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lunes, 24 de febrero de 2014

La Opinión de Javier Pipó


MÁS ALLÁ DE LA ECONOMÍA
Javier Pipó Jaldo
24 de Febrero 2014
 
En el breve Prólogo de “La Contribución a la crítica de la Economía Política” de 1859, Marx dejó escrito un principio que dio la vuelta al mundo de las ideas: “el modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”.

Es decir que la economía condiciona la política. Pero el pensamiento político no queda así acotado, pues al rigor del axioma marxista se opone otro más antiguo y de más alto contenido moral, estableciendo que debe ser la ética política la que condicione la economía.

Es la moral social empapada de humanismo cristiano, donde el ser social no debe determinar la conciencia sino que esta debe quedar determinada por principios y valores que hundan sus raíces en aquella corriente del pensamiento.  

Escribo esto porque no quisiera sumarme a cuantos piensan que la política de Rajoy está haciendo inconscientemente realidad el principio marxista.

No es verdad que el horizonte de la macroeconomía sea el único valioso por perentorio. No todo puede quedar subordinado a resolver la terrible crisis económica, sin atender el discurrir de implacables corrientes utilitaristas o nuevos movimientos sociales, exigiendo un cambio radical del modelo social. Y ello es compatible con la busca urgente de soluciones a una realidad dramática, límite, de millones de parados que ingresan desesperados en el depósito del resentimiento, constituyendo sin más, una bomba de relojería que puede poner en riesgo la paz social y el desarrollo. Es la complejidad de nuestro tiempo que exige estadistas bien dotados.

Desgraciadamente la descreída y descristianizada sociedad española acaricia valores vaporosos y principios de moral social muy disminuidos, producto seguramente de escasa educación integral. Sus líderes sociales buscan la fama y la influencia, el triunfo a cualquier precio, alardeando en la superficialidad de las ideas y la frivolidad del comportamiento. Y resulta llamativo como se transmite con facilidad, a la en otros tiempos sólida estructura social, un desmesurado amor al consumo, una huida cuando no desprecio de la austeridad o el placer de la transgresión y la creencia irrenunciable en derechos ilimitados.

Así, se consolida y ampara una casta política en general  muy superficial, de escasísimo sentido de Estado, de ligera preparación, profundamente corrompida que lleva a la Nación a un naufragio que no resulta difícil adivinar.

Y no veo con claridad que la macroeconomía esté resultando la salvación nacional. No desde luego en el corto y medio plazo, digan lo que digan  los augures “del vamos bien”. Ya me dirán el nuevo peligro de una deflación por endeudamiento, del 0,2% interanual, ante un Gobierno que no dirige la política monetaria ni la cambiaria, en manos de instituciones europeas. Pocos parecen dispuestos a aceptar una recuperación débil y espaciada en el tiempo. Y asimilar como la deuda crece velozmente convertida en la mayor de cien años, llegando pronto al 120% del PIB y al 400% la total. O la existencia de un millón menos de ocupados, un millón más de pobres y 1,1 millones menos de cotizantes a la S.S. Y para mayor preocupación, la austeridad resulta imposible políticamente e impensable la reforma del gigantesco e ineficiente leviatán estatal.

Algo hay que hacer para salir de esta tremenda situación, instalada globalmente a partir de los años negros del zapaterismo - cuyas nefastas consecuencias sufriremos varias generaciones - en que se convive con cierto declive europeo, la pavorosa crisis económica de pobreza y desesperanza, la podredumbre corrosiva de la corrupción empapando instituciones y conciencias y la amenaza ya palpable del secesionismo reaccionario.

Comienza a despegar una corriente de radicalismo purificador y revolucionario. Y la encabeza líderes de valía intelectual, autoconsiderados herederos de la Ilustración, con fuerza para desenterrar a Robespierre, “El Incorruptible” que sembró el terror y la desolación durante el año en que extremó la Revolución. Y lo pregonan con éxito y admiración en los medios, incluso de la derecha liberal. Escuchar a dos de ellos en la Sala Mirador de Madrid, produce escalofrío porque el incendiario verbo que utilizan, sus descentradas ideas y la masa que los sigue, sin formación ideológica alguna, con poco que perder y alentados por iluminados, puede hacer retroceder nuestro modelo de sociedad  a los tiempos del Comité de Salvación Pública. Claman por superar la CE, imponiendo nuevas reglas mediante idealizado proceso constituyente para alcanzar la democracia real. Buscan la emoción de la gente, el desbordamiento, la pasión, la movilización, la audacia que es esencial en momentos de crisis, ya que “la prudencia puede ser contraproducente”. Son ambiciosos, no les gusta perder y para ganar no hay que tener miedo, porque interesa solo el resultado final revolucionario.

No se trata de contemplar si las opiniones resultan más o menos optimistas, sino de salvar la democracia que como decía Burdeau es una religión, una forma de vivir, una filosofía y casi accesoriamente, forma de gobierno.

Que no nos la cambien porque avanza de forma inexorable un porcentaje progresivamente mayor de población que aborrece el sistema.

Estoy con el regeneracionismo y la Constitución, aunque haya que cambiarla urgentemente. 

       

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