La Azotea de Javier Pipó
LA EUROPA RAPTADA
No
sabemos si cuando Zeus enamoró a la bella princesa libano/siria llamada Europa, fue en efecto seducción o secuestro, pero disfrazado de brioso toro blanco-
tal como maravillosamente dejó plasmado Tiziano – la subió a su lomo para llevarla hasta Creta.
Es mitología para recordar más allá de la interpretación histórica de Diez del
Corral o de Steiner y tratar de superar, en el pensamiento de Hegel, la presunta superioridad europea porque pasó el tiempo de ese mitológico rapto. Ahora a fuerza de
hibridación, Europa se diluye por ocupación y desarticulación de sus
estructuras tricentenarias, aunque siga ejerciendo como ejemplo de civilización avanzada basada en la
libertad, la igualdad y el progreso.
Ahora
tras la brutalidad del asesinato masivo de europeos y contra su modelo de
sociedad, cometido en territorio francés, es decir en nuestro territorio, es momento
de reflexionar sobre la incompatibilidad total, absoluta, irreconducible e
irreconciliable de dos mundos contrapuestos que representan la razón y el
pensamiento frente a la barbarie del fanatismo y el oscurantismo del medievo.
Ahora corresponde a Europa, sin necesidad de esperar decisión norteamericana,
articular respuesta que no puede ser otra que la defensa de los principios y
valores del más importante baluarte occidental de la democracia y el bienestar.
Parece acelerarse la segunda parte de la ocupación del modelo europeo,
dinamitando su fortaleza, extendiendo el pánico entre sus ciudadanos, forzando
la suspensión o debilitamiento de las garantías que definen la pervivencia de
un tipo de vida envidiable. La primera aún no finalizada, consiste en la
invasión de sus fronteras por millones de musulmanes que espoleados por crueles
conflictos provocados por el mismo fuego arrasador, harán cambiar las reglas
del modelo de vida en Europa. No es ni con mucho, la hora de inanes y letales
predicadores de diálogos y alianzas de civilizaciones porque están diluyendo la
que nos corresponde hacer perdurar.
Aquí
en España, en esta porción de Europa, vivimos el mismo momento decisivo, máxime
con elecciones trascendentes a poco más de un mes, necesitados de saber elegir
líderes sensatos, dotados de principios, de prudencia, de sabiduría, con sentido
de Estado, que sepan preservar la unidad nacional, el legado constitucional y
el encaje en el entramado de la defensa europea. Y quizá recordar el Contrato Social de Rousseau,
que en su prólogo expresa como un sistema democrático necesita
ciudadanos instruidos, dispuestos a un acuerdo no escrito pero firme, sinalagmático,
bilateral, mediante el cual mi derecho a votar sobre los asuntos públicos impone
el deber inexcusable de instruirme en ellos. Pero ya ven, estos modernos
jacobinos, defensores de la radicalidad improductiva y el rigorismo moral de
los bajos fondos, prefieren instruir al gentío sobre la memoria histórica del
resentimiento y la educación para la ciudadanía de la que mayormente desconocen
en qué pueda consistir aquella y a qué pueda referirse esta. De manera que de
la confusión bien instrumentalizada deviene un sistema atascado en mitad del
camino, donde casi resulta aventurado especular sobre la meta y las condiciones
de integridad y dignidad en que pueda alcanzarse.
Ciertamente han transcurrido ya casi cuarenta años,
ojalá que repetibles, permaneciendo en vigor una hermosa Constitución en cuyo
frontispicio figura la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político, como valores superiores de su ser imperecedero capaz de generar el
más importante catálogo de derechos, solo igualado por sociedades avanzadas,
casi todas ellas europeas. Pero no nos engañemos porque ese sistema resulta
cada vez menos valorado e incapaz de ser defendido de forma valiente y decidida
por una mayoría acobardada y entregada.
Estas
décadas han resultado muy fructíferas en la construcción de una sociedad
moderna, bien equipada en el bienestar económico, envidiable y envidiada, pero
se advierte miseria moral extendida por amplísimas capas sociales y demasiados ciudadanos
articulados en vetustas y anticuadas estructuras sociales, incapaces de mirar y
desplazarse al futuro porque una gruesa y pegajosa capa de resentimiento
paralizante les ata a un pasado oscuro y miserable. Pasado que parece
obligarles a mirar de reojo, como deslumbrados, ante ideas tan toscas como
inútiles, tan lesivas como arrasadoras de su dignidad como pueblo. Parece
extenderse el encantamiento por apóstoles de la palabrería innecesaria,
engañosa, con la galanura pasajera de la emoción que provocan mientras mienten.
Ya ven la deriva catalana, previsible, conducida por una clase política tan
traidora como trincona, pero jaleada por la mitad de una población que vive en lo
que Galbraith llamaba sociedad opulenta. Ya ven la deriva de ciudades otrora hermosas
y con futuro de progreso, conducidas a la chabacanería estúpida de predicadores
del populismo de tres al cuarto. Ya ven al joven socialdemócrata perdido en lo
que él creía no más difícil que conducir una asamblea de estudiantes,
intentando “blindar” en el nuevo texto constitucional que se adivina, alguno de
los disparates de su mal planteado programa electoral.
Pues
se avecina la hora de la verdad para evitar después arrepentimientos, casi
siempre inútiles. Es el rapto de España y Europa, pero tras vivir y soñar lo
que más importa es despertar.
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