La Azotea de Javier Pipó
CATALUÑA Y EL SOFOCO
Lo que faltaba para completar
el cuadro sofocante de este verano es el aburrimiento insoportable y sin fin
del conflicto catalán, con la imagen tan pulcra como redicha del insignificante
Mas, sucesor del charlatanismo corrupto de Pujol, amenazando con las dichosas elecciones
plebiscitarias. Me alegro y nos felicitamos los españoles todos, que su firma
poco valiosa para la historia, quedara plasmada en Decreto ajustado al
ordenamiento jurídico y en consecuencia, alejado de la fantasía independentista
propia del erotismo político del siglo XIX o primera mitad del siguiente.
Pero esta alegría resulta muy provisional
porque independientemente de la disparatada lista de personajes del soberanismo
orgánico, la preocupante tensión queda en posición de letargo, a la espera de
las elecciones en España, del previsto final de la crisis griega y del
prometido referéndum en Gran Bretaña. Y ello, a pesar de que septiembre se
presente, como siempre y quizá como nunca, muy cargado de simbolismo y algo más,
para los independentistas catalanes procedentes del más variado e
irreconciliable pelaje. Es decir que Cataluña, tan cerca del pálpito europeo como
a lo largo de su historia, parece presentir – bueno presiente el poder económico
y financiero harto de tanto aficionado jugando con las cosas de comer – que la
solución de encaje en España pudiera venir de esa Europa del declive o de las
regiones, tan querida por las nuevas fuerzas emergentes a extrema derecha e
extrema izquierda. Una huida hacia la supervivencia en un mundo globalizado
pero bipolar, amenazado por el Islán medieval y tras el fracaso del proyecto
unificador que quiso y no pudo la Europa de las naciones y posterior de las
instituciones. Y de la modificación de la Constitución de 1978, conforme a lo
previsto en su Título X, naturalmente.
Pero que nos dejen de
monsergas e historietas estos predicadores de la provocación, porque sabemos
que el catalanismo es la confluencia histórica del proteccionismo económico,
con resultados espectaculares; del federalismo político de Pi y Margall,
terminado en el particularismo de Almirall, que por cierto decía no ser
independentista sino que esperaba que la regeneración de España partiera de
Cataluña, ya ven, o del tradicionalismo religioso y filosófico devenido en
regionalismo o nacionalismo, como renacimiento cultural, basado en la hermosa
lengua catalana. Y desde luego, del catalanismo político resultante de todo
ello, protagonizado por el descollante Prat de la Riba, diseñador en su
“Nacionalidad Catalana” de la guía esencial de aquél. Pero nunca separatista
sino como proceso de normalización política y cultural, como corriente
procedente de la Renaixenca y la Mancomunidad Catalana de 1914, más propensa a
que declarada como Estado soberano, delegara en un poder federal parte de su
soberanía para conseguir una sólida base de unidad nacional. Una especie de
Confederación ¿Pero de donde sacan pues el separatismo estos gansos de la
política? ¿Hasta donde la ambición de estos insensatos que tras asaltar la caja
pretenden quedarse con la llave?
La Constitución de 1978
necesitada de reforma, aunque más de cumplimiento y respeto, es con Jorge de
Esteban, un tipo sui generis de Estado Federal donde se articula hasta el
federalismo fiscal. Ojalá la próxima legislatura sea el comienzo de un proceso
serio de modificación de un Texto esencial en la historia de nuestro
constitucionalismo que hizo de la Nación española una vanguardia de libertad,
democracia y bienestar. Debe hacerse sin temor, con valentía y patriotismo
entre liberalconservadores y socialdemócratas, antes de que fuerzas disolventes
del nacionalismo independentista, aliado a la extrema izquierda comunista y
antisistema, lleven a España a su explosión o insignificancia.
Rajoy gobernó con
inteligencia y éxito extraordinario el tránsito económico, desde el abismo
estúpido del zapaterismo a la normalización del bienestar de una sociedad
moderna y avanzada encajada en el ámbito europeo. Ahora debería protagonizar,
junto a fuerzas moderadas y sensatas el asentamiento de una reforma
constitucional y del Estado que evite la secesión, no dudando en aplicar el
mayor rigor que permita la Ley para apartar de la vida política a desleales o
traidores como Más y la camarilla de ambiciosos que le rodea. Así mismo debería
desde ahora comenzar una profunda regeneración moral de la Nación para acabar
con la densa corrupción que impide el avance social y la confianza de los
ciudadanos en el mejor y más civilizado modelo de convivencia en que consiste
la democracia. Desgraciadamente poco se puede esperar de una socialdemocracia
desnortada, regida por una segunda versión de ZP con aires de estadista, cuya
ambición no debería pasar de presidir su comunidad de vecinos. Ojalá desde el
interior surja la fuerza que desplace a tan fútil personaje que impide jugar el
papel que le corresponde a tan imprescindible fuerza política.
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