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sábado, 21 de noviembre de 2015

La Opinión de Javier Pipó. La Azotea


 

La Azotea de Javier Pipó

LA MARSELLESA EUROPEA

Marchemos, hijos de la patria,
Que ha llegado el día de gloria
Contra nosotros, la tiranía alza
su sangriento pendón.
¿Oís en los campos el bramido
de aquellos feroces soldados?
¡Vienen hasta vosotros a degollar
a vuestros hijos y vuestras esposas!

…Encadenadas nuestras manos,
Tendríamos que doblegar las frentes bajo el yugo!
Los dueños de nuestro destino
No serían más que unos viles déspotas

Entresaco estos párrafos del largo, vibrante e impulsivo texto de la Marsellesa, cantada por los que marchaban desde Marsella para acabar con el ancien régime representado por el guillotinado Luis XVI, y que estos días ha resonado sin cesar por los medios de difusión europeos y en actos o concentraciones sociales de variopinto contenido, al constituir para muchos un patriótico alegato de movilización nacional. Como ocurrió precisamente en Saint-Denis, es la Historia, entre la mofa del populacho cuando los enterramientos de los antecesores de aquél, los absolutistas Luis XIV y XV. Bello himno compuesto por el militar Rouget de Lisle, en trascendentes días de la Gran Revolución que conmocionó Francia y trastornó el pensamiento político occidental. La época que constituye uno de los mejores y más esperanzadores episodios en la vida de la humanidad, en palabras de I. Berlin.

Es el recuerdo necesario de esa mitad del siglo XVIII francés, de las Cartas Persas de Montesquieu o las Cartas sobre los Ingleses de Voltaire, del comienzo de la Ilustración y sobre todo sus reflexiones posteriores contenidas en el Espíritu de las Leyes, el Diccionario o la Enciclopedia, que agitaron en profundidad y para siglos posteriores a las gentes ilustradas de Francia y de Europa toda. Poco importa en consecuencia, si la Marsellesa puede ser considerada himno nacional desde 1797 o desde 1879, reforzado por la esencial Constitución de 1958, obra de De Gaulle, ese gigante del patriotismo y la grandeur francesa. Importa su permanencia en la sucesión de generaciones, porque representa la Nación en marcha. Es el himno a la libertad y la emancipación. El himno con el que se inicia en Europa la modernidad, la Ilustración. Es la huella que permanece hasta nuestros días. Son las ideas mágicas de libertad, igualdad y fraternidad que se materializan en 1789 con los Derechos del Hombre y del Ciudadano declaración influida por la Constitución norteamericana y las ideas de Rousseau y Montesquieu.

Ideas, principios y textos que forjaron una sólida Nación, asentada en la civilización cristiana y que junto a pensadores ingleses y alemanes constituyen una gran estructura de libertad y progreso. Es verdad que la Europa del pensamiento y las ideas políticas atraviesa una etapa de profunda crisis de valores al desdibujarse su papel en el liderazgo y vanguardia de la humanidad, pero aún guarda las principales esencias que la hicieron grandiosa en la creación intelectual, en los campos de la literatura, la ciencia, la técnica y las artes.

De nada sirvió que Europa acogiese con generosidad sin límite a millones de musulmanes, donde han podido gozar del más importante catálogo de derechos y libertades, imposibles ni siquiera desear en su mundo de origen. Mundo anclado en el medievo, incluso en aquéllos países donde la infinita riqueza del petróleo les hace vivir en el lujo anclado en estructuras sociales de otra era. Sin embargo rechazan o no pueden salvar las barreras que desde dentro les impide integrarse en una sociedad respetuosa, avanzada, en ofrecimiento continuo de sus infinitas posibilidades. Europa, tan generosa como ingenua que en apuesta de alto riesgo no deja de plantear la integración de Turquía en el ámbito comunitario, cuando hace solamente cien años tiene lugar la batalla de Galípoli en lucha feroz de otomanos contra franceses e ingleses, última de las innumerables en mil años. La confrontación es imposible contener, desviar y mucho menos negociar. Se trata de mundos irreconciliables donde parece que el expansionismo asesino del islamismo no pueda convivir con sociedades abiertas y tolerantes alejadas de las guerras de religión que ellos parecen vivir con plenitud.

De manera que tras los sucesivos atentados en España, Gran Bretaña y los últimos de Francia, Europa parece reaccionar con cierto vigor, aunque desconfiemos de su duración y eficacia. Pero interesa resaltar que estos acontecimientos hacen resurgir la idea de Nación – la Europa de las naciones gaullista, aunque en evolución-  que se extiende por el ámbito de los veintiocho, aunque muy matizada en España con los espectáculos grotescos y peligrosos de la extrema izquierda y un sector desubicado del socialismo. Véase la histriónica función del minutodesilencio de la socialista alcaldesa de Córdoba.

Pero independientemente de lo que veremos en este estresante mes, antes de las elecciones, hoy, más que nunca, la Marsellesa es el himno europeo.    

 

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