Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

viernes, 29 de julio de 2016

La Opinión de Javier Pipó.


La Azotea

 
EL 99
30 de Julio de 2016



   Hay que tomar nota del galimatías en que se ha convertido la elección de nuevo Presidente. Seguramente no habrá antecedentes de un candidato que habiendo ganado las elecciones llegue a la ceremonia de investidura más desgastado que Rajoy a la suya. Y todo ello durante el proceso de nombramiento, aunque es verdad que proceso tan largo como este resulta casi inédito, salvando esa inexistente nación llamada Bélgica. Ya ven, hasta los listillos de Podemos, a los que la elección parlamentaria de Presidente les resulta tan inútil como a Kim Il-sung, dicen que Rajoy pretende una “investidura en diferido”. Pues seguramente, pero estos demócratas no habrán reparado en que la Constitución de 1978 realmente lo que considera votación de investidura es como una “moción de confianza previa”. De manera que chanzas pueden hacerse desde todos los ángulos, pero la situación de España no admite chascarrillos con lo único que puede mantener en pie el edificio achacoso pero hermoso de la Nación.

   Miren, la vía ordinaria o normal para la designación del Presidente es la establecida en el artículo 99 de la CE. Vía bastante prolija y desde luego compleja que involucra tanto al Rey como al titular de la Presidencia del Congreso de los Diputados. Y ahí están las consecuencias, porque ni siquiera la valiosa Pastor puede no salir indemne del trance de investidura. Es verdad que la forma de designación resulta novedosa en la historia de nuestro constitucionalismo, constituyendo la forma actual algo así como la culminación de un largo proceso iniciado incluso antes, con Felipe V- quien hubiera dicho que parece naufragar con Felipe VI - o por mejor decir con los decretos de 1823 de Fernando VII. De manera que el proceso ha recorrido el largo camino que lleva a residenciar en el Parlamento y constituirlo, en órgano controlador integral del Poder Ejecutivo, de todo el Ejecutivo desde su nacimiento, desde el nombramiento de Presidente del Gobierno. Ni siquiera en la Constitución de 1931- que por cierto ignoraba la votación de investidura- dando papel protagonista y decisorio al Presidente de la República.

   Pero ya ven. En un país con más de cien mil leyes en vigor, no hubo tiempo ni valor para realizar el desarrollo legislativo del artículo 99 de la Constitución, como otras muchas y esenciales partes del Texto supremo. Pero ni siquiera en la ley del Gobierno de 1997, modificada en 2003. Nada prevé, salvo remitir al texto constitucional, que ya es previsión. Y claro, carecemos también de doctrina del Tribunal Constitucional al respecto, salvo esa Sentencia de 1985 indicando que la regulación constitucional es “expresión de una exigencia racionalizadora en la forma de gobierno” que ya es fantasía. Pero hay dos cuestiones enlazadas con lo referido. En primer lugar, la existencia de artículo 113 que abre el camino directo al nombramiento, vía moción de censura, al exigir un candidato alternativo y el nombramiento real automático. Vía excepcional e indirecta que se abre de forma alambicada, tanto como la propia Constitución del 78. Y la segunda, la siempre presente elección de personaje prestigioso, ajeno al Parlamento, que forme Gobierno de urgencia, emergencia o salvación, para salir del fenomenal embrollo constitucional en que nos encontramos.

   Pero el Rey ya hizo su encargo a Rajoy y éste aceptado, y en consecuencia debe presentarse ante el Congreso con la casi seguridad de que no ganará la votación y en caso de resultar investido, el Gobierno a formar será incapaz de hacer frente al desafío total de Cataluña – alguien tendrá que recordarles el contenido aún vigente del artículo 8,1 de la CE- y el que vendrá del País Vasco; a la crisis económica que no cesa aunque mejore; a la situación europea, desbordada; a la insostenibilidad del sistema de pensiones o de la financiación de las Comunidades Autónomas, en ruinas respectivas. Y un largo etcétera que encuentre soluciones a la debilidad de un Estado que yace en coma. Mientras, desde la izquierda moderada e indefinida de Ciudadanos; la izquierda desnortada, de rompe y rasga de Zapa y la radical de comunismo populista de Podemos, preparan el gran festín de la caída de Rajoy y el liberalismo, que por otra parte jamás representó ni defendió. Y todo, con el aplauso del rabioso nacionalismo independentista. Pues que bien.   


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