Artículo que será publicado en el Diario “Última
Hora” de Mallorca el próximo día 8 de Abril
LA OLA JUSTICIERA
Julián Delgado. Escritor
Una ola justiciera ha atravesado
nuestro país en estos últimos años y se ha llevado por delante a las más altas instancias,
a los más poderosos próceres, a quienes eran considerados personajes
intocables, impunes ante la justicia por más que sus andanzas fuera de la ley
fueran archiconocidas. No es ahora cuando hemos sabido que unos y otros se
estaban enriqueciendo de forma fraudulenta. Desde hace años era, si no público,
sí notorio para el común.
¿Qué ha pasado, pues, para que
estallase ahora? Sin duda la indignación y el hastío de la sociedad como
consecuencia de los efectos de la crisis; la corrupción, conocida hoy en toda
su crudeza, el desprestigio de los partidos y las instituciones, el papel de
algunos medios contribuyendo a difundir la acción política como un vulgar
espectáculo, el descontento ciudadano ante el mal funcionamiento del sistema y,
también, la ausencia de un proyecto y de un ideal cívico común en el que se
sustente la democracia han contribuido a agitar las olas.
Este tsunami se ha llevado por delante
al Rey, obligado a abdicar, una infanta y su marido se han sentado en el
banquillo, patriarcas de la política cuya caída era inimaginable, como Jordi
Pujol, se han visto arrastrados, junto con su familia, por el barro de los
juzgados. Además, siete presidentes más de Comunidad han estado o están
procesados y uno de ellos (Matas) ya ha dado con sus huesos en la cárcel; la
lista de ministros, banqueros, empresarios, diputados y concejales encarcelados
o acusados de graves delitos resulta interminable.
Y en este escenario, las insaciables
fauces de una sociedad rabiosa y hastiada engullen a los acusados en una
ceremonia expiatoria que se adelanta a la justicia. Los sospechosos son
flagelados en la plaza pública de los medios de comunicación, donde se les
imputa, procesa, juzga y condena en el mismo acto. Poco importa si finalmente
la justicia los exonera. No existe ética del daño irreparable ni presunción de
inocencia; hay que devorarlos, a cuantos más mejor, y, después, vomitar el
chivo de forma que no muera pero que no quede vivo. Es
una catarsis social, un sacrificio a los dioses para que éstos reúnan
energías suficientes para combatir a las fuerzas del caos. Amén.
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