Artículo que será
publicado el próximo día 2 de Noviembre en el Diario Ultima Hora de Palma
LA GUERRILLA URBANA
CONECTADA
Julián Delgado. Escritor
Por
más que las autoridades autonómicas catalanas intentaran culpar de la barbarie
desatada en Barcelona a grupos infiltrados, ha quedado bien claro que quienes
dirigen esta nueva fase del Procés a
través de Tsunami Democràtic, entre otros, han considerado conveniente aumentar el
grado de violencia de sus tropas. A
los grupos separatistas catalanes se han sumado en el vandalismo callejero los
anarquistas, de triste recuerdo en Cataluña, y otros del mismo carácter
procedentes del resto de España y del extranjero, con el objetivo de atraer el
foco de la prensa internacional y hacer
visible el conflicto (Paluzie dixit).
Esta guerrilla urbana ha incorporado las nuevas tecnologías para su
acción: las aplicaciones de los móviles les otorgan la capacidad de concentrar
multitudes en poco tiempo y la posibilidad táctica de moverlas en la ciudad
según convenga. Disponen de herramientas para levantar adoquines, fabrican cocteles
molotov, convierten los contenedores en bombas incendiarias… Y lo más
importante, cuentan con una organización estable y flexible y con el ejemplo de
la violencia política que dan las autoridades.
A esta multitud extremadamente violenta se le ha enfrentado una policía
democrática, con todas las limitaciones que eso significa en el uso de la
fuerza, perseguida por sus propias autoridades, que en lugar de apoyarla la investigan,
la maniatan mientras pagan los abogados de sus agresores. Ante una turba tan
agresiva como la citada, es imprescindible que la policía cuente con unos
efectivos que, por su entidad, sean capaces de, por una parte, disuadir de
realizar acciones agresivas y, por otra, permita controlar a la multitud con el menor empleo
de la fuerza. La situación actual es exactamente la contraria. A menos agentes,
se necesita mayor uso de la fuerza y se corre mayor peligro.
El viernes negro, la policía
estuvo a punto de colapsar por no contar con los efectivos necesarios. Eso
hubiera significado perder el control del espacio público, el repliegue desordenado
de la policía y el riesgo del uso del arma de fuego por algún agente que se encontrara
en el trance de ser linchado. A ese riesgo sometió el ministro Marlaska a los
policías y al país entero por su imprevisión.
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