La Azotea de Javier Pipó
DESDE PALACIO
Este país, caminando siempre por el filo de
la navaja, acoge en algunos rincones del reaccionarismo sectario sorpresa
maliciosa por diez minutos de rigor, sentido común y respeto al juego limpio de
la tradición y la Historia. Y lo digo, tras escuchar algunos disparatados
comentarios sobre el mensaje de Felipe VI, desde el espectacular Salón del
Trono del Palacio Real de Madrid. Y eso en una Nación de tradición monárquica,
al considerar que en trescientos años, desde la llegada de los Borbones o
doscientos, desde el comienzo del constitucionalismo, solo quedó interrumpida
por poco menos de siete de republicanismo y 36 de franquismo. Pero ya ven, en
la Ley de Sucesión de 1946 se declara "Estado constituido en Reino",
es decir Reino sin Rey, con similitud al actual momento en el que parece
existir un Rey sin Reino. Es duro y constante el empeño ideológico por
desprestigiar y acabar con la monarquía, con independencia de su presencia en
ejemplares países europeos de prosperidad y democracia acreditadas. El Estado de
Derecho se asienta en los principios de legalidad, constitucionalidad, división
de poderes y prevalencia de los derechos fundamentales. Por ello, la forma
monárquica es pura adjetivación, porque el interés radica en que sea
parlamentaria y constitucional. Es igual porque la tabarra republicana
continuará mayormente asociada a la agitación revolucionaria.
El exquisito e importante mensaje del Rey
es práctica habitual en los Jefes de Estado, aunque no sea función expresamente
incluida en la Constitución, pero sí derivada de las funciones que tiene
atribuidas por los artículos 56, 62 y 63. Y entre ellas destaca la de moderar
el funcionamiento regular de las instituciones. Es pues, como expresa Jorge de
Esteban, poder moderador y en consecuencia neutral. En el Título II se habla de
Corona y no de Rey, porque desde 1978 es simplemente uno de los órganos del
Estado, cuyo titular es el Rey que desempeña la Jefatura del Estado. De manera
que siendo órgano institucionalizado está dotado de funciones propias, como la
moderadora, en el ejercicio de su auctoritas - es decir, capacidad para influir
- pero no de potestas.
Y eso es que lo que hizo en su mensaje de
moderación. Advertir y estimular para influir, una vez ejercitado su derecho a
ser consultado. Y en momento especialmente delicado tanto en el exterior, en
Europa, como en el interior. Aquí preocupa, desde la paralización institucional
ante la extrema dificultad para proponer un candidato a Presidente del Gobierno-
donde su función arbitral juega con cierto margen de discrecionalidad
constitucionalizada- hasta el reto gravísimo de la rebelión catalana, pasando
por el difícil trago del enjuiciamiento de la Infanta Cristina en próximos
días.
Pero ha sabido retener las emociones,
mostrando al mundo de la política la singularidad del profesional
concienzudamente preparado tras un aprendizaje largo y fructífero a lo largo de
años intensos que ahora, le permiten contemplar la realidad con el
distanciamiento de la sabiduría acumulada. De ahí el rigor y el vigor del
mensaje colocado ante los españoles, advirtiendo de los riesgos de la falta de
respeto al orden constitucional y de la decadencia, el empobrecimiento y el
aislamiento ante el rompimiento de la unidad nacional. Es lo normal, pero nunca
visto, en quien posee el título de Rey de España, definida en la Constitución
como entidad superior, muy superior a las nacionalidades y regiones que la
integran.
Ya digo, ahora, muy pronto, ejercitará su
función arbitral para intentar sacar del atolladero político en que se
encuentra la Nación, aún anestesiada por los festejos opulentos que estos días
ocupan corazón y vientre de millones de españoles. Descalabrado el
bipartidismo, despreciado por la extrema izquierda y la ingenuidad inmadura de
C´s, y derrumbada con más pena que gloria la mayoría absoluta de Rajoy, el Rey
jugará un papel trascendente hasta conseguir proponer un candidato a Presidente
de Gobierno estable o convocar unas peligrosas y desestabilizadoras elecciones
generales. Menudo marrón le corresponde para quien solo contaba diez años
cuando entró en vigor la Constitución que ahora parece discutida y discutible y
solo lleva uno y medio de Jefe del Estado, es decir con Santi Romano,
"presidente de los órganos constitucionales del Estado". Aunque en
cualquier caso, parece tiempo suficiente para estar a la altura de la dignidad
de la Institución y de la Historia y no de Podemos, como reclaman con descaro.
Para bien de todos
No hay comentarios:
Publicar un comentario