Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

lunes, 28 de marzo de 2016

La Opinión de Javier Pipó.

La Azotea 



ENTRE ENEMIGOS
28 de marzo 2016



   Esta pasada Semana Santa no creo hayan tenido ocasión de reflexionar sobre si sus celebraciones, ritos y expresiones colectivas o individuales, han resultado o no hirientes de la sensibilidad y el respeto debido a nuestros  hermanos musulmanes, en expresión diabólica de alguno de los muchos descerebrados al servicio del totalitarismo podemita. Por el contrario y a título de ejemplo, muchos habrán experimentado el inmenso placer de sumergirse de nuevo en cualquiera de los oratorios celestiales del divino Bach, en expresión de Nietzsche, lo que proporciona meditación segura sobre la diferencia de civilizaciones. De la civilización cristiana que con sus zonas históricas oscuras, las divergencias en su estructura ritual, organizativa y principios teológicos, ha sabido evolucionar al compás de la historia y servir de soporte – como nos enseñó Max Webwer – a la más grandiosa obra de avance social, progreso, libertad y finalmente democracia de la historia humana. Frente a ella, el Islam quedó anclado en el medievo, en sistemas organizativos de teocracia totalitaria, con pretensiones en sus ramas violentas y criminales, de extender sobre la humanidad una terrible ola de muerte y destrucción, declarando la yihad en territorios ya ganados – ojalá que definitivamente - para la civilización y el progreso.

    Ahora no estamos, ni podemos estar, en la Alianza de civilizaciones de tontos contemporáneos como ZP o Sampaio, ni siquiera en el Choque de civilizaciones de Huntington, sino en guerra declarada de civilizaciones. Entre la culta civilización cristiana, atascada de relativismo, minada del paganismo propio de las sociedades opulentas y la brutal civilización islámica, del islamismo yihadista que a sangre y fuego pretende arrasar las estructuras débiles, delicadas, de la decadente Europa. Que además no crean reacciona más de quince días seguidos ante las mordidas sanguinarias de quienes van a diluir en el retroceso medieval sus libertades y sistemas de gobierno. Fíjense que para evitar la crítica de la opinión pública, atiborrada de basura televisiva de los bandidos “berlusconis” que la manejan, subcontrata a precio de oro su seguridad, con promesa de hermanamiento, con el hermano turco. Como si no fuera el turco quien ha sacudido las fronteras de Europa durante siglos o el Imperio otomano no hubiera estado vivo hasta hace exactamente cien años. Como si ya se hubiera olvidado la sangre del estrecho de Dardanelos y la batalla de Galípoli. Como si no hubiera ya dentro de las vaporosas fronteras europeas cuarenta millones de musulmanes - ¿cuántos durmientes?- reclamando poder impartir justicia por sus cadíes, dentro de la ortodoxia de la sharía. Es decir, un Estado dentro del muestrario europeo.  Pues el hermano turco niega toda identidad que no sea la racial turca y musulmana suní, porque para él, no hay mejor amigo que otro turco.

   Miren, este es nuestro enemigo a batir como se combatió al nazismo. Porque este enemigo exterior de España a la que sin duda sumirá en el terror, es el nazismo renacido, del que le separan solo el territorio y la estructura permanente de un Estado con su máquina de guerra dispuesta al arrasamiento de las palmiras europeas. 

   Pero en esta hora de zozobra nuestra Nación cuenta con otros enemigos, en este caso internos. Es el comunismo totalitario de la nueva revolución de terciopelo que propone Iglesias y que fascina a Zapasanchez, a quien para nuestra desgracia la dedicación a la política es el remate de la felicidad humana, como enseñó Cicerón. Y más si se puede tocar el poder desde la Presidencia, a cualquier precio, bajo cualquier circunstancia aparente, aunque sea un gran engaño o una estafa histórica.
   
      Pues ya ven como los extremos se tocan porque están hechos del mismo diabólico material. Tanto para los comunistas, como para los nuevos nazifascistas yihadistas, está presente la convicción secular de que el Estado es supremo sobre todas las instituciones humanas. De manera que su implantación resulta esencial en su vocación revolucionaria y el nuestro o se suplanta, como quieren aquellos o se arrasa como pretenden estos. No hay alternativa, ni diálogo, ni comprensión posibles. Las zonas grises terminaron o terminarán por oscurecerse.

    Y para la lucha sin cuartel que nos espera contra el enemigo interno – capaz ya incluso de superar la estúpida excrescencia del nacionalismo independentista, esa es otra – y la externa del neonazismo yihadista, necesitamos estadistas sólidos, creíbles y patriotas. Pero ya ven con lo que contamos. Y lo que se adivina.    


     

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