Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La Opinión de Javier Pipó


 

La Azotea de Javier Pipó

LA BARRETINA NACIONAL

 

A mí desde luego para nada me impresionó el resultado. Era de esperar y quizá quedó corto para la dimensión que había tomado la sedición, preparada concienzudamente durante los últimos treinta años, alentada por instituciones ajenas al ordenamiento jurídico y apoyada por el buenismo ideológico que está devastando el tejido esencial de la inteligencia nacional.

Resulta patético el recuento que del resultado realiza buena parte de la clase política, de los creadores de opinión y medios de comunicación, ante la ausencia demoledora de la intelectualidad española que asiste impertérrita al desmoronamiento de un sistema otrora brillante y vanguardista pero que ante el panorama ruin y desolador que se adivina, de nuevo parece preparar las maletas para la huida. Como el dinero temeroso saliendo despavorido hacia refugios de estabilidad, seguridad jurídica y libertad creativa. O el que dejó de entrar y desvía su inversión hacia mercados más seguros y prometedores.

Y aquí estamos, nuevamente empantanados y a la espera del incierto y temeroso diciembre, en una inmensa ciénaga de corrupción e inmoralidad, sin saber como salir de ella pero manteniendo fresco el recuerdo de cuando entramos felices y nos sumergimos contentos, entonando himnos de utopía tan falsos como adormecedores. Ahora parece que la salvación radica en agarrarse a la cifra mágica del 47% de independentistas frente al 53% que dicen no serlo, según quieren hacer creer. Menudo éxito y menudo futuro se dibuja en el horizonte. De manera que no más atrás de ocho años no llegaban al 20% y ahora nos alivia el 47. Claro, porque se desdibujó la tenue línea divisoria entre nacionalismo y separatismo, de tal manera que aquéllos resultan ser independentistas, como nunca ocultaron.  

Miren, decía Renan que una agregación de hombres crea una conciencia moral que se denomina Nación. Parece resultar evidente, aquí tenemos más de una conciencia moral. Y nadie parece creer como es el nacionalismo el que engendra naciones, no a la inversa, tal como nos enseña la historia norteamericana, italiana, alemana o la francesa. Pero aquí son justamente los nacionalismos los que obstaculizan desde hace más de cien años la creación y consolidación de la nación española. Y lo vivimos y sufrimos hasta el aburrimiento con el nacionalismo catalán e intermitentemente hasta la explosión final lo veremos con el nacionalismo vasco. Podemos continuar con la especulación de entretenimiento, pero el dogmatismo nacionalista, como el religioso, ha sido y seguirá siendo la ideología que sostiene el proyecto político de una nación, para constituirse en Estado. O para destruirlo.   

Resulta insostenible que un bufón impresentable, perteneciente a una chusma incendiaria a la que hace tiempo debió aplicarse la Ley de Partidos, se presente ante la Nación constituida en Cortes, se mofe de los parlamentarios que permanecen indignamente silentes y rompa la Constitución en símbolo inequívoco de ciscarse en ella y no pasa nada. Es insostenible que el representante ordinario y constitucional del Estado en Cataluña se autoimpute de varios delitos de lesa traición de forma chulesca y camorrista y cuando un año después la Justicia intenta citarlo, se declare en “rebeldía democrática” y continúe como candidato en las elecciones golpistas que cobardemente no encabeza. Pero claro, ahí está el ejemplar Padrino Pujol y su famiglia en impune libertad y no pasa nada. Pero algo debe pasar para impedir que esta clase política trincona, desvergonzada e ignorante nos hunda en el abismo del regreso a la pobreza y la desesperación.

El intento de salvación, para evitar la debacle que parece inevitable, pasa sin duda – tal como vengo defendiendo desde hace años – por una reforma que consolide la forma federal simétrica y cooperativa del Estado, manteniendo la monarquía como única marca unificadora de la identidad nacional y estableciendo un nuevo Senado representante de los entes federados, de los territorios. Que clarifique y defina las competencias del Estado y de aquellos entes, identificando cada uno de ellos y derogando el nefasto artículo 150,2. Restableciendo el Recurso previo de inconstitucionalidad. Constitucionalizando las bases del sistema de financiación, del régimen electoral, del Sistema Nacional de Salud y la igualdad esencial de derechos y obligaciones de los ciudadanos en todo el territorio nacional. Respetando la unidad de mercado y acabando con el caos normativo tributario de los diversos territorios. Reduciendo el número de municipios, potenciando su autonomía y suprimiendo las Diputaciones. Despolitizando la Justicia y simplificando la propia reforma de la Constitución. Todo un programa reformista, mejorable sin duda pero necesario que debió abordarse en la legislatura Rajoy, empleando el procedimiento agravado del artículo 168. Pero no se hizo y ya veremos la chapuza regresiva que pueda llegar con la urgencia del caos político que se avecina.

Esta hora clave de la Historia de España necesita estadistas. Hombres y mujeres preparados, patriotas, generosos, con visión de futuro que trabajen por dejar expedito el tejido nacional durante al menos, cuarenta años, para abordar el desafío de mantener la libertad y procurar el bienestar de un pueblo desorientado y balaguero, pero vitalista e imaginativo, hundido en nueva crisis histórica.

Tenemos políticos honestos y de inmensa valía. Pero ya ven, al frente de la socialdemocracia figura un hombre con tanta ambición como falta de temple, preparación y visión de futuro, incapaz en su caso, de contribuir con el hermoso legado recibido a luchar y defender el sistema de instituciones y libertades que circulan por el occidente próspero y desarrollado. Es hombre de pura imagen y discurso vacío, de pocas, inútiles o perniciosas ideas. Quiere imitar la figura señera de F. González pero no pasa del contorno de ZP. Y en lado del liberalismo conservador, Rajoy resulta un contrapunto desesperante, con falta de brío imaginativo, rodeado de equipos donde abundaron los corruptos y los fríos contables, insensibles y desconectados de la realidad sociológica y política. A veces también de la histórica. No fueron capaces de iniciar ni tan siquiera la necesaria regeneración. Solo centrados en la salvación económica cuando ello no garantiza para nada un pueblo más protagonista de su destino, más consciente de sus responsabilidades, más solidario, más inmerso en el sistema democrático. Ahí está el ejemplo de Navarra o de Gerona, digno de estudio y reflexión.

Quizá avance una nueva clase política moderada y libre, sin ataduras de pasado o de pesados legados ideológicos, de quien cabe esperar el inicio de una nueva etapa y donde poner la esperanza. Pero no hay tiempo, solo el justo para reflexionar sobre la tragedia que puede representar una involución iniciada con el nuevo año. No se si queda tiempo para arrancar la barretina tan calada, que ciega nuestros ojos.

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