Artículo publicado en el DIARIO CÓRDOBA, el 4 de junio de 2013
LA AZOTEA
EL
MÉDICO
A PALOS
29 de Mayo 2013
En la comedia-farsa El
Médico
a Palos o a
su pesar,
de Moliere, seudónimo
de Jean-Baptiste Poquelin, una acerada crítica social en la Francia de mediados del XVII, el leñador metido a médico recomienda a la enferma
dieta a base de pan y vino, para al final diagnosticar que su mal es de amores.
Si la necesidad se convierte en virtud, podemos tomar esta alegre historia
literaria para tratar de sacar consecuencias a nuestros males, no precisamente
de “enfermo
imaginario”
al que también
caricaturiza Moliere, casualmente fallecido durante su representación.
Ya casi nadie discute que nuestro mal se prolonga en el
tiempo durante una década prodigiosa en la que nos jugamos la permanencia de la
Nación
española,
pilotada por la peor y más mediocre casta política, seguramente de los últimos cien años. El gran sabio renacentista y brillante economista Tamames,
lo ha definido con la síntesis del maestro: Zapatero era un iluminado, rodeado de
incompetentes. Me quedo con ella y como alumno agradecido que fui, me permito
actualizar que Rajoy es un incompetente, rodeado de iluminados. Y así vamos, dando tumbos sin más rumbo que el camino
incesante de vuelta al tercer mundo.
Claro, ellos, autosatisfechos como barones, se reúnen una y otra vez en busca de
una arcadia inexistente pero que invocan en cada vez más sofisticados e
indescriptibles tópicos,
alejados de una realidad profundamente injusta y dramática. Miren, la enfermedad de España ni es de amores, ni se cura
con pan y vino, ni nuestros galenos quieren conocer el remedio. Y encima, los
palos no los reciben ellos sino el enfermo en postración que somos nosotros. El mal de la Nación española es estructural porque yace prisionera de un Estado
elefantiásico,
extraordinariamente costoso, de financiación imposible y seriamente ineficaz. Si eso no se remedia, tampoco lo hará el camino hacia ningún sitio por el que nos
conducen. Claro que tiene momentos de mejoría muy entretenidos, observando
si la fiebre de la prima sube o baja. Pero todo temporal porque el mal se está cronificando.
Es que, en menos de año y medio tenemos un millón más de parados; la Corona ha
perdido la magia y la solidez que la justificaba; la justicia aparece como cada
vez más
injusta y la corrupción más angustiosa. Las instituciones han perdido respetabilidad
y dejado de ser predecibles. Los nacionalismos acechantes, amenazantes y
agresivos. Y nadie nos compensa la pérdida de liderazgo y presencia en la escena internacional. Nadie
pone fin a la subida de impuestos, a la bajada en la calidad y cantidad de las
prestaciones y servicios. Si nadie lo remedia, pronto le darán un tajo a las pensiones, un
sueño
inalcanzable. Y nadie quiere saber como se frena un déficit galopante, una deuda
creciente e impagable, una voracidad insaciable en la banca, una paralización inquietante de la economía.
Es que nos mintieron con descaro porque aquí no se tocó ni el gasto clientelar, ni el
productor de sociedad subsidiada. No quieren ni oir hablar de reducir ayuntamientos,
ni concejales, ni diputaciones, ni asesores, ni privilegios políticos, ni aforamientos anacrónicos, ni racionalizar el régimen competencial de las
administraciones públicas. Ni modificar radicalmente el Titulo VIII de la CE.
Aquí
todo puede seguir casi igual porque si hay vida, hay esperanza. Aunque sea la
alianza castrochavista.