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sábado, 8 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó @javierpipojaldo

MARGALLO Y EL DECLIVE EUROPEO
8 de Febrero 2014

Estos días hay posibilidad de comentar a libre elección, entre una actualidad nacional variada que no cesa la producción de hechos de significación desigual. Vean si no.

Margallo, es hombre sólido pero con deseo de protagonismo continuado. Procura potenciar sus opiniones, ya sea de política internacional y su visión de la estrategia de los bloques que aún perdura, como de política interna. No puede evitar ser centro de comentarios, llevando al límite las relaciones con el Reino Unido a causa de Gibraltar o hace pocas fechas, planteando una cuestión tan delicada como sensible para la opinión pública española. Parece como si el gran y prestigioso Ministerio de Exteriores le viniera estrecho a su capacidad y no requiriera la discreción como norma sagrada de conducta. 

En este Gobierno con demasiados charlatanes para una Presidencia silente, hay otros dos Ministerios cuyos titulares deberían pasar desapercibidos como personajes públicos, porque su trabajo trasciende la política cotidiana para estructurar la nacional. Defensa, cuyo trabajo callado y eficaz debe permanecer entre informes de la inteligencia aliada o amiga y la planificación de la puesta a punto de los recursos defensivos, civiles y militares, para poder desempeñar cometidos constitucionales. Y Hacienda, despojada de añadidos, velando fundamentalmente por el mantenimiento eficaz del sistema tributario, procurando la eficiencia del gasto y haciendo posible la permanencia solvente del Estado. Pero ya ven ilustres personajes como Montoro y Margallo, siempre dispuestos a predicar sin dar trigo.

Resulta imposible comprender la oportunidad de sacar a especulación la posible posición española, en el supuesto de una Escocia independiente que solicita el ingreso en la UE. Naturalmente, Margallo se muestra favorable a su consideración, como si el argumento a favor no fuera aplicable al caso catalán.

Él sabe muy bien que la historia de Escocia en su relación con el Reino Unido comienza a principios del XVII, mediante una Corona común y Parlamentos diferenciados y termina en 1707 como Reino Unido de la Gran Bretaña, mediante el Acta de Unión. Ello supone un solo Parlamento, en Westminster y una sola Reina, en ese momento Ana, la última Estuardo. Curiosamente cuando comienza la hegemonía de Inglaterra que se prolongará todo el XVIII, es cuando triunfa el unionismo. Si el predominio del siglo XVI correspondió a España y el siguiente XVII a Francia, Escocia se une en un solo Estado fuerte, en el siglo adecuado para la grandeza de Inglaterra.

Nada pues similar a la historia catalana, tan distinta y de proyección tan diferenciada. Pero ambas actuando y seguramente con más coordinación de la aparente, en un espacio común de cesión multilateral de soberanía entre Estados independientes pero socios y comprometidos a recorrer una unión imposible. Y además, naciones en dificultades de ciclo decadente, explicando seguramente que territorios como Escocia elijan el momento de deshacer lo hecho, de nuevo y curiosamente, hace el mismo tiempo que Cataluña exhibe para su delirio. Pero la Cataluña de 1714 no se corresponde en nada con la decisión escocesa de 1707 y la pretensión contraria de 2014.

Pero es igual y tarde. Eso lo sabe Margallo. Porque los procesos secesionistas de Cataluña y Escocia pueden hacer estallar otros movimientos europeos como Bélgica, Dinamarca, Italia o hasta Alemania. Es el horror que dice Felipe González sienten en las cancillerías europeas.  Porque es momento de declive y debilidad de un espacio en carrera acelerada en la pérdida de su identidad  

Hay una crisis de decadencia tanto intelectual, como moral y política de Europa. Los poderes nacionales que dirigen su destino ceden soberanía sin cesar, aún desconociendo con exactitud cual es el proyecto común. Son tolerantes por principio, sin querer analizar que hay más allá de la tolerancia sin límites. Son poderes que se declaran así mismos neutrales ante grandes debates sociales, agnósticos, quizá nihilistas, pero acosados por otros poderes directos o indirectos que los desbordan. Como el descenso demográfico, como la invasión por oleadas de seres humanos procedentes del subdesarrollo o la tiranía. Como la renuncia al cristianismo como soporte auténtico de la cultura y civilización europea, que integra y potencia la romana. Como la renuncia en su declive a ser civilización de las ideas.

El hecho es que mientras, la Europa ya raptada en la tesis del gran maestro Diez del Corral, se desciviliza a la vez que se descristianiza, aún queda una leve esperanza en que al menos, el mundo emergente sepa conservar las grandes ideas que aquella vivió con grandeza y ahora desprecia.

Por eso, pretensiones de dispersión en nuevas nacionalidades como la escocesa, que Margallo ampara, o la catalana que en el mejor de los casos solo tomará un respiro a causa del deterioro económico, solo ayudan a la aceleración del proceso desintegrador. 

La cuestión está en saber si la cultura europea seguirá siendo eso, europea o se someterá a la tiranía del Islam. Si seguiremos disfrutando de libertades, de derechos y de democracia. Es el debate.


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