LA AZOTEA
EL LABORATORIO
Javier Pipó Jaldo
Cuando el pasado 19 de abril se constituyó el Parlamento andaluz, el alcalde de Marinaleda aprovechó un resquicio de democracia formal para lanzar una soflama por la democracia popular. Todo ello ante el semblante sonriente del resto de diputados, crecidos en su papel de guardianes del sistema que permiten el verso suelto del inquieto y extravagante revolucionario. Este vivo político de cultivada estética guevarista, es una mezcla de estalinismo y castrismo. Un canto a la libertad. Dirige a su pueblo por la senda de la utopía, a medio camino entre Tomás Moro y Carlos Marx, entre la “comunidad cooperativa” y el socialismo real. Su iluminismo providencialista preside el municipio desde hace casi treinta años y se sucederá así mismo de forma vitalicia porque dos generaciones de ciudadanos alucinan con su ayuntamiento que vela por la educación, el modo de vida y el patrimonio material y moral de cada uno de ellos.
Este virus de la mejor cepa inoculado en la Andalucía profunda, inquieta porque el líder resulta ser socio ideológico y de partido del próximo vicepresidente y mandamás del Gobierno andaluz, de progreso.
Fuera, una democracia inútilmente permisiva con quien agita su ordenamiento jurídico no sabe cómo ni cuando desenmascarar ese parque jurásico del comunismo.
Pues invito a los progresistas de Amaiur y aledaños, que ya tienen fajín de
prebostes de la cosa, llave de la hacienda foral y cupo ya veremos, a realizar cursos de socialismo en el sur y llevar la experiencia a su hermosa tierra donde se oye el cambio de quienes votaron por el “vivan las caenas”.
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