Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 13 de junio de 2013

LA OPINIÓN DE JAVIER PIPÓ


LA AZOTEA

EL LENGUAJE COMO ARMA POLÍTICA
13 de Junio de 2013


Cuelga en los Centros de Salud de Andalucía, pertenecientes al SAS, grandes carteles que en el hall dirigen a quien lo necesita hacia lo que siempre se conoció como INFORMACIÓN y que ahora despliega la grandilocuencia de la expresión ATENCIÓN A LA CIUDADANÍA. Desde luego no pretendo hacer un análisis lingüístico del mensaje sino solo una reflexión política. Y conste que idéntica expresión anida en infinidad de otros recónditos  espacios de esta opaca y politizada Administración. Seguramente se aceptará inicialmente que las personas que acuden a un centro de Salud, no lo hacen en condición de su pertenencia o no a lo que intencionadamente se coloca con el inexpresivo título de “ciudadanía”, piénsese en los inmigrantes sin papeles, sino en el más concreto de administrados, pacientes o en su caso usuarios. Y desde luego no pretenden atención sino más modestamente, información.

Ciertamente el lenguaje es creación y expresión del pensamiento humano ya que a partir de él representa simbólicamente la realidad. Tan cierto como que tampoco, nunca, es inocente. Hasta Nebrija en 1492, decía que el lenguaje es el principal compañero del Imperio. Desde que el emisor decide comunicar su pensamiento estructura la intención, el porqué del mensaje. Es esa intención la que despoja al lenguaje de su inocencia, porque cada palabra elegida se envuelve en significados intencionales. Se utiliza creando expresiones que sirvan de espejo o velo al pensamiento.

Los ejemplos, como el que inicia la reflexión, abundan en la batalla política que a nosotros interesa resaltar, aunque sin poner otros que están en la mente de cualquier observador de la realidad cotidiana. Creo que quizá puedan encontrarse infladas de ideología las que giran alrededor de palabras tan hermosas y tanto contenido como libertad, justicia, democracia, progreso, igualdad o solidaridad. A veces, irreconocibles, se usan como espadas que imponen las convicciones del que las emite

La ciudadanía es en todo caso, una categoría política que desde Grecia, el Imperio Romano, la Revolución Francesa – con teóricos como Rousseau o Sieyès y su “Tercer Estado” – o el surgimiento del capitalismo, perderá gran parte de su sentido. Dice François Dubet que la ciudadanía se consideró ante todo como la expresión de una nación. Una nación de ciudadanos evidentemente, pero una nación definida por sus especifidades, su idioma, su cultura, su historia y su deseo de ser una nación. En ese sentido, la ciudadanía se basa en un vínculo de fidelidad a la nación. Las democracias han sido nacionales, y los ciudadanos han sido ante todo patriotas. O como señalaba Aristóteles: Un ciudadano en sentido estricto por ningún otro rasgo se define mejor que por participar en la justicia y en el gobierno.

Y desde luego entender como ciudadano aquél que situado en determinado Estado nacional, posee dentro de ese territorio un compendio de derechos individuales entre los que se destaca el derecho a la igualdad jurídica. Thomas H. Marshall, habla de ciudadanía como proceso de adquisición de derechos, primero los civiles, luego políticos y el siglo XX sería la etapa de ampliación hacia los derechos sociales. En resumen, una condición otorgada a aquéllos que son miembros plenos de una comunidad y son iguales con respecto a los derechos y deberes de que está dotada esa condición.

Así pues, ciudadanía como estatus legal en dimensión pasiva; como identidad política, de pertenencia a una comunidad política y como participación o dimensión activa. Pero la izquierda, la más radical, la extrema, la totalitaria, utiliza el lenguaje con maestría suprema y logra introducir en los medios, en la comunicación coloquial, expresiones como ciudadanía hasta lograr sustantivarla. Hasta hacerla el centro de lo colectivo, lo dirigible, la base de su actuación expansiva, obsesiva y permanente.

Miren, existe el ciudadano, sujeto de derechos individuales, como la libertad ideológica, o colectivos, como el de libertad de asociación o manifestación. Pero no existen derechos de la ciudadanía. Eso es colectivismo, puro dirigismo ajeno a la libertad.

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