La AZOTEA
LA SOGA DEL SANCHISMO
8 de Febrero 2019
Sinceramente
me resulta doloroso que la opinión pública, la mayoría de medios de
comunicación y los partidos constitucionalistas, hayan necesitado llegar a
estas alturas del Gobierno felón de Sánchez para apreciar que la Nación
española, como Estado unitario, se encuentre al borde del abismo. Miren, en
nuestra llamativa modestia, con información limitadísima y medios tan escasos,
venimos sosteniendo hace no menos de cinco años, la deriva hacia la
autodestrucción de la democracia parlamentaria, representativa y coronada de
1978; del sistema constitucional que con acierto y mucha dificultad puso en
marcha un periodo apasionante de progreso y libertad, como ninguno de los
históricamente vividos.
Y
aun sabiendo que superados los treinta y cinco años se convertía en la más
longeva del constitucionalismo español, salvo la de 1876, siempre nos pareció
insuficiente, apostando por no menos de sesenta para permitir un asentamiento
definitivo y deseado de modelo civilizado, ilustrado y pacífico de convivencia
en valores y principios, de respeto al sistema constituido, en búsqueda
incesante de continuado perfeccionamiento y aceptación general. Y ciertamente,
hemos procurado acentuar la angustia del riesgo, conforme este resultaba a
nuestros ojos de meros observadores, mayor y de peor encare.
La
llegada del peligroso bobo de Estado e inútil zascandil Zapatero, ya supuso el
inicio del fin. Y no constituyó precisamente un gobernante inane e indiferente
para la ruptura del consenso de 1978, sino un ciclón dañino e inesperado en el
empeño decidido por modificar las bases sobre las que se asienta el modelo de
sociedad y el entendimiento del papel del Estado en el sentimiento de España
como proyecto común. No llegó a entender o no quiso entender, la gobernanza
como respeto a la estricta separación de poderes; la independencia de la
Justicia o el imperio de la ley o la educación como motor de progreso y respeto
a la historia, así como a los sentimientos, tradiciones y creencias religiosas
de los ciudadanos. A punto estuvo de arruinar la ascendente economía nacional y
desde luego de romper el contrato social por el que se rige el moderno
constitucionalismo de occidente.
Pero
Rajoy, a años luz de la catástrofe zapasanchista, no supo remontar la oscuridad
heredada, ni zanjar los brotes de ingente e inmoral corrupción por doquier. Ni
por supuesto aplicar una política de Estado en Cataluña, permitiendo las
fechorías nacionalistas en materia de educación, comunicación y cultura. Tolerando
e incluso propiciando – en ausencia de aquél – un viraje relámpago del
nacionalismo traidor hacia el golpismo independentista, apoyado por el
comunismo oportunista y totalitario, asociado al taimado tinglado vasco. Y
perdió la oportunidad de un regeneracionismo profundo de la vida social
española, aplazado por las elites intelectuales y políticas desde finales del
siglo XIX. Parece creyó que su papel con mayoría absoluta irrepetible debía limitarse
a gerenciar con acierto la empresa llamada España. Y lo consiguió en términos
de paro y crecimiento económico, es decir, reduciendo su papel a Contable Mayor
del Reino y alcanzando niveles envidiables incluso en términos europeos. Pero ejerciendo
de político en la más pavorosa inopia histórica; dejando bajo mínimos la moral
social y la esperanza de una Constitución continuamente fortalecida como
valladar frente a la disolución nacional.
Por
su parte, la llegada hace ocho meses del sanchismo a la democracia española, supone
una anomalía de carácter histórico que, va más allá de una línea gruesa no
traspasada desde Fernando VII. Carente de solidez ideológica, resulta punto
intermedio entre su propia ambición y las ideologías perversas de Zapatero e
Iglesias. En tan corto espacio temporal es un riesgo no solo para la Nación
española, sino también para el socialismo democrático y liberal, pactado en Bag
Godesberg y Suresnes. La ocupación del poder no respetó el consenso básico de
1978 y a duras penas las bases, principios y valores que vertebran la
Constitución. Su gobierno autoritario está inmerso en una involución ojalá no
irreversible. Su egocentrismo y soberbia, le hace incapaz de salir del Real
Decreto Ley; despreciar el artículo 99,2 CE, aunque accediera de forma legal
conforme a los artículos 113 y 114, eso sí engañando descaradamente sobre su
intención de convocar elecciones; designar decenas de cargos públicos obviando
los principios constitucionales de mérito y capacidad; desdeñar los principios
previstos en el artículo 103 CE, por los que debe regirse la Administración o
arriesgar nuevamente la economía nacional con medidas aventureras que ya dieron
un zarpazo gigantesco a la Seguridad Social y lo darán al déficit, deuda y
empleo.
Y no digamos su pacto múltiple y secreto, bellaco
y traidor que le hace pagar su acceso a la presidencia y depender de forma
absoluta y servil de los más perversos enemigos de la Corona, la Nación y la
propia Constitución. La lectura de los 21 puntos de negociación con los
golpistas, le hace a él y su manada gubernamental incluido el desubicado
Borrell, reos de un delito de traición o cuando menos del desprecio más
absoluto de los demócratas, dada la debilidad del Estado para su propia defensa
y la inutilidad del artículo 8,1 de la Constitución, ni siquiera de forma
disuasoria. El sanchismo es un peligro nacional, con o sin sus Presupuestos.
Aunque ahora, con la soga al cuello de su incompetencia, diga que fracasó el
diálogo con los golpistas. El fracaso con soga, es el suyo porque estos ya están en manos
de la justicia, donde seguramente terminará él de continuar al frente del
Gobierno de este país, tan acostumbrado a politicastros y amantes del
liberticidio.
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