Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

lunes, 4 de junio de 2012

OTRAS OPINIONES
La Vanguardia 1 de Junio de 2012
LA RESPONSABILIDAD DE LA BANCA
Rafael Nadal

El verano en que estalló Lehman Brothers el destino de la banca estuvo en nuestras manos. Sólo con que todos organizaciones ciudadanas, consumidoresymedios de comunicación- hubiéramos alimentado el fuego, se habría desatado el pánico y sehabría colapsado el sistema financiero. Pero no lo hicimos. Moderamos la rabia, nos impusimos
la máxima responsabilidad, salimos en defensa del sistemay de las instituciones financieras y nos convencimos de que todos formábamos parte de ellas.
 Cuatro años después, me pregunto si ellos, los banqueros, fueron conscientes, porque no han estado a la altura, no han pagado la deuda contraída con la sociedad y nos han llevado de nuevo al borde del abismo.

La crisis ha vuelto pues a la banca el punto exacto donde arrancó, que vuelve a estar bajo sospecha, escrutada por los mercados, las instituciones europeas y unos ciudadanos que la miran con recelo. En la conciencia popular, la banca representa a menudo lo peor del sistema capitalista, igual que los banqueros representan lo peor de la condición humana:
la banca es fría, implacable y aprovechada; los banqueros son codiciosos,sin escrúpulos e incapaces de experimentar sentimientos si no es a cambio de un rendimiento material inmediato. Esta es la percepción histórica que ha llevado al imaginario colectivo a retratarlos con sombrero de copa, un habano en la boca y una barriga exagerada. La literatura
y el cine están llenos de retratos sin contemplaciones de banqueros miserables. En la segunda mitad del siglo XX, corrigieron parcialmente la imagen al sumarse al gran pacto que abrió las puertas de Europa al capitalismo popular y al Estado de bienestar.


 Los bancos y especialmente las cajasayudaron a modernizar la economía y socializaron el crédito, a cambio de blindar frente al comunismo las democracias occidentales y de asegurarse el gran ahorro de las clases trabajadorasymedias, así como el negocio creciente de las pequeñas empresas. Ahora este pacto se ha roto. La globalización, la aparición de técnicas financieras puramente especulativas y la sustitución de los antiguos banqueros por ejecutivos menos escrupulosos han abierto la puerta a todo tipo de abusos, renovando la ira de los ciudadanos. La lista es larga: comisiones abusivas; desinformación y manipulación en la operativa de los productos financieros; favoritismo a los amigos y a los poderosos; bloqueo del crédito a la economía productiva; incitación irresponsable a la especulación; prepotencia con los clientes y con la sociedad; tutela y manipulación de la política; abuso en la gestión de empresas participadas; cooptación poco transparente de los miembros de los órganos de fiscalización; desarraigo progresivo de los territorios donde se origina el ahorro; ejecutivos que con dinero de las propias entidades han arrebatado el control a los impositores y a los accionistas; sueldos y blindajes injustificados. Con la crisis, la percepción negativa ha empeorado. Cuesta entender cómo las todopoderosas entidades que han dictado la política económica de los últimos gobiernos han sido el eslabón más lento y más ineficiente de toda la cadena social ante la crisis.Yaún se entiende menos el orden de prioridades que ha inspirado su actuación: han negado los recursos a una economía desesperada y los han dirigido a tapar agujeros con intereses poco transparentes y a blindar las entidades en beneficio de los ejecutivos. Han alimentado desde las redes comerciales operaciones de una moralidad más que dudosa y han ocultado los datos reales de los balances, provocando decisiones contraproducentes que han agravado la crisis. Las entidades financieras tienen que establecer urgentemente un nuevo pacto con la sociedad que las señala con dedo acusatorio. No se trata de pequeñas concesiones, que no tendrían efectos moralizadores, sino de reconocer errores, pedir excusas y rectificar con contundencia. Es hora de liberar las participaciones preferentes, captadas con evidente mala fe. Es hora de poner las poderosas organizaciones a
trabajar sin descanso para descubrir fórmulas imaginativas y justas que resuelvan el drama de las hipotecas.

Es hora de colaborar en investigar las irregularidades que cubren de vergüenza el sector, empezando por Bankia y las cajas catalanas quebradas, incriminando penalmente a los gestores que han cometido ilegalidades y apartando para siempre a quienes por ineptitud o desidia han arruinado las entidades. Es hora de perseguir a los colegas que en plena crisis se han concedido indemnizaciones fraudulentas e inmorales (y de obligarlos a devolverlas). Es hora de dejar de tratar a los clientes como enemigos y arriesgarse a dar crédito a la economía productiva. Es hora de colaborar con la sociedad y ofrecerse para sentarse en la mesa del gran acuerdo que quizás un día nos sacará de esta situación. Hace meses que la historia se cita con la banca y los banqueros. Pero de momento no parecen darse cuenta: ninguna autocrítica; ni un reconocimiento de responsabilidad; ninguna muestra de solidaridad con las víctimas de sus errores. Me sorprende, porque conozco a algunos de nuestros banqueros y los tengo por gente de fuertes convicciones morales y de importantes compromisos cívicos. Que sepan que la historia no los juzgará por sus efímeros éxitos económicos, sino por su capacidad de tomar la iniciativa en este momento crucial y de devolver a la sociedad todo lo que le deben. Si no lo hacen, no pueden esperar que salgamos nuevamente a su rescate cuando las acusaciones den paso a una ira generalizada.






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