Artículo que será publicado por
el Diario ULTIMA HORA de Palma
¿Modelo policial o modelo
político?
Julián Delgado. Escritor y
Experto en Seguridad Pública
En España no hay una tradición de respeto,
protección y garantía de los derechos fundamentales y de las libertades
políticas básicas. La Constitución de 1812 y las cinco que la siguieron
conservaron la noción de orden público, disimulando el absolutismo detrás de
fórmulas constitucionales. La Constitución de 1931, es la primera Carta Magna
que recoge con amplitud y garantía los derechos y libertades democráticos,
aunque los graves y continuos conflictos de orden público llevaron a los
sucesivos gobiernos a no respetarlos. La noción de orden público de la
Dictadura nos retrotrae a 1814, cuando Fernando VII regresó a España y abolió
la Constitución de 1812, volviendo al absolutismo.
Así pues, a partir de la CE del 78, España
disfruta, por primera vez en su historia, de la plena garantía de los derechos
y libertades ciudadanas, bajo el único concepto de orden público que es
admisible en un Estado democrático. Pero debido al el nefasto recuerdo que de
él dejó el anterior régimen, las autoridades políticas, condicionadas por esa
memoria colectiva del mal empleo de la policía que hizo el franquismo, han sido
remisas a aplicar la fuerza legítima en la defensa de los derechos, las
libertades, las personas y los bienes. Prefieren pecar por defecto que por
exceso. Pronto aprendieron la lección: 1) es mejor permitir ciertos desmanes a
emplear la policía para impedirlos: los destrozos los paga el erario o los
seguros y el desgaste político es mínimo. Por el contrario, cualquier acción
policial que, aunque legítima, pueda considerarse excesiva, produce un gran
desgaste político. 2) Si no hay otro remedio que intervenir, tiene menos coste
que los heridos sean policías; por lo tanto, hay que limitar la acción de la
policía dotándola de material defensivo y negándole el ofensivo. 3) En los
conflictos no es prudente concentrar grandes contingentes de policía: son más
difíciles de controlar y pueden percibirse por la sociedad como una inadecuada
exhibición de poder.
Las unidades antidisturbios nacionales y
autonómicas tienen un alto nivel profesional y han interiorizado que su
actuación debe adecuarse al ordenamiento jurídico y a los principios de
oportunidad, congruencia, proporcionalidad y de menor lesividad posible. Pero
su actuación, por lo general, está lastrada por la actitud de los políticos. En
los grandes conflictos callejeros, por más graves que hayan sido, la cantidad
de detenidos que hace la policía española es ridícula comparada con las que
llevan a cabo en semejantes circunstancias las policías europeas. Recuérdese,
por ejemplo, que en París, durante los recientes conflictos de los chalecos
amarillos, se realizaban cerca de mil detenciones diarias con las consiguientes
multas administrativas.
Otro error es enfrentarse a los problemas
de orden público con una desproporción peligrosa entre policías y
manifestantes. Este desequilibrio propicia que se agrave el conflicto y que se
produzcan situaciones que pueden resultar trágicas. Cuanto menos poder
disuasorio exhiba la policía ante los manifestantes, y en España por las
circunstancias señaladas es escaso, mayor ha de ser el despliegue. No hay
policía en Europa que solvente los conflictos con tan escasa proporción de
fuerza como se hace en España. En los incidentes de estos últimos días en
Barcelona, más por su agresividad que por su volumen, cualquier otra policía
europea hubiera concentrado no menos de mil quinientos agentes.
La policía no está dotada con los recursos
necesarios para cumplir su misión con solvencia. Además del defensivo, debe
tener un arsenal ofensivo que, si bien empieza con la defensa (porra), va
ascendiendo en proporción a la agresividad de los manifestantes. Existe en toda
España un único tanque de agua a presión, de gran eficacia disuasoria y mínima
lesividad, que nunca se ha usado. Las pelotas de goma o material similar
proporcionan a la fuerza pública la posibilidad de evitar el choque cuerpo a
cuerpo, de mantener a la multitud hostil a distancia, pero rara vez se utilizan
y en Cataluña están prohibidas, se utilizan proyectiles de foam. Los botes de
gas pimienta, que obligan a la multitud a dispersarse, se utilizan en Europa
cuando son necesarios. Si se carece de estos recursos intermedios, el policía
corre el riesgo de verse obligado, para salvar su vida, a utilizar el arma de
fuego. En resumidas cuentas, la policía sale a la calle a defenderse de los
ataques de los alborotadores cuando tenía que ser al revés.
La situación de la policía en Cataluña es
de suma vulnerabilidad; además de sufrir todas esas carencias generales, se
enfrentan a grupos que son jaleados desde el propio Gobierno de la Nación y
vistos con indulgencia por el Govern. Estos grupos violentos, que aparecen en
la mayoría de manifestaciones son activistas antisistema, nihilistas que
vandalizan las ciudades. Practican una violencia indiscriminada que en
ocasiones confluye con los intereses de la Generalitat y han visto avalada su
conducta transgresora de la ley con el ejemplo de los líderes políticos que
llevan una década haciendo lo propio y por ello, aunque condenados, fueron
subidos a los altares.
Más que cambiar el modelo policial, sería
necesario cambiar nuestro modelo político.
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