Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 7 de febrero de 2019

La Opinión de Julián Delgado




PEDRO EL LÍQUIDO
Julián Delgado. Escritor

El sociólogo Zygmunt Bauman desarrolló el concepto de Modernidad Líquida en referencia a la sociedad de hoy, en la que las instituciones sólidas se han desvanecido. La define como una figura de cambios constantes y rápidos,  inestable, precaria y transitoria, en la que las relaciones humanas son inconsistentes y tienden al individualismo. Una sociedad dominada por el miedo a ser un sobrante, un desecho; una situación que genera angustia existencial. Los compromisos, hoy, como los líquidos, no se atan al espacio y al tiempo, fluyen libremente. Es una representación de nuestra realidad, una nueva fase de la historia de la humanidad en la que las cosas fluyen, se desbordan, se filtran siempre por un tiempo limitado. Vivimos un tiempo veloz, convencidos de que las cosas no van a durar mucho, que aparecerán otras que las desplazarán. Y esto hace que el hombre no se comprometa con nada para siempre, que adapte la mente en cada momento a lo que le beneficia, que se desprenda de firmes convicciones que dificulten su adaptación a lo nuevo. Como el líquido, cambia de forma al acoplarse al recipiente. Esa cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido predispone al narcisismo y a actuar de forma egocéntrica y materialista. La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales, dice el sociólogo.

Pedro Sánchez, un ser narcisista, histriónico, ególatra, obsesionado por el poder y el éxito, que atiende desmedidamente a su interés, puede ser considerado un ejemplo claro de esta liquidez. Sobre todo, porque, ante un dilema, adopta siempre la respuesta que más le conviene y es capaz de tomar la contraria horas después. Su personalidad líquida le permite abordar los problemas sin apriorismos ni compromisos, sin tener que enfrentarse a principios, ideología o convicciones de los que carece. Lo normal es que a las personas les remuerde la conciencia cuando actúan contra su propio criterio o sus principios, pero a Sánchez no, porque los incorpora o conforma adaptándolos al recipiente de su interés. Esto, sumado al atrevimiento que le proporciona su arrebatada pasión por el poder, le convierte en una bomba, que, colocada en el vértice del Estado, puede destruirlo.


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