LA AZOTEA
¿Y AHORA?
19 de Octubre 2019
Pues ahora, si tienen
paciencia para aguantar hasta que termine la función, comprobarán que lo único
que ha cambiado de dirección ha sido la senda hacia un debilitamiento aún
mayor del Estado y en consecuencia, de sus resortes de poder necesarios para el
mantenimiento del sistema democrático. Una débil democracia insertada
provisionalmente en un Estado debilitado. Débil el Estado y apenas perceptible
el amor de sus ciudadanos por la libertad. Parece como si mayormente hubiese
calado el consejo del criminal Che Guevara: un pueblo sin odio no puede
triunfar sobre un enemigo brutal.
Desde luego no parece
que nuestros guardianes conozcan ni les interese la estructura del Estado
platónico contenido en su tratado de las Leyes. ¿Para qué? Pero
aprenderían cómo se distribuyen las Magistraturas, incluida la de “orden
público”, que nada quede sin vigilar o los Tribunales de Justicia, ya
entonces, la administración pretendida más organizada y completa: “todo
Estado en el que los juzgados no estén instituidos correctamente se destruirá
como tal”. Pero aquí precisamente lo que está quedando demolido es el
propio Estado y se hace desde dentro con el concurso de sus guardianes y la
parálisis de sus instituciones.
Y que les puedo
comentar sobre la famosa Sentencia del supremo Tribunal Supremo que no hayan
oído a favor o en contra de su contenido, con palabras de ilustres juristas o
de charlatanes de mercadillo. Siempre admiré sus resoluciones repletas de
sabiduría jurídica y de un pulido lenguaje lleno de belleza en la sintaxis y al
alcance de cualquier lego en su contenido. De manera que esta no sería una
excepción en mi curiosidad que satisface en sus variados contenidos que van
desde la sociología y la psicología política a la doctrina generosamente
extendida en sus interesantísimas páginas sobre la pretendida vulneración de
los más variados derechos de los sediciosos y golpistas delincuentes. Y lo que
se podría decir sobre la inexistencia del tabarroso “derecho a decidir” alegado
por estos robaperas, a los que el Tribunal ilustra sobre el exacto contenido
del derecho de autodeterminación, la desobediencia civil o el caso “canadiense”. En definitiva, todo un tratado que servirá de guía a los amantes de la teoría
política o para muchos temas de estudio en oposiciones a la Administración del
Estado.
Esta
brillantísima Sentencia resulta tan apasionante desde el punto de vista
intelectual como decepcionante desde el punto de vista histórico/político. Sus
conclusiones sobre que los hechos, descritos minuciosamente, no son
constitutivos de un delito de rebelión y sí de un delito de sedición, no se
compadece con sus ajustados, sólidos y bien construidos fundamentos de derecho,
hasta ese momento relatados. Impropio de la altura de tan docto Tribunal, en
este caso en apariencia de contagio sanchista. Y no digamos la guinda final sobre
no aplicación del artículo 36,2 del CP y su curioso “pronóstico de peligrosidad”
a su cargo, tan arbitrario como vacío. A mí, tanto el juicio de autoría, como las
penas impuestas me resultan de un interés relativo. Lo que me preocupa es la
fase que con su publicación se inicia. Porque la pregunta ¿y ahora? Parece tan
adecuada como procedente. Y lo peor, no tiene respuesta satisfactoria por la
vía de la certeza. Ahora, cualquier cosa; los graves disturbios
de este fin de semana en las principales capitales de Cataluña, jaleados por
ese peligroso activista llamado Ibarreche y sus bandas de guerrilleros
callejeros, son puntas de una oleada que terminará con la España constitucional
del 78.
Vengo manteniendo hace
años que la revolución catalana está en proceso de triunfo. En el interior,
tras incesantes concesiones esencialmente en el ámbito educativo que han
adoctrinado todas las generaciones desde 1975, haciendo una población
mayoritariamente sensible al desprecio a lo español y condescendiente con el
nacionalismo radical y totalmente secesionista. Una legislación buenista y comprensiva, desde la
desfiguradora de una Constitución que dejó en el aire la construcción del
Estado autonómico, parcheado a golpe de TC, a la electoral que ha favorecido
una presencia abusiva e innecesaria en el Parlamento de los llamados
nacionalistas o la estúpida política financiera que estuvo financiando la
construcción de un estado catalán de forma tan sorprendente como descarada. Y
se podría seguir relatando el desmantelamiento concienzudo y sistemático del
Estado en la Comunidad Autónoma. Y en el exterior, como una pesada carga que prolonga
la leyenda negra histórica; tal como recoge la influyente prensa internacional.
Y aún peor porque a
quien corresponde resolver la situación inmediata es a un Gobierno sanchista,
populista, carente de principios y valores democráticos que dejó atrás la
socialdemocracia para abrazar como socio preferente el comunismo zarrapastroso de
Iglesias y si este fallara el indefinible riverismo, como aspirante. Pues ya me
dirán, porque al frente de Cataluña hay un caudillo fascista que quiere ser
identificado con su desconocido Partido y, a este con el nuevo Estado; y al
nuevo Estado con la nueva Nación y a esta con la Patria catalana y la Patria catalana
con el pueblo catalán y a este con la historia épica. Y sus socios ya lo ven,
comunismo de distinto pelaje, haciendo irreconocible la línea separadora entre
nazifascismo y comunismo que como decía Revel son ideologías hermanas.
Así pues, ahora
comienza una nueva fase del proceso catalán, a la que dará continuidad la de Euskadi/Nafarroa. ¿Y nosotros? Pues al fin logramos como triunfo nuestro, de los
demócratas decentes, que Franco salga de Cuelgamuros. Así da gusto.
Sin duda en algo nos estamos equivocando y ya no sé si de modo irremediable, y no me refiero sólo al hecho de haber alimentado y dejar alimentar a un cachorrito desde 1.982, hoy ya todo un monstruo, sino el intentar la cuadratura del círculo con un modelo territorial diseñado desde la extrema fragilidad en pos del valioso consenso, un logro, no cabe duda, pero que ya desde entonces y pese los denodados esfuerzos pedagógicos de nuestro admirado García de Enterria se antojaba al borde de un precipicio, sólo sujeto por la supuesta responsabilidad y sentido de Estado de unos gobernantes que con el tiempo (pero desde el principio, ojo) han pospuesto a intereses electorales y de consecución del poder a cualquier precio en lugar de dedicarse a consolidar el Estado. No, apreciado maestro, estoy contigo, no creo que haya solución, pero ya ni desde la “conllevancia” de Ortega y Gasset; demasiada egocentría, demasiada mediocridad, demasiada irresponsabilidad… demasiado tarde.
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