Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

domingo, 4 de septiembre de 2016

La Opinión de Javier Pipó.


La Azotea

LA TERCERA?
4 de Septiembre 2016

   Pues a la vuelta con el corazón partío, de una minigira por hospitales del paraíso andaluz, me encuentro con la cotidianidad de la atascada y fibrilada democracia del 78. Es la España del caos antipolítico, el desorden hasta ideológico y la desesperanza periódica. Es tanto como decir que la democracia no es que esté bloqueada, es que agotó lo bueno y posible que cabía exprimir de la hermosa Constitución de 1978. No solo dejó de estar en vigor en territorios como Cataluña o el País Vasco, sino que también en el resto hace tiempo se le perdió el respeto a base de no usarla, o de aplicarla de forma timorata o torticera.

   Sin embargo los que tuvimos la fortuna de vivir de cerca el profundo movimiento regeneracionista de 1978, sabemos la esperanza nunca perdida de toda una generación, capaz de anteponer incluso ambiciones profesionales al servicio de una ilusión colectiva; la que supuso el gran sorpasso en la conquista por vez primera de la convivencia en libertad y el bienestar en razonable igualdad. En ese bello gesto de inteligencia social participaron desde el estudiante al profesional, desde la fábrica a la universidad, desde el autónomo al funcionario o el agricultor. Fue el gran salto de la Transición, arbitrado por estadistas como Fdez. Miranda, el Rey Juan Carlos, Suárez o Felipe González, ahora zarandeados, menospreciados o invocados en vano malicioso y tergiversador, por mamarrachos llenos de soberbia, resentimiento e ignorancia. Con ellos, la Nación prosperó hasta límites desconocidos, hasta niveles de bienestar nunca vistos y que parecería coto reservado a países selectos del club de la democracia. Naturalmente existían sindicatos de clase reivindicativos y una caliente sopa de letras de partidos políticos deseosos de opinar y reivindicar lo que durante años se encontraba estancado o parecía imposible conseguir. Partidos donde militaban resentidos, franquistas o comunistas; socialistas con añoranza de Largo Caballero o la vista puesta en Suresnes; democristianos enredadores, brillantes o imposibles y liberales más o menos conservadores, de esta o aquélla escuela. Pero casi nadie exteriorizaba odio o deseo de revancha y si fuerza para el gran zarpazo del avance social y el progreso. 
 
   Contemplar la sesión parlamentaria del pasado día 21 y la otra, casi cuarenta años después, constituye un ejercicio insano de masoquismo político. En mi anterior AZOTEA me atrevía a denominar la cercana sesión como de embestidura y el espectáculo que se avecinaba como de cómico y jocoso o de sainete; creo me quedé en la prudencia del tímido opinador. El espectáculo fue bochornoso, una burla. Ciertamente el sistema político liberal – hace años separado del capitalismo global – está en crisis en casi todas las democracias, con pérdida de principios y valores y en generación acelerada de élites políticas tan envilecidas como las masas. Pero lo nuestro resulta en exceso veloz.

   Qué farsa más impresentable hacer gala de diferencias ideológicas entre los llamados partidos constitucionalistas, cuando precisamente la falta de pluralismo en las ideas es el comienzo de la crisis del sistema. Aquí solo queda socialismo democrático y del otro, y comunismo populista y revolucionario; desaparecieron los liberales. De manera que de las 150 medidas pactadas entre Rajoy y Rivera, 100 corresponden a las llevadas por este correveidile de la política a la presencia de Zapasanchez, que ahora no quiere reconocer. Medidas, muchas ininteligibles, otras irrealizables, algunas simples falsedades, aunque casi todas con el tufo de la ingeniería de valores de vieja izquierda, contenidas ya en el programa socialista. Así parece resultar, que el trío constitucionalista de ocasión, se reparte entre un Rajoy, tibio y pundonoroso socialdemócrata sin saberlo, pero único estadista y esperanza; un Rivera que admira a Zapasanchez y le gustaría ocupar su lugar, gestionando una socialdemocracia moderna y regeneradora y un Sánchez que intenta pastorear un socialismo mostrenco y reaccionario y al que desearía y lo conseguirá, unirse en matrimonio de hecho con  el neobolchevique Iglesias. El  Iglesias, vociferante y descamisado en escena que recordaba a Lenin arengando a los trabajadores de la fábrica de Putilov, obra del realismo socialista logrado por I. Brodsky.  El resto de los decisivos, pura morralla. Los nacionalistas del populismo revolucionario independentista, insultando la dignidad española en plena Cámara de la soberanía nacional, en presencia del Gobierno de España en pleno, pero en impunidad constitucional y eso sí, amparados por la estúpida burguesía catalana y vasca, en pérdida acelerada del control y sin cesar en su deriva de cancerberos de la iniquidad.
    
   Y no miren a Europa que, tras los setenta años de paz, progreso y libertad, finalizada la “guerra civil” entre los totalitarismos comunista y fascista, como bien dejó explicado Ernst Nolte, tan denostado y arrinconado por Habermas,  ahora enlaza - ¿será la Tercera?- con la silenciosa, no tan incruenta pero devastadora, en términos de civilización cristiana, contra la barbarie islamista. Y de nuevo fascismo contra comunismo, dos hijos de la misma tosquedad. El sistema expira asistido por una epidemia de idiocia colectiva.


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