La Azotea de Javier Pipó
LA BARRETINA NACIONAL
A mí desde luego para nada me impresionó el
resultado. Era de esperar y quizá quedó corto para la dimensión que había
tomado la sedición, preparada concienzudamente durante los últimos treinta
años, alentada por instituciones ajenas al ordenamiento jurídico y apoyada por
el buenismo ideológico que está devastando el tejido esencial de la
inteligencia nacional.
Resulta patético el recuento que del
resultado realiza buena parte de la clase política, de los creadores de opinión
y medios de comunicación, ante la ausencia demoledora de la intelectualidad
española que asiste impertérrita al desmoronamiento de un sistema otrora
brillante y vanguardista pero que ante el panorama ruin y desolador que se
adivina, de nuevo parece preparar las maletas para la huida. Como el dinero
temeroso saliendo despavorido hacia refugios de estabilidad, seguridad jurídica
y libertad creativa. O el que dejó de entrar y desvía su inversión hacia
mercados más seguros y prometedores.
Y aquí estamos, nuevamente empantanados y a
la espera del incierto y temeroso diciembre, en una inmensa ciénaga de
corrupción e inmoralidad, sin saber como salir de ella pero manteniendo fresco
el recuerdo de cuando entramos felices y nos sumergimos contentos, entonando
himnos de utopía tan falsos como adormecedores. Ahora parece que la salvación
radica en agarrarse a la cifra mágica del 47% de independentistas frente al 53%
que dicen no serlo, según quieren hacer creer. Menudo éxito y menudo futuro se
dibuja en el horizonte. De manera que no más atrás de ocho años no llegaban al
20% y ahora nos alivia el 47. Claro, porque se desdibujó la tenue línea
divisoria entre nacionalismo y separatismo, de tal manera que aquéllos resultan
ser independentistas, como nunca ocultaron.
Miren, decía Renan que una agregación de
hombres crea una conciencia moral que se denomina Nación. Parece resultar
evidente, aquí tenemos más de una conciencia moral. Y nadie parece creer como es el nacionalismo el que engendra naciones, no a
la inversa, tal como nos enseña la historia
norteamericana, italiana, alemana o la francesa. Pero aquí son justamente los
nacionalismos los que obstaculizan desde hace más de cien años la creación y
consolidación de la nación española. Y lo vivimos y sufrimos hasta el
aburrimiento con el nacionalismo catalán e intermitentemente hasta la explosión
final lo veremos con el nacionalismo vasco. Podemos continuar con la
especulación de entretenimiento, pero el dogmatismo nacionalista, como el
religioso, ha sido y seguirá siendo la ideología que sostiene el proyecto
político de una nación, para constituirse en Estado. O para destruirlo.
Resulta insostenible que un bufón
impresentable, perteneciente a una chusma incendiaria a la que hace tiempo
debió aplicarse la Ley de Partidos, se presente ante la Nación constituida en
Cortes, se mofe de los parlamentarios que permanecen indignamente silentes y
rompa la Constitución en símbolo inequívoco de ciscarse en ella y no pasa nada.
Es insostenible que el representante ordinario y constitucional del Estado en
Cataluña se autoimpute de varios delitos de lesa traición de forma chulesca y
camorrista y cuando un año después la Justicia intenta citarlo, se declare en
“rebeldía democrática” y continúe como candidato en las elecciones golpistas
que cobardemente no encabeza. Pero claro, ahí está el ejemplar Padrino Pujol y
su famiglia en impune libertad y no pasa nada. Pero algo debe pasar para
impedir que esta clase política trincona, desvergonzada e ignorante nos hunda
en el abismo del regreso a la pobreza y la desesperación.
El intento de salvación, para evitar la
debacle que parece inevitable, pasa sin duda – tal como vengo defendiendo desde
hace años – por una reforma que consolide la forma federal simétrica y
cooperativa del Estado, manteniendo la monarquía como única marca unificadora
de la identidad nacional y estableciendo un nuevo Senado representante de los
entes federados, de los territorios. Que clarifique y defina las competencias
del Estado y de aquellos entes, identificando cada uno de ellos y derogando el
nefasto artículo 150,2. Restableciendo el Recurso previo de
inconstitucionalidad. Constitucionalizando las bases del sistema de
financiación, del régimen electoral, del Sistema Nacional de Salud y la
igualdad esencial de derechos y obligaciones de los ciudadanos en todo el
territorio nacional. Respetando la unidad de mercado y acabando con el caos
normativo tributario de los diversos territorios. Reduciendo el número de
municipios, potenciando su autonomía y suprimiendo las Diputaciones.
Despolitizando la Justicia y simplificando la propia reforma de la
Constitución. Todo un programa reformista,
mejorable sin duda pero necesario que debió abordarse en la legislatura Rajoy,
empleando el procedimiento agravado del artículo 168. Pero no se hizo y ya
veremos la chapuza regresiva que pueda llegar con la urgencia del caos político
que se avecina.
Esta hora clave de la Historia de España necesita
estadistas. Hombres y mujeres preparados, patriotas, generosos, con visión de
futuro que trabajen por dejar expedito el tejido nacional durante al menos,
cuarenta años, para abordar el desafío de mantener la libertad y procurar el
bienestar de un pueblo desorientado y balaguero, pero vitalista e imaginativo,
hundido en nueva crisis histórica.
Tenemos políticos honestos y de inmensa valía. Pero ya
ven, al frente de la socialdemocracia figura un hombre con tanta ambición como
falta de temple, preparación y visión de futuro, incapaz en su caso, de
contribuir con el hermoso legado recibido a luchar y defender el sistema de
instituciones y libertades que circulan por el occidente próspero y
desarrollado. Es hombre de pura imagen y discurso vacío, de pocas, inútiles o
perniciosas ideas. Quiere imitar la figura señera de F. González pero no pasa
del contorno de ZP. Y en lado del liberalismo conservador, Rajoy resulta un
contrapunto desesperante, con falta de brío imaginativo, rodeado de equipos
donde abundaron los corruptos y los fríos contables, insensibles y
desconectados de la realidad sociológica y política. A veces también de la
histórica. No fueron capaces de iniciar ni tan siquiera la necesaria
regeneración. Solo centrados en la salvación económica cuando ello no garantiza
para nada un pueblo más protagonista de su destino, más consciente de sus
responsabilidades, más solidario, más inmerso en el sistema democrático. Ahí
está el ejemplo de Navarra o de Gerona, digno de estudio y reflexión.
Quizá avance una nueva clase política moderada y libre,
sin ataduras de pasado o de pesados legados ideológicos, de quien cabe esperar
el inicio de una nueva etapa y donde poner la esperanza. Pero no hay tiempo,
solo el justo para reflexionar sobre la tragedia que puede representar una
involución iniciada con el nuevo año. No se si queda tiempo para arrancar la
barretina tan calada, que ciega nuestros ojos.