Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 6 de agosto de 2015

La Azotea de Javier Pipó


 

La Azotea de Javier Pipó

CATALUÑA Y EL SOFOCO

 
Lo que faltaba para completar el cuadro sofocante de este verano es el aburrimiento insoportable y sin fin del conflicto catalán, con la imagen tan pulcra como redicha del insignificante Mas, sucesor del charlatanismo corrupto de Pujol,  amenazando con las dichosas elecciones plebiscitarias. Me alegro y nos felicitamos los españoles todos, que su firma poco valiosa para la historia, quedara plasmada en Decreto ajustado al ordenamiento jurídico y en consecuencia, alejado de la fantasía independentista propia del erotismo político del siglo XIX o primera mitad del siguiente.

Pero esta alegría resulta muy provisional porque independientemente de la disparatada lista de personajes del soberanismo orgánico, la preocupante tensión queda en posición de letargo, a la espera de las elecciones en España, del previsto final de la crisis griega y del prometido referéndum en Gran Bretaña. Y ello, a pesar de que septiembre se presente, como siempre y quizá como nunca, muy cargado de simbolismo y algo más, para los independentistas catalanes procedentes del más variado e irreconciliable pelaje. Es decir que Cataluña, tan cerca del pálpito europeo como a lo largo de su historia, parece presentir – bueno presiente el poder económico y financiero harto de tanto aficionado jugando con las cosas de comer – que la solución de encaje en España pudiera venir de esa Europa del declive o de las regiones, tan querida por las nuevas fuerzas emergentes a extrema derecha e extrema izquierda. Una huida hacia la supervivencia en un mundo globalizado pero bipolar, amenazado por el Islán medieval y tras el fracaso del proyecto unificador que quiso y no pudo la Europa de las naciones y posterior de las instituciones. Y de la modificación de la Constitución de 1978, conforme a lo previsto en su Título X, naturalmente.

Pero que nos dejen de monsergas e historietas estos predicadores de la provocación, porque sabemos que el catalanismo es la confluencia histórica del proteccionismo económico, con resultados espectaculares; del federalismo político de Pi y Margall, terminado en el particularismo de Almirall, que por cierto decía no ser independentista sino que esperaba que la regeneración de España partiera de Cataluña, ya ven, o del tradicionalismo religioso y filosófico devenido en regionalismo o nacionalismo, como renacimiento cultural, basado en la hermosa lengua catalana. Y desde luego, del catalanismo político resultante de todo ello, protagonizado por el descollante Prat de la Riba, diseñador en su “Nacionalidad Catalana” de la guía esencial de aquél. Pero nunca separatista sino como proceso de normalización política y cultural, como corriente procedente de la Renaixenca y la Mancomunidad Catalana de 1914, más propensa a que declarada como Estado soberano, delegara en un poder federal parte de su soberanía para conseguir una sólida base de unidad nacional. Una especie de Confederación ¿Pero de donde sacan pues el separatismo estos gansos de la política? ¿Hasta donde la ambición de estos insensatos que tras asaltar la caja pretenden quedarse con la llave?          
La Constitución de 1978 necesitada de reforma, aunque más de cumplimiento y respeto, es con Jorge de Esteban, un tipo sui generis de Estado Federal donde se articula hasta el federalismo fiscal. Ojalá la próxima legislatura sea el comienzo de un proceso serio de modificación de un Texto esencial en la historia de nuestro constitucionalismo que hizo de la Nación española una vanguardia de libertad, democracia y bienestar. Debe hacerse sin temor, con valentía y patriotismo entre liberalconservadores y socialdemócratas, antes de que fuerzas disolventes del nacionalismo independentista, aliado a la extrema izquierda comunista y antisistema, lleven a España a su explosión o insignificancia.
Rajoy gobernó con inteligencia y éxito extraordinario el tránsito económico, desde el abismo estúpido del zapaterismo a la normalización del bienestar de una sociedad moderna y avanzada encajada en el ámbito europeo. Ahora debería protagonizar, junto a fuerzas moderadas y sensatas el asentamiento de una reforma constitucional y del Estado que evite la secesión, no dudando en aplicar el mayor rigor que permita la Ley para apartar de la vida política a desleales o traidores como Más y la camarilla de ambiciosos que le rodea. Así mismo debería desde ahora comenzar una profunda regeneración moral de la Nación para acabar con la densa corrupción que impide el avance social y la confianza de los ciudadanos en el mejor y más civilizado modelo de convivencia en que consiste la democracia. Desgraciadamente poco se puede esperar de una socialdemocracia desnortada, regida por una segunda versión de ZP con aires de estadista, cuya ambición no debería pasar de presidir su comunidad de vecinos. Ojalá desde el interior surja la fuerza que desplace a tan fútil personaje que impide jugar el papel que le corresponde a tan imprescindible fuerza política.    

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