Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

sábado, 19 de octubre de 2013

La Opinión de Javier Pipó


LA AZOTEA

EL PANORAMA
19 de Octubre 2013
 

La situación española está demasiado encrespada para los que creímos que la democracia consistía en vivir el sosiego de la libertad. Es un estrés colectivo con dificultad para la ordenación de tanto problema simultáneo en una sociedad desorientada, incapaz de encontrar solución a tan complejo revoltijo de noticias, hechos y situaciones que dan tirantez y agobian la convivencia. Y no es posible libertad sin confianza ni democracia sin seguridad.

Se pierde confianza si el presente no hace viable un futuro mejor, donde el sistema político y económico esté al servicio de la mayoría y sea capaz de proporcionar una vida digna a los ciudadanos. Si el ordenamiento jurídico no facilita el acceso a una educación integral, con valores y principios para la convivencia responsable. Si se obstaculiza el libre desarrollo de todos y cada uno, según mérito y capacidad para alcanzar una vida civilizada de bienestar y progreso. Y no existe seguridad cuando la duda irrazonable se vuelve contra la estabilidad y permanencia de la Nación, rehén de fuerzas disolventes que por egoísmo e intereses ajenos al bien común tratan de llevar al Estado a su centrifugación hasta el empequeñecimiento suicida y final. Pero también, cuando la Justicia se pone al servicio de la razón de Estado, olvidando que debe constituir el suelo y el techo de la democracia. O cuando la seguridad jurídica no es hilo conductor que da continuidad y grandeza al desenvolvimiento de nuestro futuro. Resulta descorazonador que la oposición con experiencia y futuro de gobierno, anuncie el borrado del ordenamiento jurídico de cuantas Leyes salgan de la actual Legislatura, como si la Constitución no fuera lo único que puede unir a ambas formaciones o tuviese lecturas contrapuestas o trazase dos modelos de sociedad distintos. Es el tejer y destejer perpetuo de una Nación anquilosada siempre en el pasado.

Por todo ello, democracia y libertad encuentran tanta dificultad para su permanencia estable en la Nación. Se cronifican niveles crecientes de insatisfacción y frustración ante tanta apariencia innoble y aparatosa en esa pretensión imposible de poner la sociedad al servicio del Estado y no al contrario. Pero los poderes públicos deben iniciar una intensa pedagogía colectiva y explicar a los ciudadanos que en esta primera parte del siglo XXI, los dos grandes males de España se concretan en el nacionalismo disgregador de dificilísimo retorno y la corrupción. Si ambos no encuentran una solución urgente, el futuro será muy incierto. 

El nacionalismo no democrático, ninguno lo es, persevera en el alarde de hambre de poder atemperado por el autoengaño, en expresión de Orwel. Y además, exigiendo que se financie la ruina y la locura secesionista. La catalana, ahora. La vasca quizá mañana, cuando aterrice el ICO en Mondragón y finalice el paripé institucional de Bildu. Y el Estado sin reducir su estructura, ni el gasto, ni los impuestos. Pero sí disparando la deuda. Las CC.AA. por ejemplo, mantienen 166 legaciones en el extranjero donde viajan miles de políticos de estas, del Estado y de los Ayuntamientos, en estadística que avergüenza. Y todas con su lista de agravios preparada.

Y la corrupción que no cesa y colapsa una Justicia no respetada y a veces no respetable. Deben cesar las estadísticas que buscan complicidad en el desastre del medio plazo, porque si los informes internacionales resultan favorables y me alegro, no se debe desconocer que la mejora tendrá carácter provisional. Quizá se debería aprovechar esta posible bonanza para reflexionar sobre el giro hacia el desarrollo que esta Nación daría, de contar con instituciones inclusivas, políticos decentes y Estado razonable en su estructura y funcionamiento.

Debería intentarse un Gobierno de coalición PSOE/PP, presidido por alguien ajeno a ambas formaciones que les permitiera vigilarse mutuamente y luchar denodadamente por salvar la dignidad de la Nación. Es hermosamente utópico, pero tan constitucional como histórico y desde luego un paso decisivo.

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