LA AZOTEA
LA REBELIÓN CATALANA
2 de Octubre 2019
Ciertamente
asistimos a una lenta pero inexorable descristianización o desoccidentalización,
igual al caso. Seguramente podría y debería argumentarse que occidente ya desconoce,
porque olvidó hace tiempo, lo que diferencia su origen, principios, valores,
modo de vida, de otras culturas más fuertes, decisivas, para poder distinguirse
o hacerla diferente. Se diría que cuanto más se mezclan y fusionan con la
nuestra, más rápidamente borran los pilares sobre los que se construyó el logos
esencialmente europeo, que hizo florecer la razón ilustrada y el pensamiento
persuasivo. Es decir, se debilitan algunos de los pilares fundamentales del
orden liberal internacional y en consecuencia la posverdad nos inunda y arruina
hasta la democracia, que hizo de occidente el vértice de la civilización, el
progreso y el bienestar.
España,
dentro de una Europa siempre convulsa e indefinida, pero siempre fecunda, ha
destacado por su inestabilidad histórica y por su difícil construcción, aunque
obedeciendo secuencias ajustadas al tiempo y adelantándose a ellas en algún
caso, llegó a la unidad nacional cuando también en su espacio europeo planeaba
el surgimiento de naciones, la delimitación de fronteras y el ejercicio de
soberanías diferenciadas.
Hoy,
parece que una élite de iluminados quiere hacerle retroceder más de quinientos
años, cuando justamente el debate está en derribar las fronteras construidas
sin destruir las sociedades por ellas delimitadas, y poder recorrer un mundo
globalizado, donde solo la inteligencia y el conocimiento son capaces de
distinguir entre progreso y supervivencia; entre bienestar y carencia dependiente;
entre libertad y sometimiento.
Por
eso, el espectáculo de los diversos nacionalismos de la realidad española
resulta especialmente llamativo y doloroso. Van en dirección contraria de la
Historia y de la ciencia del pensamiento y las ideas políticas. Se les ve sumergiéndose,
ellos y los pueblos que dominan, en un mar oscuro de reaccionarismo e idiocia
colectiva. Pero nos están arrastrando a los demás que, seguramente, solo
deseamos una Nación unida, próspera y respetada en la comunidad internacional;
sin más pretensión que el sometimiento a la Constitución en tanto se encuentre
en vigor, la paz interior y exterior y la libertad individual y colectiva,
dentro del cumplimiento estricto de la ley y el respeto a las instituciones y
al Estado de derecho.
La
rebelión catalana está resultando un éxito espectacular, interior y exterior,
tras cuarenta años cuajando de forma sistemática e imparable. Incluso ha sufrido
un periodo violento y asesino, menos prolongado que el cruel salvajismo etarra,
y parece que superado por el método más eficaz, profundo y duradero de la
educación. Así, una generación tras otra
ha sido imbuida desde la escuela – con o sin inmersión lingüística- en el
catalanismo como nueva religión, el odio a España y lo español como mundo
indeseable y el secesionismo como meta colectiva irrenunciable, conducidos por
patriotas más o menos mediocres, pero tenaces en la consecución del objetivo.
Ciertamente
el camino va desde la escuela a la Universidad como espacio a recorrer, tal
como lo ha sido de manera sistemática. Pero aun siendo necesario o
imprescindible, no resultaba suficiente. Al servicio de la causa, llamada
proceso, se puso la sociedad entera. El mundo de la cultura y los intelectuales;
el espectáculo deportivo, el arte y los cuerpos sociales intermedios; la
Iglesia con su influencia y la fuerza de sus púlpitos; el mundo financiero y
empresarial; los sindicatos de trabajadores y sobre todo y fundamentalmente el
entramado, bien engrasado con dinero público, de los medios de comunicación
escritos o no, al servicio de lo mismo.
Pero
no habríamos llegado a esta situación casi irreversible, de no haber sido por
la protección y cobertura de un Estado acobardado, arrinconado, conducido por
incapaces y en algún caso traidores – estando en vigor el art. 102 CE - que
jamás creyeron en un proyecto común llamado España. Y ello, a pesar de contar
con una Constitución hermosa y suficiente, en algún caso de aplicación directa,
con artículos que van desde el 8 al 155, desde el 55 al 116, pero que temen
poner en marcha y prefieren la exclusiva utilización de un lenguaje vacío y
contraproducente, en continua referencia al diálogo que jamás concretarán. Han
preferido no solo cogobernar con insidiosos, robaperas y consumados
delincuentes como Pujol o peligrosísimos recogenueces como el impresentable
Arzalluz, antes que modificar la LO del R. Electoral General que cuenta ya con
35 años y concebida para una situación radicalmente distinta. Y desde la
llegada de la pesadilla Zapatero, inundando de ayuda financiera a la
Generalidad que aumentó su deuda con el Estado casi dieciséis veces, desde los
4.800 millones de 1994, alcanzando en este momento la astronómica cifra de
80.000 millones de euros que jamás devolverá.
De
manera que ya resulta hasta extemporáneo el artículo 155, por insuficiente,
innecesario e insostenible. Ya hay una masa mayoritaria educada en el
fanatismo, conducida por banda de visionarios y excitada en la rebelión por
partidos políticos tan antidemocráticos como antisistema y jaleada en los
medios de difusión financiados.
Freud, Durkhein, Merton o Max Scheler ya
definieron la anomia social, las “angustias pronunciadas o agudas”, el
resentimiento o la rebelión social. En Cataluña ya se desintegró el sistema de
valores. Pero si el resentimiento es sentimiento complejo que engloba odio,
envidia y hostilidad impotente, la rebelión organizada aprovecha ese vasto
depósito de descontentos y resentidos para la dislocación institucional y el
inicio de la rebelión. La acción política organizada comienza negando fidelidad
a la estructura vigente que la trasladan a nuevos grupos en posesión de nuevo
mito. En eso estamos y ese es el proceso: Cataluña en rebelión. Y enseguida País
Vasco/Navarra. Luego, ya veremos. Y el sanchismo en lo suyo, que desconoce
hasta Sánchez. Pues eso.