La Azotea
LA INVOLUCIÓN
Nos
acercamos a los dos meses de Gobierno en funciones pero sin funciones, salvo
hablar sin parar, de dialogar. Se dice es lo querido por la ciudadanía, hablar
como cotorras, no solo el Gobierno sino las fuerzas del cambio y el
recambio, los observadores y expertos, los tertulianos del rollo y los
sindicalistas del artículo 315, los nacionalistas que se van y los comunistas
de esmoquin que llegan. El caso es hablar sin decir, amagar y no dar, aparentar
lo debido y ocultar lo querido, en un carnaval que pone de los nervios y
anticipa un futuro delirante. Y continúa sin vislumbrarse solución alguna.
Bueno, por mejor decir, ninguna buena solución porque las que se entreven
producen erisipela.
De
manera que nos encontramos en el ojo del huracán de una crisis explosiva sobre
la que nos arrastró no sin motivo, la llamada sabiduría popular y la
desvergüenza de los representantes de los sabios. Tras una concienzuda
preparación, con perfecta sincronización de los distintos poderes que circulan
por los despachos y las alcantarillas, todo está en marcha estática para una
larga y desoladora involución del sistema, camino de democracia sin demócratas;
de libertad otorgada y en consecuencia mutilada, vigilada e irreversiblemente controlada
por los guardianes del autoritarismo.
Es un inmenso y negro nudo gordiano, sin desatascador capaz de
desembozarlo, porque los llamados carecen de fortaleza moral por sus pecados de
avaricia sin límite y los que esperan ser llamados, o son catecúmenos sin
acreditaciones en el sector o se les conoce en exceso y se les teme por su
contagioso y mortal ébola ideológico. Todos mienten o ninguno dice la verdad,
seguramente porque ya se ha perdido hasta la lámpara de diógenes capaz
de encontrar el hombre honesto. Pero dudo de la existencia de alguien
interesado en buscarla. Y no piensen en el inefable Pablete al que solo le une
con Diógenes el principio cínico de la autosuficiencia, ya que ni siquiera su
pobreza es virtud. Pero ya lo advirtió de forma inequívoca: “En política no se gana por tener el mejor discurso ni más votos... sino por tener poder”
El
sistema se encuentra pues en involución acelerada que ojalá no acabe en
tragedia. Y el punto G lo puso Zapasanchez, traicionando la herencia recibida
de sus mayores y llevando la socialdemocracia hacia el marxismo más negro y
reaccionario de Europa, lindando con el leninismo populista. Y en eso está
porque es lo suyo, su ambición, su tiempo y le trae sin cuidado la advertencia
del sanedrín del partido, a la postre formado por dinosaurios pertenecientes a
un tiempo viejo, de la vieja política. Pero aun fracasando, el mal está hecho,
la división está creada, el peligro está al acecho. Y en el otro bando, el
error es el horror de la ambición desmedida, de la impunidad ante una justicia
lenta y enredada en el preciosismo del garantismo barroco que la paraliza hasta
la tetraplejia. Ya ven el maltrato que reciben los populares presuntamente
liberales, a sus desvelos por salvar la estructura económica del sistema,
soslayando la regeneración ética, en la creencia que aquella traerá el
fortalecimiento de ésta. Al final, ni esta ni aquella, asistiendo la sociedad
boquiabierta a reproches que solo circulan entre la cantidad saqueada por unos
u otros, como si alguien fuera capaz de matizar en el hedor de la
podredumbre.
En
eso estamos. Contemplando tanto bobo existencial capaz de tragarse la vuelta de
Iglesias al moderantismo de la socialdemocracia, como si el comunismo tuviera
vuelta atrás, ni siquiera para rellenar la laguna moral del marxismo que
proponían los austromarxistas, con un retorno imposible a la moral racional de
Kant.
Miren,
aunque haya grandes diferencias entre ética y derecho – como nos señala el
jurista profesor Martin Moreno- nunca deberá olvidarse el compromiso del
derecho con la ética, porque de la conjunción de ambos se engendra la libertad.
Pero lo mismo se puede justificar la tiranía. Como hace ya años advirtió Jean
Francois Revel, el comunismo es irreformable o está llamado a desaparecer. Que
se lo digan a Gorbachov.
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