Artículo del escritor Julián Delgado que será
publicado por el Diario “Última Hora” de Mallorca, el próximo sábado día 25
ESTADO DECORATIVO
Julián Delgado. Escritor
En cuanto se tuvo
conocimiento del atentado en las Ramblas, el ministro del Interior y su plana
mayor deberían haber cogido un avión y aterrizado en la Ciudad Condal; haber
establecido el Gabinete de crisis en la Delegación del Gobierno, haber
convocado a autoridades y responsables de los Cuerpos Policiales, haberles
repartido funciones, respetando la actuación y competencias de los Mozos, convocado
a la prensa, y, en suma, haberse responsabilizado de la gestión de la respuesta
al grave atentado.
En cambio, la Generalitat,
que se vio en el foco de atención del planeta, decidió hacer un uso
propagandístico de la masacre, monopolizando el interés mediático, para mostrarse
como representante de un país prodigioso. Presumió Puigdemont, cínico y falaz,
de personalidad forjada a lo largo de los
siglos, país de convivencia y
libertad, cuando llevan años enfrentándolo entre sí. Romeva se desgañitaba
para que los medios extranjeros no se refirieran a la policía española, sino a
la catalana, que, por cierto, ha desempeñado su labor de forma solvente. Y el conseller de interior, Forn, creyéndose
ya ministro de un Estado independiente, dividió a los muertos entre catalanes y
españoles.
En fin, el Estado fue
suplantado por sus enemigos y se proyectó de él la imagen de una vieja
superestructura decorativa.
Todo esto pudo darse
por la dejación irresponsable del Gobierno: Zoido llegó 45 horas después del
atentado y Rajoy 24. Pero cuando aparecieron, protagonizaron una actuación
vergonzante: se convirtieron en invitados de piedra de Puigdemont, accedieron a
reunirse en la Consejería de Interior, en la que el ministro no sabía dónde
ponerse y el presidente parecía el de un país extranjero que iba a dar el
pésame. Después de tomar la palabra Rajoy, cerró el acto Puigdemont, haciendo
saltar por los aires las normas protocolarias. Ausentes y bloqueados los
cuerpos de seguridad estatales, convertido el jefe de la policía autonómica en
estrella rutilante, daba éste cumplida cuenta de la marcha de los acontecimientos
mientras los representantes del Estado parecían enterarse de ellos a la vez que
el resto de ciudadanos.
Lamentablemente, la
Generalitat consiguió hacer trizas la pirámide de poder del Estado.
No es indolencia ni dejación sino la mala intención de los traidores
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