La Azotea
GUERRA DE POSICIONES
15 de Julio de 2016
Para Aristóteles las formas políticas buenas – puras - son
aquellas en las cuales los gobernantes ejercen el poder teniendo presente el
interés general. En las malas- impuras- los gobernantes ejercen el poder de
acuerdo con el interés individual. Y con riesgo de simplificar por razones
obvias, advertía que la democracia puede ser forma que degenere en demagogia.
Es decir, la idea política de nuestros días mediante la cual los políticos hacen
concesiones y halagos, removiendo sentimientos elementales para alcanzar o
conservar el poder. Seguramente el populismo que nos azota y que probablemente
laminará las formas políticas ahora vigentes en Occidente ya se analizaba en
los albores del pensamiento político. Pero eso poco puede servir para calmar
nuestra ansiedad si aquí y ahora, el vendaval del populismo radical y
totalitario asoma al horizonte de la sociedad política, casi a los treinta y
nueve años de la Constitución democrática de 1978.
¿Está
por llegar el populismo a España y en consecuencia quizá podamos evitarlo o ya
estamos instalados en él? La contestación no es nada fácil porque analizando la
realidad, encontraremos argumentos suficientes para lo uno y lo otro. De
entrada, desde luego, soy de los que piensan que el populismo como ideología –
si ya podemos usar este término- resulta mugrienta y pura reacción, pero eso
sí, sugestiva en su forma de presentación. Es una gran mentira instalada sin
pudor, en afán único de alcanzar o mantener el poder. Y unas cuantas notas lo
identifican con cierta claridad a derecha o izquierda, extremas, del arco
ideológico. Conforme más cerca de la centralidad resulta de más difícil
descripción.
El populismo tiene mentalidad liberticida, empezando por la
libertad individual. Quien sí goza de libertad es el Estado idolatrado hasta el
paroxismo, al que asigna un papel de protagonismo absoluto en la vida política
y social. Este estatismo circula por un eje de exigencia obsesiva por el
igualitarismo y la redistribución radical; una excusa para incrementar el poder
del Estado. Se posicionan en plano de extrema y absoluta oposición, a cara de
perro, contra el liberalismo – neoliberalismo, le llaman- y la libertad de
mercado. Como decía Chávez “el neoliberalismo es el camino al infierno”, ya
ven. Desprecian la democracia representativa, salvo sus mecanismos electorales
que le lleven al poder, aunque apelen machaconamente a su fe democrática,
calando así en capas cada vez más amplias de la sociedad. A la vez que avanzan
en la conquista de espacios institucionales de la democracia no cesan en
apelaciones a la legitimidad que progresivamente necesitan. Siempre se
considerarán victimas del sistema, del interior o del exterior, de manera que
siempre resultará fácil encontrar culpables fuera de sus filas. Y así podríamos
continuar reseñando porque ya estamos envueltos en su aroma irresistible y
tentador.
Y no crean, lo digo porque la derecha presuntamente liberal,
aún gobernando en mayoría absoluta mantiene casi intacta la legislación basura
de ZP, que ahora enreda en Venezuela, y encima pierde el poder a empujones de
los mal llamados constitucionalistas. Es decir, gobierna o ha gobernado sobre
los principios y valores del nefasto introductor del populismo zapateril y
ahora no sabe cómo afrontar el empuje fanfarrón y jactancioso de su hijo
político Zapasanchez. Pero tampoco afronta el tratamiento hacia ese pequeño
político llamado Rivera, siempre a la espera de conocer su marca ideológica y
su ruta hacia un populismo rentable.
Aún así, creo firmemente que Pablo Iglesias y su Movimiento
populista Podemos, es junto con los independentismos populistas impulsados por
la reaccionaria burguesía vasca y catalana, el mayor riesgo de la democracia
española. De ellos – ante el amorcillamiento de las formaciones
constitucionalistas, si el PSOE continúa siéndolo- dependerá la pervivencia de
la libertad y el bienestar en España la próxima década. No debe olvidarse que
si el socialismo revolucionario era violento por definición para derrocar el
orden burgués establecido, el socialismo del siglo XXI – del que Iglesias es el
responsable europeo – aprovecha los mecanismos electorales para destruir la
democracia. Como ferviente admirador de Gramsci, Iglesias sabe que el orden
socialista no se construye por vía revolucionaria y violenta sino transformando
gradual y persistentemente las instituciones, las ideas, los valores que
predominan en la sociedad. Porque el mundo se rige no por la fuerza sino por
ideas, busca incesantemente intelectuales – como dice Hayek, el socialismo
nunca fue producto de la clase obrera- para contruir la “hegemonía”, es decir, el liderazgo intelectual, cultural,
ideológico y político. Está en la “guerra
de posiciones” ya tiene General y todo, ganando terreno gradualmente en la
hegemonía cultural porque sabe es el camino de la victoria final. Gracias Rajoy
por su gratuita colaboración. Gracias Rivera y Sánchez por sus ensoñaciones de
geniales estadistas. Estaremos en la próxima posición.
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