución, el acceso al pontificado del jesuita Bergoglio. Sin demora, porque
su edad no le permite una espera incierta. Aunque también por vez primera
forzando una renuncia pactada y causal. Es la culminación de un acelerado
proceso que haga encajar sabiduría y acción. Es el gobierno de una esperanza
para la Iglesia y el cristianismo, del mundo civilizado y su modelo de
sociedad. Es la lucha por la justicia sin provocar injusticias, de diálogo sin
aspavientos. De la presencia del primer Papa político que busca rehabilitar la
política como supremo acto de caridad.
Bergoglio, que no actúa ni
escenifica, sabe que vive una época de cambio, pero no le asusta el cambio de
época. Y para ello introduce algo desconocido hasta el momento: la fe es
revolucionaria. Y ello provoca la atención de las cancillerías de los grandes
países y sobre todo del mundo comunista. Pero no es un Papa peligroso
ni impertinente. Simplemente jesuita. Sin miedo a morir ejerciendo de apóstol.
Sabiendo que la felicidad no se compra y la dignidad se adquiere con lucha y
esfuerzo. Y por ello pone en acción la doctrina social de la Iglesia,
anquilosada entre oropeles, riqueza y soberbia, exigiendo hablar de justicia,
de libertad con dignidad, de ética con trascendencia. Ni siquiera es casual su viaje a
Brasil, la patria de Leonardo Boff, a explicar la Iglesia de los pobres y donde
se sitúa.
Hay quien quiere situarla junto a
las doctrinas totalitarias y liberticidas que girando alrededor del comunismo,
conducen a la destrucción del ser humano, de la naturaleza y del sistema
económico, sumiendo a las sociedades que lo experimentan en la pobreza y la
indignidad. Tampoco la Iglesia de los pobres
debe quedar bajo el dogmatimo revolucionario de la Teología de la Liberación,
ni quedar inserta en el capitalismo salvaje e insolidario que requiere un
fuerte intervencionismo estatal para reconducir sus excesos. Pero que, en
última instancia, crea riqueza, bienestar y progreso.
Quisiera interpretar que no
existe una Iglesia de los pobres, sino una Iglesia con los pobres, es decir,
con los marginados sociales, basada en su Doctrina social, que defienda
ardientemente y sirva de contravalor al islamismo y al relativismo. Por usar la terminología papal,
los pobres, nunca tuvieron Iglesia. Los ricos nunca la necesitaron, sino más
bien una Iglesia que bendiga sus intereses. Pero la Iglesia debe ser de
todos, incluso de los que no siendo pobres – estamos en sociedades
mesocráticas- aspiran a una vida
trascendente, de ser humano religioso. La Iglesia con Bergoglio tiene el
derecho y el deber de mantener encendida la llama de la libertad.