La Azotea
EL 99
30 de Julio de 2016
Hay que tomar nota del galimatías en que se ha convertido la
elección de nuevo Presidente. Seguramente no habrá antecedentes de un candidato
que habiendo ganado las elecciones llegue a la ceremonia de investidura más
desgastado que Rajoy a la suya. Y todo ello durante el proceso de nombramiento,
aunque es verdad que proceso tan largo como este resulta casi inédito, salvando
esa inexistente nación llamada Bélgica. Ya ven, hasta los listillos de Podemos,
a los que la elección parlamentaria de Presidente les resulta tan inútil como a
Kim Il-sung, dicen que Rajoy pretende una “investidura en diferido”. Pues
seguramente, pero estos demócratas no habrán reparado en que la Constitución de
1978 realmente lo que considera votación de investidura es como una “moción de
confianza previa”. De manera que chanzas pueden hacerse desde todos los
ángulos, pero la situación de España no admite chascarrillos con lo único que
puede mantener en pie el edificio achacoso pero hermoso de la Nación.
Miren, la vía ordinaria o normal para la designación del
Presidente es la establecida en el artículo 99 de la CE. Vía bastante prolija y
desde luego compleja que involucra tanto al Rey como al titular de la
Presidencia del Congreso de los Diputados. Y ahí están las consecuencias,
porque ni siquiera la valiosa Pastor puede no salir indemne del trance de
investidura. Es verdad que la forma de designación resulta novedosa en la
historia de nuestro constitucionalismo, constituyendo la forma actual algo así
como la culminación de un largo proceso iniciado incluso antes, con Felipe V-
quien hubiera dicho que parece naufragar con Felipe VI - o por mejor decir con
los decretos de 1823 de Fernando VII. De manera que el proceso ha recorrido el
largo camino que lleva a residenciar en el Parlamento y constituirlo, en órgano
controlador integral del Poder Ejecutivo, de todo el Ejecutivo desde su
nacimiento, desde el nombramiento de Presidente del Gobierno. Ni siquiera en la
Constitución de 1931- que por cierto ignoraba la votación de investidura- dando
papel protagonista y decisorio al Presidente de la República.
Pero ya ven. En un país con más de cien mil leyes en vigor,
no hubo tiempo ni valor para realizar el desarrollo legislativo del artículo 99
de la Constitución, como otras muchas y esenciales partes del Texto supremo.
Pero ni siquiera en la ley del Gobierno de 1997, modificada en 2003. Nada
prevé, salvo remitir al texto constitucional, que ya es previsión. Y claro,
carecemos también de doctrina del Tribunal Constitucional al respecto, salvo
esa Sentencia de 1985 indicando que la regulación constitucional es “expresión
de una exigencia racionalizadora en la forma de gobierno” que ya es fantasía.
Pero hay dos cuestiones enlazadas con lo referido. En primer lugar, la
existencia de artículo 113 que abre el camino directo al nombramiento, vía
moción de censura, al exigir un candidato alternativo y el nombramiento real
automático. Vía excepcional e indirecta que se abre de forma alambicada, tanto
como la propia Constitución del 78. Y la segunda, la siempre presente elección
de personaje prestigioso, ajeno al Parlamento, que forme Gobierno de urgencia,
emergencia o salvación, para salir del fenomenal embrollo constitucional en que
nos encontramos.
Pero el Rey ya hizo su encargo a Rajoy y éste aceptado, y en
consecuencia debe presentarse ante el Congreso con la casi seguridad de que no
ganará la votación y en caso de resultar investido, el Gobierno a formar será
incapaz de hacer frente al desafío total de Cataluña – alguien tendrá que
recordarles el contenido aún vigente del artículo 8,1 de la CE- y el que vendrá
del País Vasco; a la crisis económica que no cesa aunque mejore; a la situación
europea, desbordada; a la insostenibilidad del sistema de pensiones o de la
financiación de las Comunidades Autónomas, en ruinas respectivas. Y un largo
etcétera que encuentre soluciones a la debilidad de un Estado que yace en coma.
Mientras, desde la izquierda moderada e indefinida de Ciudadanos; la izquierda
desnortada, de rompe y rasga de Zapa y la radical de comunismo populista de
Podemos, preparan el gran festín de la caída de Rajoy y el liberalismo, que por
otra parte jamás representó ni defendió. Y todo, con el aplauso del rabioso
nacionalismo independentista. Pues que bien.