A VUELAPLUMA
LA
OPINIÓN de
Javier
Pipó
LA
TRAGEDIA ANDALUZA
7 de
Abril de 2013
Escuchar la perorata que Griñán
pergeñó voluntariamente ante el Parlamento andaluz, para tratar de justificar o
justificarse por el horror de los ERES es espectáculo que solo los iniciados
pueden soportar serenamente.
Decía Amparo Rubiales, “camisa
vieja” del viejo PSOE, que Griñán es el más temido y odiado por la derecha
española. Frase boba por mérito propio que solo identifica a su autora como
fantasma inútil de un pasado que nunca vuelve y muestra de una decadencia que
jamás indulta el paso de los años.
Griñán es excelente orador, con
formación jurídica, recursos y lecturas, pero sin nada que decir. Pero lo poco
que dice lo expresa educadamente y con respeto a sus adversarios. Nada que
objetar porque no es guerrillero de la política ni un advenedizo. Ya quisieran
los holgazanes y robaperas que le rodean. Y en cuanto a temido, pues que les
voy a decir. Como político ha fracasado siempre. Alguna vez le definí como un
simpático jubilado. Tiene un pasado mediocre y no tiene futuro. Ya ven.
Pero no es esta la cuestión. La
gran cuestión radica en que el gobierno de Andalucía camina balbuceante hacia
el desastre, entre una espesa niebla de corrupción, mascullando un
ininteligible discurso que ya superó lo antidemocrático.
Ya está bien de medias verdades,
de mentiras descaradas, de aprovechar una justicia anquilosada, lenta y
seguramente reparadora por los pelos. Culpar a un honesto y eficaz funcionario
como Gómez Martínez de no hacer advertencia de legalidad tras 18 informes
cursados en vía reglamentaria me parece bellaquería inmunda. El interventor
prestó gran servicio público y ejerció con honor una función hermosa y
democrática solo sujeta al imperio de la ley. Todavía recuerdo sus palabras: “Decir que el
Consejero de Hacienda – Griñán, ahora Presidente - no actuó porque no recibió
un informe de actuación, no es ni siquiera un subterfugio, es una pamplina”.
Desgraciadamente, en el
Parlamento andaluz se puso de manifiesto una vez más la implacable dureza de la
oligarquía político-administrativa que trata de hundir la función pública en el
descrédito y si pueden en el deshonor de la imputación judicial.
Pero la responsabilidad de la
tragedia, tras más de diez años de huída, no recae solo en jerifaltes, asesores
de alta remuneración, inútiles e ignorantes burócratas de partido, en comisiones
parlamentarias de resultados previos que luego con desparpajo se citan como
antecedentes o en una servil Cámara de Cuentas.
Dada la importancia trascendente
del enorme agujero de corrupción y despilfarro, los años transcurridos, el
conocimiento nacional e internacional de la situación, con el consiguiente
desprestigio alcanzado en una región tullida por la pobreza y la ignorancia ¿Dónde
han estado las instituciones estatales? ¿Por qué en todo este tiempo de
desventura y mangoneo no apareció el Tribunal de Cuentas? Pues quien haya leído
la Constitución conoce el encargo del control económico y presupuestario de los
órganos de las Comunidades Autónomas y no es incompatible con la inútil y
costosa Cámara de Cuentas andaluza, salvo claro, le sirviera de capa que todo
tapa. ¿Y el Ministerio de Hacienda y el resto del Gobierno? Pero aquí aparte de
mofarse ¿para qué sirve la Constitución? Un éxito más del Estado de las
Autonomías.
Miren. No estamos ante un error
de derecho, sino ante una clara desviación de poder. Porque es la
intencionalidad la que separa ambos conceptos, como dice el profesor Chinchilla.
Clara intencionalidad como elemento sustancial y pretendidamente ideológico, de
la tragedia andaluza. Este es un mundo a la deriva que dura más de 30 años, sin
referencia trascendente alguna y lo advierte José Antonio Marina: El deseo de
poder se justifica así mismo. Pues eso.
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