ALCANZAR A RAJOY
25 de Mayo 2015
Leerán muchísimas opiniones y contemplarán
emocionantes tertulias de sesudos comentaristas sobre las últimas elecciones,
pero quizá observen como los capaces de diagnosticar las consecuencias de la
jornada, serán pocos. Es verdad, la votación dura un rato y los efectos irán
desplegándose a lo largo de los próximos meses y si me apuran, años. Pero a mi
juicio, de aquéllas causas cada vez más palpables, derivarían efectos
aplastantes. Eso quedaba al alcance incluso, de los menos sagaces.
Y también parece como si el pacto social
que ya definieron Rousseau, Hobbes, Locke o el mismo Rawls, formato intelectual
de las sociedades contemporáneas, interesara a pocos, cada vez a menos. Es como
si prevaleciera que el Estado debe proveer hasta nuestro destino, resultando
indiferente el tipo de Estado, sus métodos o sus exigencias. Así se deduce al
constatar que los dirigentes con derecho a disponer de nuestros bienes y
nuestro futuro, provengan de formaciones votadas por no más allá de la cuarta
parte de los que pueden hacerlo.
Pues ya veremos quien sea valiente de
interpretar el puzzle resultante de un disparate colectivo de colosales
dimensiones. Ya ni siquiera se vota a formaciones que interpretan ideologías,
sino a conglomerados de calentón de quienes no se conoce más que su radicalidad
y su odio visceral a lo establecido. Y eso se aplaude y apoya. Ahí está el
horror de Madrid, Barcelona o Valencia y tantas ciudades o gobiernos
regionales, en manos del totalitarismo populista. Como si la difícil situación
económica que parecía poder superarse o la crisis moral de valores sociales y
de ética del comportamiento que debería poder regenerarse, requirieran
predicadores vacíos, estrictamente reaccionarios y peligrosamente
revolucionarios, para llevar a la Nación hasta el borde del precipicio. Que
espanto.
De manera que aquí lo que mola es lo
desconocido, refugiándose en excusas no más recónditas que las frustraciones
colectivas o los resentimientos reprimidos y siempre dispuestos a su afloramiento.
Pero eso no justifica dejar el poder en manos de aventureros y las decisiones
colectivas al arbitrio de insolventes, cuyo recorrido intelectual se apoya
solamente en la exigencia de derechos a costa siempre de los que no tienen mas que obligaciones. Esto supone la deriva como
Nación, un retroceso en el triunfo de las luces y la razón.
Aquí parece calar un mensaje simple hasta
la desesperación. La maldad del bipartidismo y su final feliz y como
consecuencia, la bondad de poder contemplar un panorama de pactos continuos que
hagan posible la gobernación. Incluso en Ayuntamientos, donde ya me dirán la
necesidad de ingeniería partidaria para llevar a cabo gestiones puramente administrativas
en materia de fomento, infraestructura o bienestar colectivo. Y lo blasfemo es
que eso lo predica también el comunismo totalitario, cuya atmósfera vital es el
partido único y en consecuencia hegemónico. De manera que pasamos infelizmente
de la insoportable inmoralidad pública al insostenible autoritarismo de los iluminados.
Y el sistema estaba confiado a dos
concepciones suficientes y no demasiado distantes, para recorrer territorios
ideológicos sensatos. Desde la socialdemocracia, que tan espléndidas metas de
igualdad y justicia social llevó a tantas naciones europeas, hasta el liberalismo
conservador en cuya historia se despliegan los mejores modelos de libertad y
progreso. Las demás interpretaciones podían replegarse en cualquiera de ambas concepciones,
siempre que el objetivo consistiera en respetar la Constitución, preservar la
libertad y contribuir al fortalecimiento de la economía como motor del avance
social.
Pero el modelo no soportó el
paso de tres generaciones. La socialdemocracia pretende nada menos que liderar
la izquierda, toda la izquierda, incluida la totalitaria, la comunista, la de
las mareas, la que ocupa las plazas, la que considera inmoral devolver el
dinero prestado por los bancos, la que exige papeles para todos, la que sufre
la existencia de un Ministerio de Defensa, la que controla la sociedad mejor
mediante la delación y la sospecha. La izquierda que sembró ZP y que ahora
pretende completar su sucesor Zapasanchez. Por eso pidió a sus votantes
alcanzar a Rajoy, aunque de camino sembrara de minas el territorio nacional.
Por eso, lo urgente es ocupar Ayuntamientos y Gobiernos regionales, con quien
sea y mejor si en sus balcones ondea la bandera republicana porque a la postre
habrá de iniciarse una democratización de la Jefatura del Estado y una revisión
a fondo de la Constitución que nació en territorio facha. Menudo estadista y
menudas historias le tendremos que oír antes de la misa del gallo. La de los
turrones postreros.
Y el pobre Rajoy, haciendo
cuentas y viendo como encaja sus elecciones, las del enterramiento de un modelo
regenerado, pulcro y valioso que pudo ser y no supo. Quizá se retire a Yuste
con Monago, a interrogarse en que pudieron equivocarse si su afán era imitar a
sus verdugos. Pues allí podrá recordar como los Fugger de ahora, los de Merkel,
no estarán dispuestos a pagar los caprichos del desnortado pueblo español.
Sería un festín mucho más caro que el griego.
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