La Azotea de Javier Pipó
LA SUERTE ECHADA
En
una jornada electoral, depositando de manera más o menos ilusionada un simple
voto, quizá el sistema democrático se juega parte del contenido trascendental
de una nación, porque el resultado será considerado censura o apoyo al liderazgo
de los representantes electos o al modelo de sociedad que defienden. Es el
hermoso riesgo de la democracia, siempre necesario aunque nunca suficiente,
como nos enseñan los recientes y paradigmáticos casos de Argentina y Venezuela.
Pero también constatamos como en sistemas muy consolidados la baja
participación obliga a considerarla manifestación de confianza rutinaria del
ciudadano, tanto en las instituciones del sistema como en la profesionalidad
patriótica de los representantes y salvo cuestiones que afectan a derechos,
libertades o bienestar, apenas despiertan necesidad de concurrir a validar o
invalidar la acción política de la legislatura. El sistema es indiscutible y en
consecuencia siempre está a salvo, como hábito de los que conciben la política
como medio para administrar lo común y dirigir un pueblo organizado en Estado,
hacia la prosperidad colectiva. Y no como fin en sí mismo, hipotecado por una
clase política ambiciosa y mediocre o de iluminados de ocasión, instalados en el poder para sucederse así
mismos, como ya quedó para la historia en los casos de Andalucía o Cataluña.
A
tres días de la jornada electoral, seguramente de participación masiva,
deberíamos preguntarnos en que grupo de los citados podemos ubicarnos. Desde
luego entre los pueblos avanzados regidos por una modélica Constitución –
salvando el agujero negro de su Título VIII- que ha permitido los mejores años
de los últimos doscientos cincuenta y acrecentado un sólido patrimonio
científico, cultural, tecnológico y educativo equiparable a las naciones de
vanguardia. Pero esa envidiable posición hay que saber mantenerla, defenderla y
acrecentarla en la medida de lo posible y no puede quedar al albur de unas
elecciones donde los ciudadanos acuden con el temor fundado de un riesgo cierto
de ruptura con principios y valores que se creían firmes y de imposible
retroceso.
La
batalla contra el llamado bipartidismo ha sido feroz en los medios de
comunicación y en las peroratas de aquellos aprendices de estadistas,
ilusionados en ocupar el espacio de dos ideologías centenarias que protagonizan
dos partidos debilitados por sus errores, contradicciones y ambiciones
corruptas. No conozco argumento alguno que con solidez sea capaz de argumentar
lo negativo de la alternancia entre sistemas ideológicos que desde la
centralidad sean capaces de aglutinas aquéllas formaciones a derecha e
izquierda hasta los alveolos de la pluralidad social. Tras trescientos años de
activismo político en los regímenes democráticos nada ha sido capaz de
sustituir al liberalismo más o menos conservador y al socialismo templado o más
radical, girando alrededor de las ideas motrices de libertad, progreso e
igualdad. Y resulta indiferente para los intereses generales de la nación si
los partidos hegemónicos se llaman PP o PSOE porque lo único a defender son los
principios, valores y modelo de sociedad que hacen posible y deseable el
desarrollo y potenciación de aquellas ideas motoras.
España,
vuelve a estar en una encrucijada histórica. En el exterior y como siempre
desde Carlos V, involucrada con el destino de Europa. En el interior, algo
exhausta y agobiada por la desesperanza. Pero la Europa de ahora, con
dificultad avanza en la concepción de su Unión política, como reclamaba en 1946
W. Churchill o Adenauer, de Gasperi, Monnet, Schuman o Spaak. A pesar de los
logros en la unión económica, Gran Bretaña votará su permanencia y si abandona
la Unión seguramente acabará el sueño europeo. Y además, la pegajosa crisis
económica poniendo en riesgo logros de la sociedad del bienestar y generando
movimientos de intransigencia radical de izquierdas neocomunistas, cuando no de
claro nazifascismo totalitario. Y la tensión permanente del terrorismo
invisible y el asalto de las fronteras por millones de seres humanos huyendo
del barbarismo yihadista. Europa requiere nuevos hombres de Estado que sepan
liderar un proyecto en riesgo de perder el más antiguo baluarte de la
civilización cristiana y occidental.
En
el interior, el desaliento tiene forma de paro que ya parece estructural; de
corrupción que inunda hasta los recintos más a resguardo de sobresaltos; de
rabia al contemplar la inutilidad de un Estado troceado, ineficiente, manirroto
y de imposible financiación; de un nacionalismo crecido en el desafío diario a
la propia Constitución. Y mientras, una Seguridad Social con más de 50 años de
historia que languidece camino de su ruina; de un sistema nacional de salud que
nunca fue nacional y que ahora pierde esplendor en proporción a la merma de su
financiación; de una educación de baja calidad, torpe, ideológica y
sectariamente orientada por la peor izquierda desde 1990 o de unas CCAA sin
sistema de financiación, a base de FLA´s o flo´s que solo sirven para aumentar
la deuda hasta su igualación con la producción nacional, camuflando una solución
posible solo en la reforma constitucional.
Creo
carecemos de estadistas capaces de hacer frente a estos y otros tremendos
desafíos interiores y exteriores de España. Ya hemos visto la lección patética
del peligroso Zapasanchez, retador, tabernario, faltón, sin formas elementales
de educación y finura política. Su grosería le incapacita para gobernar la
Nación pero no para hundir la socialdemocracia. Solo queda la incógnita de C´s
en el centro izquierda y la derecha moderada y a veces liberal del PP. Si no
llegan a un acuerdo de legislatura, incluso con alternancia en la Jefatura de Gobierno,
el resbalón volverá a ser histórico.
Si
nos abandona la inteligencia colectiva que no lo haga la suerte. Pasado el
rubicón del domingo, alea jacta est.
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