Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 31 de octubre de 2013

LA OPINIÓN de Javier Pipó



Hoy en la página seis, de Opinión, del "Diario Córdoba" se publica  

LA AZOTEA


PANORÁMICA


La situación española está demasiado encrespada para los que creímos que democracia consistía en vivir el sosiego de la libertad. Sufrimos estrés colectivo, con dificultad para ordenar tanto problema simultáneo y encontrar solución a tan complejo revoltijo de noticias, hechos y situaciones que dan tirantez y agobian la convivencia. Y no es posible libertad sin confianza ni democracia sin seguridad.

Se pierde confianza si el presente no hace viable un futuro mejor, donde el sistema político y económico esté al servicio de la mayoría, proporcionando una vida digna a los ciudadanos. Si el ordenamiento jurídico no facilita el acceso a una educación integral, con valores y principios para la convivencia responsable. Si se obstaculiza el libre desarrollo de todos y cada uno, según mérito y capacidad, para alcanzar una vida civilizada de bienestar y progreso. 

No existe seguridad, cuando la duda irrazonable se vuelve contra la estabilidad y permanencia de la nación, rehén de fuerzas disolventes que por egoísmo e intereses ajenos al bien común tratan de llevar al Estado hasta el empequeñecimiento suicida y final. Pero también, cuando la justicia se pone al servicio de la razón de Estado, olvidando que debe constituir el suelo y el techo de la democracia. O cuando la seguridad jurídica no es hilo conductor de continuidad y grandeza al desenvolvimiento de nuestro futuro.

Descorazonador, que la oposición con experiencia de gobierno y que será Gobierno, anuncie el borrado del ordenamiento jurídico de cuantas leyes salgan de la actual legislatura. Como si la Constitución no fuera lo único que puede unir a ambas formaciones políticas o tuviese lecturas contrapuestas o trazase modelos de sociedad distintos. Es el tejer y destejer perpetuo de una nación anquilosada, siempre en el pasado.

Por ello, democracia y libertad encuentran tanta dificultad para su permanencia estable en la nación. Se cronifican niveles crecientes de insatisfacción y frustración ante tanta apariencia innoble y aparatosa en esa pretensión imposible de poner la sociedad al servicio del Estado y no al contrario. Pero los poderes públicos deben iniciar una intensa pedagogía colectiva y explicar a los ciudadanos que en esta primera parte del siglo XXI, dos grandes males corroen España: el nacionalismo disgregador de dificilísimo retorno y la corrupción. Si ambos no encuentran solución urgente el futuro será incierto.

El nacionalismo no democrático, ninguno lo es, persevera alardeando de "hambre de poder atemperado por el autoengaño" en expresión de Orwel. Y además, exigiendo que se financie la ruina secesionista. La catalana, ahora. La vasca quizá mañana, cuando aterrice el ICO en Mondragón y finalice el paripé institucional de Bildu. Y el Estado, sin reducir tamaño, ni gasto, ni los impuestos. Pero sí disparando la deuda. Las CCAA, por ejemplo, esgrimiendo lista de agravios, preparadas y dispuestas al enfrentamiento y la insumisión, pero mantenIendo 166 legaciones en el extranjero, donde viajan miles de políticos de estas, del Estado y de los ayuntamientos. Y la corrupción que no cesa, colapsando una justicia no respetada y a veces no respetable.

Sí, es gran noticia el mínimo crecimiento en el tercer trimestre del año, pero no pierdo el temor a que la mejoría sea temporal, si no hay modificación estructural de la Constitución y el Estado. Qué gran nación en marcha de contar con instituciones inclusivas, políticos decentes y Estado razonable en su estructura y funcionamiento. Pero ya ven, los comunistas, llamando al derribo del Gobierno constitucional, sin elecciones, en la calle. Como hace 96 años. A la toma del nuevo "palacio de invierno". Qué horror.

El drama que vivimos, que en modo alguno debe terminar en tragedia, podría salvarse mediante un Gobierno de coalición PSOE/PP, presidido por alguien ajeno a ambas formaciones. Ello les permitiría vigilarse mutuamente y luchar denodadamente por salvar la dignidad de la nación. Una hermosa utopía, pero paso decisivo, histórico y constitucional.

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