La Azotea de Javier Pipó
Para quien ha tenido paciencia,
curiosidad o simple interés en trastear el corazón palpitante de la Nación
española, intentando especular sobre su devenir, se encontrará bien orientado
para comprender el profundo abatimiento colectivo, la deriva imparable en que
quedó sumida. Le habrá bastado conocer algo de historia desde principios del
XIX; la etapa disolvente y letal de ZP y el posterior amorcillamiento de la
angelical política Rajoy. De manera que este extraño, infernal, ahogadizo verano,
servirá a muchos de reflexión y protección, aunque sea intelectual, de lo que
queda de este maldito 2015 y el ya veremos 2016, tan lleno de incógnitas como
de temores, fundados como nunca, eso sí.
Que las cuentas nacionales van
cuadrando la base sustentadora del sistema, es realidad objetiva y en
consecuencia incuestionable, aunque a los que esperan su asalto les resulte
contrario a guión exigible. Pero nunca España se encontró más desguarnecida de
principios y valores basados en la tradición cristiana y occidental, en la
ética social, en la moral pública, en el patriotismo cívico o en la utopía
colectiva como Nación. Ahora se goza o se sufre un intenso paganismo hortera,
patinado con populismo totalitario que todo lo inunda, confunde, nublando con
descaro la mente, a veces no tan ingenua, de generaciones sin distinción de
edad, cultura o extracción social a las que une un resentimiento extrañamente
compartido, más pendientes del ajuste de cuentas que del sacrificio personal,
de la revancha colectiva que del ejemplo honesto o el aporte creativo.
Ya ven el amotinamiento de
quienes accedieron al poder prometiendo
lo que jamás podrían cumplir dentro del marco constitucional y en consecuencia
entretienen a sus electores con mamarrachadas intolerables, ajenas al sentido
común cuando no con vulneraciones odiosas del ordenamiento jurídico. O el
espectáculo penoso, mediocre, inculto, vacío, presente en Ayuntamientos o
Comunidades Autónomas donde llegó el fuego arrasador de la revancha, haciendo
hoguera ni tan siquiera justiciera de normas que parecían arraigadas en el
comportamiento colectivo de un país con niveles más que confortables de
bienestar y poseedores de un inmenso patrimonio cultural y de experiencia
histórica que debería haberse traducido en sabiduría como pueblo.
Pero no crean que estos juegos
retóricos nada inocentes resulten insignificantes o carentes de trascendencia, porque
están favoreciendo el clima adecuado que permitirá el gran cambio del modelo social
a través del marco constitucional. Sin embargo hay quien cree que solo saneando
la economía; reduciendo el paro, el déficit y la deuda, la Nación recuperará el
pulso. Craso error. Ahí está Navarra, con la mayor renta individual de España,
entregada por votación mayoritaria a quienes solo pueden reconducirla al estancamiento
cuando no la pobreza. Ahí está Grecia que para salvar la miseria de una
población acostumbrada a vivir de prestado y guiada por una clase política
ruin, entrega el poder a quienes terminarán por hacer explotar un Estado en el
límite del crac. Jamás cumplirá sus compromisos, ni aún cuando llegue la hora
del tercer o cuarto rescate desde la decadente Europa. Aquí pueden palpar
Andalucía, cercana a los cuarenta años de poder corrompido hasta el tuétano;
estancada en los peores niveles de desarrollo; incapaz de aportar idea alguna ajena
al intervencionismo; siempre en la queja hacia el Estado; siempre con alguna
utopía por delante tan vacía como estúpida, pero arrastrando una población
ajena y feliz, confiada plenamente en la tutela del Estado que vela su patrimonio
y su desesperanza. Ahí queda Cataluña, con niveles e instituciones plenamente
europeos, pero sumida en frenesí de autodestrucción identitaria, siguiendo a
politicastros de tres al cuarto, dotados de menos razón que ambición desmedida
pero ya entregados con furia a la tarea imparable de la destrucción nacional.
Ya me dirán si de algo sirvió el
sacrificio de estos años de negra crisis que tantos sufrimientos está
ocasionando a una mesocracia estable desde hace casi cincuenta años. Aquí se
está imponiendo algo así como el “derecho al déficit”, el derecho a la
acumulación de deuda y se verá si se atiende la devolución, en función del
criterio sobre legalidad o legitimidad del insolvente de turno. De manera que
comienza una alocada y competitiva carrera de más gasto social, o de
“procedimientos de emergencia ciudadana” o los “rescates habitacionales” tan en
boga como la “pobreza energética”. Y venga bancos públicos como si la negra experiencia de
las Cajas hubiera ocurrido hace un siglo. Y otra vez las televisiones públicas de
cada cual como instrumento de mentalización y movilización, o como dice el
ilustre Ximo con más cursilería que hondura, “nuestro pueblo necesita tener un
ecosistema valenciano de comunicación”, Ahí queda eso. De manera que volveremos
al déficit a la carta o asimétrico, por mucho que digan con la boca chica
Montoro y la AIREF.
Nadie será capaz de reconocer en
voz alta, que tenemos el mayor déficit de la eurozona tras Chipre, en relación
al PIB, así como la mayor tasa de crecimiento de la deuda. Pero en vez de
reducir los gastos, reduciendo el Estado o de reformar el Estado, modificando
hasta el recuerdo el Título VIII de la CE; en vez de cambiar decididamente el
sistema de financiación de este disparate autonómico, desde la Administración
central se fomenta el dislate con un FLA tras otro, hasta los 62.600 millones en tres años – el agujero de las Cajas no
llegó a la mitad- de los que más de 11.000 corresponden a Andalucía. Y este año
más, porque estamos en elecciones y porque alguien creyó que la inercia
independentista de Cataluña la frena el dinero. Y nadie está dispuesto al
atisbo de un fracaso europeo que va desde la Europa de las Patrias a la Europa
de las Naciones y desde la Europa de las instituciones a la Europa de las
Regiones. En eso estamos. Pero hace mucho calor y hasta el Rhin baja su nivel,
a punto de colapsar el tráfico de las gabarras que alimentan el corazón
industrial de Europa.
Quizá el abrasador calor de este
2015, encienda una hoguera algo más que nacional. Ojalá el fresco del otoño y
el frío del invierno sean capaces de despertar a Rajoy de su larga siesta.