Artículo publicado por el Diario El Mundo de Mallorca el día 21 de Enero
CÓDIGO PUK
DEMASIADA POLÍTICA
José Luis Miró
José Luis Miró
PARA la política hay que servir, como para
la estafa. Uno ha de estar dispuesto al juego
sucio, a la intriga, a decir una cosa y pensar
simultáneamente en hacer la contraria, a
tener unos principios adaptables a las
diferentes coyunturas o interlocutores, a
actuar con cinismo, a sonreír sin ganas y a
dejar cadáveres por el camino. En esencia,
a mentir de una manera reiterada y a
anteponer el fin a los medios, sin que por
ello se altere el ciclo del sueño.
La virtud, como sabemos, no forma
parte del juego del poder. Y no hablo de la
corrupción, que es un asunto distinto, sino
del comportamiento común de los
políticos, de las miserias intrínsecas al
«arte de lo posible» que con tanta
elocuencia están aflorando estos días de
pose, mercadeo y tácticas infames.
Antes de que todo se diera la vuelta, en
España estaba más o menos aceptado que la
política era una ocupación necesaria que
requería un perfil especial, pelín mezquino y
propenso a la ambición y la vanidad. En la
calle se hablaba de política a veces, pero no a
todas horas y con la vehemencia de nuestros
días, y el común de los ciudadanos no estaba
infectado por los vicios propios de la corte.
De alguna manera, la gente mantenía una
cierta independencia y no se tomaba al pie
de la letra las consignas ni se dejaba engañar
por la mercadotecnia. Puede que ese
escepticismo no fuera el ideal de
democracia, pero al menos marcaba la
diferencia entre la realidad física (la letra
pequeña de los problemas, el día a día de la
supervivencia) y la mera verborrea. Era más
inteligente.
Cuando, a raíz de la crisis económica que
destruyó la clase media y arrastró a la
pobreza a miles de compatriotas, se hizo
imperiosa la necesidad de regenerar la vida
política española, de revitalizarla con sangre
joven, nadie quiso pensar que lo nuevo
estaba caducado o era más de lo mismo. Los
ciudadanos necesitaban tener esperanza y
confiaron en que el espíritu de la calle
transmitiría valores de solidaridad,
humanidad y honestidad a las renovadas
clases dirigentes.
Hay quien, contra toda lógica, se aferra a
esa ilusión. Pero la verdad es otra: donde
antes había dos partidos peleando por su
tajada, ahora hay cuatro; donde antes había
una sociedad civil escasamente implicada en
las cuestiones de Estado, ahora hay
facciones malhumoradas que trazan líneas
rojas y se odian como no se había visto desde
hace casi un siglo; donde antes había una
democracia imperfecta pero estable, ahora
hay un gallinero ingobernable. Y todo esto es
así porque lo peor de la política nos está
embruteciendo. A todos
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