Artículo que
será publicado por el Diario “Última Hora” de Mallorca.
La Feixina
es un memorial en la ciudad de Palma, al Crucero Baleares de viejas
resonancias, de un bando y otro. Pura memoria histórica a destruir.
Sa Feixina
Julián Delgado. Escritor
Un día de 1979, Juli Busquets, líder de la Unión
Militar Democrática y diputado por entonces, me dio a leer en su casa un montón
de cartas apiladas sobre la mesa del despacho, enviadas por militares
republicanos. Cada uno contaba su situación personal, la de algunos de ellos
lamentable: no cobraban ninguna pensión y eran casi indigentes; otros, por el
contrario, estaban bien situados, lo único que pedían es que se les reconociera
su categoría militar y disponer de una tarjeta acreditativa.
Meses más tarde, Juli y cuatro compañeros de la
UMD organizamos una reunión con un pequeño grupo de ellos, ya con pensión y su
tarjeta militar en el bolsillo. Resultó de lo más emocionante, todos vivíamos
en aquellos momentos un deseo indudable de archivar nuestros recuerdos, de que
no hubiera vencedores ni vencidos. Estábamos animados por una generosa voluntad
de reconciliación, con el objetivo de construir una democracia que fuera un
espacio común para el debate pacífico. Nos despedimos con un abrazo, que a más
de uno le hizo saltar las lágrimas. Por entonces, Marcelino Camacho, líder de
CCOO, miembro del PC y excombatiente republicano, afirmó: Nosotros, que
hemos padecido tantas heridas, hemos sepultado nuestros odios al lado de
nuestros muertos. Santiago Carrillo y yo, que perdí a mi padre asesinado en
Paracuelllos, hicimos otro tanto después de haber cruzado sendas cartas
imbuidas de ese mismo espíritu: que nunca jamás pueda repetirse una guerra
fratricida.
Pero el infausto Zapatero, al utilizar la memoria histórica como un
ardid para esconder su inconsistencia intelectual y su insolvencia política, reabrió
las viejas heridas y, desde entonces, la izquierda ha seguido una estrategia
que parece destinada a que volvamos al enfrentamiento, a la ruptura de la convivencia social, al
arrinconamiento del adversario político, convertido hoy en enemigo, a la
España cainita de buenos y malos, como si sus antecesores ideológicos no
tuvieran también las manos manchadas de sangre.
La demolición del monumento de Sa Faixina
se encuadra en la manipulación reiterada de la historia por los totalitarismos
y los populismos, que acredita el empobrecimiento intelectual que padecen y su
irresponsabilidad política.
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