La Azotea
LA TERCERA?
Pues a la vuelta con el corazón partío, de una minigira por
hospitales del paraíso andaluz, me encuentro con la cotidianidad de la atascada
y fibrilada democracia del 78. Es la España del caos antipolítico, el desorden
hasta ideológico y la desesperanza periódica. Es tanto como decir que la
democracia no es que esté bloqueada, es que agotó lo bueno y posible que cabía
exprimir de la hermosa Constitución de 1978. No solo dejó de estar en vigor en
territorios como Cataluña o el País Vasco, sino que también en el resto hace
tiempo se le perdió el respeto a base de no usarla, o de aplicarla de forma
timorata o torticera.
Sin embargo los que tuvimos la fortuna de
vivir de cerca el profundo movimiento regeneracionista de 1978, sabemos la
esperanza nunca perdida de toda una generación, capaz de anteponer incluso
ambiciones profesionales al servicio de una ilusión colectiva; la que supuso el
gran sorpasso en la conquista por vez
primera de la convivencia en libertad y el bienestar en razonable igualdad. En
ese bello gesto de inteligencia social participaron desde el estudiante al
profesional, desde la fábrica a la universidad, desde el autónomo al
funcionario o el agricultor. Fue el gran salto de la Transición, arbitrado por estadistas
como Fdez. Miranda, el Rey Juan Carlos, Suárez o Felipe González, ahora
zarandeados, menospreciados o invocados en vano malicioso y tergiversador, por
mamarrachos llenos de soberbia, resentimiento e ignorancia. Con ellos, la
Nación prosperó hasta límites desconocidos, hasta niveles de bienestar nunca
vistos y que parecería coto reservado a países selectos del club de la
democracia. Naturalmente existían sindicatos de clase reivindicativos y una
caliente sopa de letras de partidos políticos deseosos de opinar y reivindicar
lo que durante años se encontraba estancado o parecía imposible conseguir.
Partidos donde militaban resentidos, franquistas o comunistas; socialistas con
añoranza de Largo Caballero o la vista puesta en Suresnes; democristianos enredadores,
brillantes o imposibles y liberales más o menos conservadores, de esta o
aquélla escuela. Pero casi nadie exteriorizaba odio o deseo de revancha y si
fuerza para el gran zarpazo del avance social y el progreso.
Contemplar la sesión parlamentaria del
pasado día 21 y la otra, casi cuarenta años después, constituye un ejercicio
insano de masoquismo político. En mi anterior AZOTEA me atrevía a denominar la
cercana sesión como de embestidura y
el espectáculo que se avecinaba como de cómico y jocoso o de sainete; creo me
quedé en la prudencia del tímido opinador. El espectáculo fue bochornoso, una
burla. Ciertamente el sistema político liberal – hace años separado del
capitalismo global – está en crisis en casi todas las democracias, con pérdida de
principios y valores y en generación acelerada de élites políticas tan
envilecidas como las masas. Pero lo nuestro resulta en exceso veloz.
Qué farsa más impresentable hacer gala de
diferencias ideológicas entre los llamados partidos constitucionalistas, cuando
precisamente la falta de pluralismo en las ideas es el comienzo de la crisis
del sistema. Aquí solo queda socialismo democrático y del otro, y comunismo
populista y revolucionario; desaparecieron los liberales. De manera que de las
150 medidas pactadas entre Rajoy y Rivera, 100 corresponden a las llevadas por
este correveidile de la política a la presencia de Zapasanchez, que ahora no
quiere reconocer. Medidas, muchas ininteligibles, otras irrealizables, algunas
simples falsedades, aunque casi todas con el tufo de la ingeniería de valores
de vieja izquierda, contenidas ya en el programa socialista. Así parece
resultar, que el trío constitucionalista de ocasión, se reparte entre un Rajoy,
tibio y pundonoroso socialdemócrata sin saberlo, pero único estadista y
esperanza; un Rivera que admira a Zapasanchez y le gustaría ocupar su lugar,
gestionando una socialdemocracia moderna y regeneradora y un Sánchez que
intenta pastorear un socialismo mostrenco y reaccionario y al que desearía y lo
conseguirá, unirse en matrimonio de hecho con
el neobolchevique Iglesias. El
Iglesias, vociferante y descamisado en escena que recordaba a Lenin
arengando a los trabajadores de la fábrica de Putilov, obra del realismo
socialista logrado por I. Brodsky. El
resto de los decisivos, pura morralla. Los nacionalistas del populismo
revolucionario independentista, insultando la dignidad española en plena Cámara
de la soberanía nacional, en presencia del Gobierno de España en pleno, pero en
impunidad constitucional y eso sí, amparados por la estúpida burguesía catalana
y vasca, en pérdida acelerada del control y sin cesar en su deriva de
cancerberos de la iniquidad.
Y no miren a Europa que, tras los setenta
años de paz, progreso y libertad, finalizada la “guerra civil” entre los
totalitarismos comunista y fascista, como bien dejó explicado Ernst Nolte, tan
denostado y arrinconado por Habermas,
ahora enlaza - ¿será la Tercera?- con la silenciosa, no tan incruenta
pero devastadora, en términos de civilización cristiana, contra la barbarie
islamista. Y de nuevo fascismo contra comunismo, dos hijos de la misma
tosquedad. El sistema expira asistido por una epidemia de idiocia colectiva.
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