LA AZOTEA
EL PANORAMA
19 de Octubre 2013
La situación española
está demasiado encrespada para los que creímos que la democracia consistía en
vivir el sosiego de la libertad. Es un estrés colectivo con dificultad para la
ordenación de tanto problema simultáneo en una sociedad desorientada, incapaz
de encontrar solución a tan complejo revoltijo de noticias, hechos y
situaciones que dan tirantez y agobian la convivencia. Y no es posible
libertad sin confianza ni democracia sin seguridad.
Se pierde confianza
si el presente no hace viable un futuro mejor, donde el sistema político y
económico esté al servicio de la mayoría y sea capaz de proporcionar una vida
digna a los ciudadanos. Si el ordenamiento jurídico no facilita el acceso a una
educación integral, con valores y principios para la convivencia responsable.
Si se obstaculiza el libre desarrollo de todos y cada uno, según mérito y
capacidad para alcanzar una vida civilizada de bienestar y progreso. Y no existe seguridad
cuando la duda irrazonable se vuelve contra la estabilidad y permanencia de la
Nación, rehén de fuerzas disolventes que por egoísmo e intereses ajenos al bien
común tratan de llevar al Estado a su centrifugación hasta el empequeñecimiento
suicida y final. Pero también, cuando la Justicia se pone al servicio de la razón
de Estado, olvidando que debe constituir el suelo y el techo de la democracia.
O cuando la seguridad jurídica no es hilo conductor que da continuidad y
grandeza al desenvolvimiento de nuestro futuro. Resulta descorazonador que la
oposición con experiencia y futuro de gobierno, anuncie el borrado del
ordenamiento jurídico de cuantas Leyes salgan de la actual Legislatura, como si
la Constitución no fuera lo único que puede unir a ambas formaciones o tuviese
lecturas contrapuestas o trazase dos modelos de sociedad distintos. Es el tejer
y destejer perpetuo de una Nación anquilosada siempre en el pasado.
Por todo ello,
democracia y libertad encuentran tanta dificultad para su permanencia estable
en la Nación. Se cronifican niveles crecientes de insatisfacción y frustración
ante tanta apariencia innoble y aparatosa en esa pretensión imposible de poner
la sociedad al servicio del Estado y no al contrario. Pero los poderes
públicos deben iniciar una intensa pedagogía colectiva y explicar a los
ciudadanos que en esta primera parte del siglo XXI, los dos grandes males de
España se concretan en el nacionalismo disgregador de dificilísimo retorno y la
corrupción. Si ambos no encuentran una solución urgente, el futuro será muy
incierto.
El nacionalismo no
democrático, ninguno lo es, persevera en el alarde de hambre de poder
atemperado por el autoengaño, en expresión de Orwel. Y además, exigiendo que se
financie la ruina y la locura secesionista. La catalana, ahora. La vasca quizá
mañana, cuando aterrice el ICO en Mondragón y finalice el paripé institucional
de Bildu. Y el Estado sin
reducir su estructura, ni el gasto, ni los impuestos. Pero sí disparando la
deuda. Las CC.AA. por ejemplo, mantienen 166 legaciones en el extranjero donde
viajan miles de políticos de estas, del Estado y de los Ayuntamientos, en
estadística que avergüenza. Y todas con su lista de agravios preparada.
Y la corrupción que
no cesa y colapsa una Justicia no respetada y a veces no respetable. Deben cesar las
estadísticas que buscan complicidad en el desastre del medio plazo, porque si
los informes internacionales resultan favorables y me alegro, no se debe desconocer
que la mejora tendrá carácter provisional. Quizá se debería aprovechar esta
posible bonanza para reflexionar sobre el giro hacia el desarrollo que esta
Nación daría, de contar con instituciones inclusivas, políticos decentes y
Estado razonable en su estructura y funcionamiento.
Debería intentarse un
Gobierno de coalición PSOE/PP, presidido por alguien ajeno a ambas formaciones
que les permitiera vigilarse mutuamente y luchar denodadamente por salvar la
dignidad de la Nación. Es hermosamente
utópico, pero tan constitucional como histórico y desde luego un paso decisivo.
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