Pues ya ven como en la Junta
de Andalucía el espectáculo es en sesión continua. Pero no porque la pobre
Susana quiera ser Presidenta elegida por su amado pueblo, pero votada a trancas
y barrancas por sus representantes, sino porque este es el ser, la
idiosincrasia de un régimen camino del tercio de siglo, entre dos.
Ya se que los optimistas
miran a los ojos y los pesimistas, conociendo el suelo como yo, miran a los
pies, que decía Chesterton. Pero les aseguro que mi falta de optimismo está
basada en la observación directa y personal durante muchos años, sin
intermediarios, sin apenas pasión pero con mucha devoción. Por ello, muestro
toda la firmeza cuando aseguro que el sistema cuidadosamente tejido en esta
tierra desde los años ochenta – ochéntame otra vez- será de muy difícil
superación. Aquí, todo lo impregna, todo lo toca y controla, nada le resulta
extraño porque todo efecto tiene causa segura. Y así desde hace 35 años que se
dice pronto. De manera que no es esto o aquello, es todo. Y son todos, porque
todos han participado del festín, aunque unos hicieran de avispados empresarios
o espabilados recaudadores y otros la mayoría, solo asistieran a la pachanga al
ritmo del pasacalles de ocasión, con la esperanza de una rifa con premio
asegurado.
Y esto ¿cómo se desmonta?
Pues yo no lo se, pero creo será cuestión de una generación o más; de un
ordenamiento jurídico implacable y un sistema educativo basado en valores
cívicos y democráticos. Y un movimiento regeneracionista profundo, donde la
intelectualidad juegue un papel vanguardista en demanda colectiva y
generalizada a favor de la ética social y la moral pública y olvide su
vergonzoso papel de comparsa de ideologías totalitarias y criminales. Y donde
los medios de comunicación más o menos independientes, pero libres, continúen
luchando a favor del derecho a la información, a la opinión y a la libre
difusión. Y donde los jueces utilicen su función de hacer justicia sin miedo y
no utilicen los tribunales como palanca de prestigio social o de medro
profesional. Y donde los funcionarios públicos entiendan ser servidores del
Estado, debiéndole solo a él lealtad incondicional. O donde los poderes
económicos y financieros luchen a favor de un mercado libre y transparente que
favorezca el intercambio leal, el desarrollo y el progreso. Es decir, esto lo
desmonta la democracia. Una democracia que funcione - ahí es nada- y no esta parodia más propia de la España de
la Restauración.
Y en sentido contrario,
pretender que los arquitectos de este sistema putrefacto sean los artífices de
su regeneración, resulta un acto de suprema estupidez. El denominado socialismo
democrático que está regentando este cleptocrático y peligroso sistema y lo ha
llevado a una calle sin más salida que el autoritarismo por muchos votos que
obtenga, ha pasado ya a la historia de los sistemas políticos. Sus dirigentes
son responsables de sepultar las hermosas y liberales señas de identidad de la
socialdemocracia europea, como ideología imprescindible en el espacio
civilizado del bienestar, la cultura y la libertad y que representan las
formaciones políticas que durante tantos años gobernaron las prósperas naciones
del norte del continente, Alemania o incluso la republicana Francia. Deberían
desaparecer de primera línea de la escena pública tanto tiempo como fuese
necesario, hasta el regreso en condiciones de hacer olvidar los estragos
históricos ocasionados a la democracia.
Pero ya verán. Aquí se
asegura una y otra vez que no temblará la mano o el pulso para luchar contra la
corrupción. Nadie sensato lo creerá. Nadie puede pensar en esa posibilidad,
porque es imposible y los intereses generados durante años afectan a demasiados
sectores, grupos y personas. Al fin solo nos encontramos a mitad del tiempo de
implantación del sistema. En la URSS y en México duró setenta años. Y en
Argentina, Cuba, China y para que seguir, pues por el estilo o cercano.
Aquí el pulso no temblará
pero para la lucha contra los efectos de la corrupción. En consecuencia, se
afinarán los procedimientos para evitar filtraciones, se dejarán las huellas
imprescindibles que haga imposible la aparición de indicios. Se continuará
controlando el acceso a la función pública, logrando personal que entienda
poco, pregunte lo justo y resulte leal a la causa, viendo así asegurado el
ascenso en su carrera. Se continuará apartando de la cosa pública a
funcionarios reclutados conforme a los principios constitucionales, para
entregar los negocios administrativos a quienes se pueda confiar. Se terminará
de aniquilar los sistemas de control interno, como la Intervención, equivalente
a interrupción. Se politizará aún más, aunque no se note, la Cámara de Cuentas
o lo que sea. Se subvencionará hasta el silencio a la prensa libre. Se buscará
como sea el apoyo de jueces progresistas de relumbrón. Se infiltrará hasta el
coma a entidades sociales y cuerpos intermedios. Y se crearán gabinetes,
institutos y observatorios para luchar contra la corrupción, eso sí. Y se
legislará lo que desde el principio se sabe letra muerta. Y naturalmente,
conforme aumente el paro y progrese la pobreza se buscará la causa en el
Gobierno de la Nación o lo que sea, en las instituciones europeas y en el
capitalismo internacional al servicio del criminal neoliberalismo.
En esta metamorfosis atroz,
puede que todavía veamos a Sánchez Gordillo, como a Castro, rezando a la Virgen
del Rocío. Y mientras, Susana entre el lloro y el desconsuelo, recordando las
palabras de Kafka: “Cuando el amor te corona, también te crucificará. Lo mismo
que te ayuda a crecer, también te poda”. Pues eso, pero no creo.
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