EL CESE
1 de Febrero 2014
Confieso que me ha supuesto una
auténtica conmoción intelectual el cese de Pedro J. Ramírez como Director del
Diario “El Mundo”.
Estoy seguro que muchos más
ciudadanos preocupados por la vida política de España habrán sentido idéntica
sensación, entre la preocupación y el desasosiego.
Y quizá no haya nada más lógico
en la vida social de una empresa – aunque sea de opinión – que el paso de unos
profesionales y la aparición de otros.
Pero claro, mi caso es mi caso
porque me he movido en una circunstancia histórica apasionante y bebido unos
contenidos ideológicos y culturales concretos y Pedro J. que es mucho
profesional y nada menos que icono de una generación ilusionada, ha sabido
complementarlos, acercándome cada día su pasión por la libertad y la
transmisión del afán de la información en una sociedad democrática.
Ya sé que su presencia durante
tantos años esenciales y de construcción de una sociedad moderna, ha supuesto
en su caso indagar muchos intereses inconfesables, zarandear incontables abusos
de poder, trastocar planes imposibles de futuro y ello le ha granjeado una
devoción completa y el aplauso cómplice, pero también el desprecio más absoluto
de sectores influyentes e importantes.
Estoy entre los primeros, entre
un sector sin poder y silencioso de la opinión que ha seguido la trayectoria de
este brillante periodista desde su juventud y la mía, cuando él opinaba en
Diario16 e inició – iniciamos – la aventura apasionante de El Mundo.
Reconozco su egocentrismo, su
gran vanidad, su amor al lujo o al dinero, su persistencia en mantener una
imagen que los fabricantes de tirantes agradecerán. A mí solo me interesa su
pasión por la historia -son importantes sus conocimientos de la Francia
revolucionaria de finales del XVIII- y la forma de transmitirla, haciendo
vibrar lo que cuenta, para acomodarlo a lo que vivimos y comprobar sus
identidades. Me interesa sobre todo su pasión por la libertad de información,
sin importar el origen o los sujetos o circunstancias que la generan.
Con Pedro J. la prensa en España
alcanza la categoría de cuarto poder, de contrapoder y casi siempre de poder
único capaz de describir los ataques en superficie o subterráneos contra la
democracia. La prensa libre, como único poder capaz de mostrar su vigor ante el
declinar, a veces vergonzoso, de los otros poderes del Estado.
Ese es el mérito de Pedro J.
Ramirez y su diario El Mundo, bandera ya arrebatada y que sin él no es posible
conserve los ideales que le hicieron nacer.
Es verdad que la muerte
periodística de Pedro J. es también producto de las nuevas tecnologías que
dificultan el desenvolvimiento de la industria periodística. Pero me apunto a
la tesis de que a Pedro J. le han derribado las tres “erres” que gozan del
poder podrido, pero omnímodo, de esta Nación: el Rey, Rajoy y Rubalcaba.
Fíjense la terrible,
generalizada, pegajosa corrupción andaluza, solo en voz baja de quienes
conocíamos los entresijos de la sala de máquinas de esta gigantesca estafa o en
rumores y cuchicheos de pasillo, hasta que llegó el periódico de Pedro J. y la
puso al alcance de los ciudadanos y los jueces. Lo mismo que la búsqueda de la
verdad del 11 M. Igual que la avaricia corrupta que pudre el nacionalismo
catalán o los dobleces miserables de la estructura del PP o las debilidades y
mucho más de la Casa Real. De igual manera que la desvergüenza de algunos
jueces, solo al servicio de la imagen y de sí mismos.
Han sido 25 años a favor de un
sistema más transparente y capaz de ver al trasluz y poder comprobar sus
verdades y mentiras, sus zonas oscuras y las rendijas que divisan la libertad
con esperanza de futuro.
Ojalá su cese no sea el betadine
milagrero que cicatrice las heridas de los corruptos. Si alguien dijo que la prensa
no solo es el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo, sino el
instrumento más eficaz y más activo del progreso y de la civilización, en El
Mundo de Pedro J. se hace realidad contundente.
Con Séneca, la recompensa de una
buena acción está en el hecho mismo de haberla llevado a cabo.
Es mi pequeño homenaje y mi
agradecimiento. Pues eso.
Mi querido homónimo, no puedo estar más de acuerdo contigo. Y a quien no le gusta la opinión de Pedro J. Ramírez, una de dos: O no tiene criterio propio para rebatirlo (que ya es triste) o sigue el dictado del poderoso de turno que le marca el norte de su opinión (que es más triste aún). Necesitamos personas con criterio y no secuaces complacientes. Que ojalá pudieran exportarse porque al peso darían píngües beneficios pero ¿quién va a querer semejante regalito?
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