Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 20 de febrero de 2014

Javier Pipó en el Diario "CÓRDOBA"

Publicado en el Diario "Córdoba" en página de Opinión, dentro de la serie LA AZOTEA, número 73

MONARQUÍA E IDEOLOGÍA
Javier Pipó Jaldo
20 de Febrero 2014
Cuando en 1843 Marx dedicó a La Corona un capítulo de su Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, decía que el Monarca es dentro del Estado el factor de la voluntad individual, de la autodeterminación infundada, del capricho. De manera que con esos mimbres resultará difícil acercarse a remover los principios.

Pero en espacio así, la opinión debe ser modesta. Soy además consciente que en España el tema de la Casa Real resulta fácil si es para manosearla o desprestigiarla sin más. En consecuencia, algo de riesgo sí que tiene. Sobre todo tras el corifeo en que se convirtió el trago mallorquín, comentado exhaustivamente hasta la saturación.

Miren, la Corona en un régimen democrático y parlamentario no pasa de ser una modalidad de Jefatura de Estado. Diría que la forma más estable y sostenible en la cúspide de los Estados avanzados. Y ello naturalmente para nada puede significar que las formas presidencialistas de las repúblicas, así mismo democráticas y parlamentarias, dejen de ir unidas a Estados avanzados. Y no es juego de palabras para evadir una cuestión importante en un país evanescente como España, que no llega a terminar ni seguramente terminará de encontrar la forma de convivencia.

Aquí no interesa para nada el análisis de las ideas y las formas políticas contemporáneas examinadas por politólogos. Basta la intuición popular inducida por iluminados. Cualquier posible planteamiento se inicia con una posición ideológica previa que recorre desde el apoyo a la monarquía, con tibieza eso sí, para no quedar señalado, hasta el republicanismo extremo y concienzudamente visceral, pasando por la posición conservadora de masa acrítica que espera se dilucide el dilema para apuntarse al resultado más favorable.

Y claro, niego la mayor. Niego que la forma monárquica de la Jefatura de Estado sea cuestión ideológica, cuando el Rey no pasa de ser un órgano más del Estado.

En la ideología se contienen las ideas políticas, y en las formas constitucionales, se posibilita que aquéllas impulsen la acción incluida en estas. Es decir, la ideología englobada en las Constituciones delimita el modelo de sociedad y en consecuencia hace irrelevante la forma. Desde la monarquía británica, modelo de sociedad democrática y representativa, sin Constitución escrita pero con ordenamiento jurídico de tradición constitucionalista, hasta la República presidencialista federal de los Estados Unidos, de Constitución centenaria, modelo de división de poderes y de contrapoderes. O de modelos que en la Europa continental se reparten entre monarquías radicalmente democráticas como Dinamarca, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Suecia o Noruega, y variadas y envidiables Repúblicas de poder centralizado como Francia o federales como Alemania.

Y lo que identifica a Estados como estos, entre otras cuestiones, es el grado de desarrollo y justicia social; su amor a la libertad; el respeto a la propiedad privada o a la libertad de mercado; el modelo de justicia independiente y la libertad de prensa o la de expresión.

Espacios de democracia, de democracia liberal, la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia, en palabras de Ortega. Islas de convivencia y desarrollo humano que han superado las etapas más negras de la historia y se desenvuelven acertadamente, con sus crisis o ciclos, en un mundo global de subdesarrollo y cuando no de autoritarismo o tiranía.

Y es verdad que las monarquías constitucionales, democráticas y parlamentarias son minoría en cuanto al número de sistemas existentes en el mundo libre. Incluso pueden ser calificadas como anomalías históricas por su pervivencia, pero como dice Pérez Royo, corregidas por el Estado constitucional democrático, donde todo el poder procede del pueblo.

Por todo ello, Estados con tradición monárquica deben preservarla como tesoro histórico porque ha representado avance y progreso, democracia y libertad, equilibrio y continuidad. Y Estados con tradición republicana, como el caso USA desde su nacimiento, carece de sentido plantearse cualquier modificación de un modelo ejemplar de participación democrática, imperio de la ley y liderazgo envidiable de progreso.

España se encuentra en el primer grupo de los Estados citados, con amplísima tradición histórica de monarquías más o menos ejemplares y dos cortos períodos republicanos de infausta memoria, que desde luego podrían haber fructificado en fértiles y felices periodos de convivencia.

Resulta indiscutible que la forma política del Estado es susceptible de estar corrompida hasta las entrañas, sea República o Monarquía. Tanto, como que una u otra es compatible con la distribución territorial del poder, centralizado o federado. La corrupción depende de las personas, los grupos sociales y las exigencias de una opinión publica amante de la libertad, y el poder puede y debe estar distribuido por el territorio, según parámetros de eficiencia.

Decir como la indocta Rahola que la monarquía es institución medieval, es desconocer el Medievo. Esperar de la República, ocasión para el levantamiento revolucionario, el sueño perpetuo y tricolor del comunismo totalitario.

Es confundir Monarquía con ideología.  



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