Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

sábado, 26 de diciembre de 2015

La Opinión de Javier Pipó


La Azotea de Javier Pipó

DESDE PALACIO
   Este país, caminando siempre por el filo de la navaja, acoge en algunos rincones del reaccionarismo sectario sorpresa maliciosa por diez minutos de rigor, sentido común y respeto al juego limpio de la tradición y la Historia. Y lo digo, tras escuchar algunos disparatados comentarios sobre el mensaje de Felipe VI, desde el espectacular Salón del Trono del Palacio Real de Madrid. Y eso en una Nación de tradición monárquica, al considerar que en trescientos años, desde la llegada de los Borbones o doscientos, desde el comienzo del constitucionalismo, solo quedó interrumpida por poco menos de siete de republicanismo y 36 de franquismo. Pero ya ven, en la Ley de Sucesión de 1946 se declara "Estado constituido en Reino", es decir Reino sin Rey, con similitud al actual momento en el que parece existir un Rey sin Reino. Es duro y constante el empeño ideológico por desprestigiar y acabar con la monarquía, con independencia de su presencia en ejemplares países europeos de prosperidad y democracia acreditadas. El Estado de Derecho se asienta en los principios de legalidad, constitucionalidad, división de poderes y prevalencia de los derechos fundamentales. Por ello, la forma monárquica es pura adjetivación, porque el interés radica en que sea parlamentaria y constitucional. Es igual porque la tabarra republicana continuará mayormente asociada a la agitación revolucionaria.
  El exquisito e importante mensaje del Rey es práctica habitual en los Jefes de Estado, aunque no sea función expresamente incluida en la Constitución, pero sí derivada de las funciones que tiene atribuidas por los artículos 56, 62 y 63. Y entre ellas destaca la de moderar el funcionamiento regular de las instituciones. Es pues, como expresa Jorge de Esteban, poder moderador y en consecuencia neutral. En el Título II se habla de Corona y no de Rey, porque desde 1978 es simplemente uno de los órganos del Estado, cuyo titular es el Rey que desempeña la Jefatura del Estado. De manera que siendo órgano institucionalizado está dotado de funciones propias, como la moderadora, en el ejercicio de su auctoritas - es decir, capacidad para influir - pero no de potestas.
  Y eso es que lo que hizo en su mensaje de moderación. Advertir y estimular para influir, una vez ejercitado su derecho a ser consultado. Y en momento especialmente delicado tanto en el exterior, en Europa, como en el interior. Aquí preocupa, desde la paralización institucional ante la extrema dificultad para proponer un candidato a Presidente del Gobierno- donde su función arbitral juega con cierto margen de discrecionalidad constitucionalizada- hasta el reto gravísimo de la rebelión catalana, pasando por el difícil trago del enjuiciamiento de la Infanta Cristina en próximos días.
  Pero ha sabido retener las emociones, mostrando al mundo de la política la singularidad del profesional concienzudamente preparado tras un aprendizaje largo y fructífero a lo largo de años intensos que ahora, le permiten contemplar la realidad con el distanciamiento de la sabiduría acumulada. De ahí el rigor y el vigor del mensaje colocado ante los españoles, advirtiendo de los riesgos de la falta de respeto al orden constitucional y de la decadencia, el empobrecimiento y el aislamiento ante el rompimiento de la unidad nacional. Es lo normal, pero nunca visto, en quien posee el título de Rey de España, definida en la Constitución como entidad superior, muy superior a las nacionalidades y regiones que la integran.
  Ya digo, ahora, muy pronto, ejercitará su función arbitral para intentar sacar del atolladero político en que se encuentra la Nación, aún anestesiada por los festejos opulentos que estos días ocupan corazón y vientre de millones de españoles. Descalabrado el bipartidismo, despreciado por la extrema izquierda y la ingenuidad inmadura de C´s, y derrumbada con más pena que gloria la mayoría absoluta de Rajoy, el Rey jugará un papel trascendente hasta conseguir proponer un candidato a Presidente de Gobierno estable o convocar unas peligrosas y desestabilizadoras elecciones generales. Menudo marrón le corresponde para quien solo contaba diez años cuando entró en vigor la Constitución que ahora parece discutida y discutible y solo lleva uno y medio de Jefe del Estado, es decir con Santi Romano, "presidente de los órganos constitucionales del Estado". Aunque en cualquier caso, parece tiempo suficiente para estar a la altura de la dignidad de la Institución y de la Historia y no de Podemos, como reclaman con descaro. Para bien de todos
 

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