NACIONALIDAD Y CORRUPCIÓN
7 de Septiembre 2013No puedo convenir en que la
monarquía constitucional y parlamentaria sea solución provisional previa a la
República, que decía Augusto Comte. Y ello a pesar de la insolente
provocación con que la extrema izquierda totalitaria tiene sometida a la Nación
mediante perseverante exhibición de símbolos de aquélla, como amenaza, como
anticipo de un proceso radical deseado. Como si una república fuera sinónimo de
desorden, previo al asalto final. Añoran el fracaso golpista y revolucionario
de 1934, con la esperanza de no volver a equivocarse.
Y es que perciben y aprovechan
una nación desfallecida, debilitada por la crisis moral y económica; con un
nacionalismo rampante, retador, desbordado, imparable; con una corrupción
generalizada que desprestigia y genera un coste económico gigantesco; con
instituciones amparadoras de la impunidad; con una cúspide del Estado en
declive físico y ético; con la juventud no solo sin trabajo sino sin esperanza;
con una clase política a la que a la que se debería exigir, decir lo importante
sin mentir y ahorrar las palabras insignificantes del discurso.
Ahora vivimos la reafirmación
del principio de las nacionalidades definido en 1916 por Rovira y Virgili:
identificación como pueblo; conciencia nacional y autodeterminación. Nacionalidad que como virus
troyano se introdujo en la Constitución de 1978 por el empeño de políticos
ansiosos de pasar a la historia, a pesar de que intelectuales como Marías,
avisaban no ser lugar adecuado para introducir la acepción. Desde entonces
caminamos hacia la disolución, soportando el engendro de naciones sin Estado en
busca de autogobierno, de derecho a decidir.
Y ahora se argumenta con
descaro un tercer intento, una tercera vía, como si la experiencia del fracaso
colectivo de España y sus nacionalidades no contara. Quizá mera especulación
sobre la forma federalista, para salir del paso, para diferenciarse de los
conservadores, para rellenar un páramo ideológico que dura treinta años. Es
como iniciar un nuevo camino de destrucción definitiva del entramado nacional.
Se mira con agrado que la
inquieta y voluntariosa Susana Díaz haya iniciado un camino revisionista de la
época Zapatero de tan funestas consecuencias. Es verdad que la crítica fue
seguida de una bobada tan notoria como el eslogan de la catalanofobia, pero
parece que tras ella hay un movimiento de cierto interés que sin duda
regeneraría la esperanza. Una buena hoja de ruta está contenida en el documento
de la Fundación A. Perales. Sería buen comienzo.
La cuestión nacionalista es
pues urgente abordar ahora, con el paraguas de la UE, antes que la ruina nos
aplaste. Cuando finalice 2013, el Estado habrá empleado más de 70.000 millones
de euros en sostener la disparatada Administración territorial. Así se desliza
por el alocado camino de la deuda que traspasando el 100% del PIB, punto de “no
retorno”, hará el crecimiento muy difícil. Sin embargo Cataluña está
arruinada, con deuda superior a 51.000 millones de euros y casi todas las
Comunidades y gran parte de la Administración Local en morosidad creciente
imposibilitando el intercambio económico y propiciando el paro.
Sobre la corrupción, la capa
que todo tapa, la Presidenta de Andalucía dice sentirse avergonzada. Debería
evitar aspavientos teatrales a los que parece prontamente aficionada. La corrupción se combate desde
la escuela, inculcando valores y principios, formando ciudadanos temerosos de
incumplir la Ley; facilitando una sociedad civil exigente, interesada en la
cosa pública. Seleccionando dirigentes preparados, sólidos, con profesiones
previas. Haciendo que el intervencionismo invada sólo lo necesario, por su
vocación a instalar la corrupción en la política y la sociedad. Dando ejemplo
desde las alturas del sistema, para evitar una atmósfera corrupta que llegue a
sus confines.
Si la corrupción les
avergüenza, restablezcan los controles internos que desmantelaron. Doten una
Intervención respetada, con los mejores funcionarios, independientes,
inamovibles, con medios jurídicos y materiales viables. Y menos médicos porque
el mal ya está diagnosticado, salvo que quieran gestionar con recetas
disparatadas la enfermedad infecciosa y terminal de una Hacienda previa y
mortalmente inoculada. La corrupción se combate en
definitiva, con un sistema educativo que forme ciudadanos amantes de la
libertad responsable y de leyes sabias y exigentes que se cumplan, como las
penas impuestas, sin indultos. Platón, se inclinaba por un
régimen mixto, combinando la monarquía, es decir la sabiduría, con la
democracia, es decir la libertad. Pues eso.
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