La Azotea de Javier Pipó
LA MARSELLESA EUROPEA
Marchemos, hijos de la patria,
Que ha llegado el día de gloria
Contra nosotros, la tiranía alza
su sangriento pendón.
¿Oís en los campos el bramido
de aquellos feroces soldados?
¡Vienen hasta vosotros a degollar
a vuestros hijos y vuestras esposas!
Que ha llegado el día de gloria
Contra nosotros, la tiranía alza
su sangriento pendón.
¿Oís en los campos el bramido
de aquellos feroces soldados?
¡Vienen hasta vosotros a degollar
a vuestros hijos y vuestras esposas!
…Encadenadas nuestras manos,
Tendríamos que doblegar las frentes bajo el yugo!
Los dueños de nuestro destino
No serían más que unos viles déspotas
Tendríamos que doblegar las frentes bajo el yugo!
Los dueños de nuestro destino
No serían más que unos viles déspotas
Entresaco estos párrafos del
largo, vibrante e impulsivo texto de la Marsellesa, cantada por los que
marchaban desde Marsella para acabar con el ancien
régime representado por el guillotinado Luis XVI, y que estos días ha
resonado sin cesar por los medios de difusión europeos y en actos o
concentraciones sociales de variopinto contenido, al constituir para muchos un
patriótico alegato de movilización nacional. Como ocurrió precisamente en
Saint-Denis, es la Historia, entre la mofa del populacho cuando los
enterramientos de los antecesores de aquél, los absolutistas Luis XIV y XV. Bello
himno compuesto por el militar Rouget de Lisle, en trascendentes días de la
Gran Revolución que conmocionó Francia y trastornó el pensamiento político
occidental. La época que constituye uno de los mejores y más esperanzadores
episodios en la vida de la humanidad, en palabras de I. Berlin.
Es el recuerdo necesario de
esa mitad del siglo XVIII francés, de las Cartas
Persas de Montesquieu o las Cartas
sobre los Ingleses de Voltaire, del comienzo de la Ilustración y sobre todo
sus reflexiones posteriores contenidas en el Espíritu de las Leyes, el Diccionario
o la Enciclopedia, que agitaron en
profundidad y para siglos posteriores a las gentes ilustradas de Francia y de
Europa toda. Poco importa en consecuencia, si la Marsellesa puede ser
considerada himno nacional desde 1797 o desde 1879, reforzado por la esencial
Constitución de 1958, obra de De Gaulle, ese gigante del patriotismo y la
grandeur francesa. Importa su permanencia en la sucesión de generaciones,
porque representa la Nación en marcha. Es el himno a la libertad y la
emancipación. El himno con el que se inicia en Europa la modernidad, la
Ilustración. Es la huella que permanece hasta nuestros días. Son las ideas
mágicas de libertad, igualdad y fraternidad que se materializan en 1789 con los
Derechos del Hombre y del Ciudadano declaración
influida por la Constitución norteamericana y las ideas de Rousseau y
Montesquieu.
Ideas, principios y textos
que forjaron una sólida Nación, asentada en la civilización cristiana y que
junto a pensadores ingleses y alemanes constituyen una gran estructura de
libertad y progreso. Es verdad que la Europa del pensamiento y las ideas
políticas atraviesa una etapa de profunda crisis de valores al desdibujarse su
papel en el liderazgo y vanguardia de la humanidad, pero aún guarda las
principales esencias que la hicieron grandiosa en la creación intelectual, en los
campos de la literatura, la ciencia, la técnica y las artes.
De nada sirvió que Europa
acogiese con generosidad sin límite a millones de musulmanes, donde han podido gozar
del más importante catálogo de derechos y libertades, imposibles ni siquiera
desear en su mundo de origen. Mundo anclado en el medievo, incluso en aquéllos
países donde la infinita riqueza del petróleo les hace vivir en el lujo anclado
en estructuras sociales de otra era. Sin embargo rechazan o no pueden salvar
las barreras que desde dentro les impide integrarse en una sociedad respetuosa,
avanzada, en ofrecimiento continuo de sus infinitas posibilidades. Europa, tan
generosa como ingenua que en apuesta de alto riesgo no deja de plantear la
integración de Turquía en el ámbito comunitario, cuando hace solamente cien
años tiene lugar la batalla de Galípoli en lucha feroz de otomanos contra
franceses e ingleses, última de las innumerables en mil años. La confrontación
es imposible contener, desviar y mucho menos negociar. Se trata de mundos
irreconciliables donde parece que el expansionismo asesino del islamismo no
pueda convivir con sociedades abiertas y tolerantes alejadas de las guerras de
religión que ellos parecen vivir con plenitud.
De manera que tras los
sucesivos atentados en España, Gran Bretaña y los últimos de Francia, Europa
parece reaccionar con cierto vigor, aunque desconfiemos de su duración y
eficacia. Pero interesa resaltar que estos acontecimientos hacen resurgir la
idea de Nación – la Europa de las naciones gaullista, aunque en evolución- que se extiende por el ámbito de los
veintiocho, aunque muy matizada en España con los espectáculos grotescos y
peligrosos de la extrema izquierda y un sector desubicado del socialismo. Véase
la histriónica función del minutodesilencio de la socialista alcaldesa de
Córdoba.
Pero independientemente de lo
que veremos en este estresante mes, antes de las elecciones, hoy, más que
nunca, la Marsellesa es el himno europeo.
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