¿Qué está pasando?
Julián Delgado
Quienes vivimos la Transición, y nos
implicamos en ella, nos sentimos hoy desconcertados ante el rumbo que toma la
sociedad: nos cuesta mucho interpretarla y nos parece que el mundo actual
carece de orientación, que nadie sabe a dónde va. Es, nos dicen, la
posmodernidad. La renovación radical de las formas tradicionales del
pensamiento y de la vida social ante el fracaso de la modernidad, que ha
vaciado nuestra conciencia cultural y, con su relativismo, ha exaltado lo pragmático.
Es el rechazo a los valores, al tipo de hombre y de sociedad, a las utopías (C.
Tartaj); es el reemplazo de los ideales por el consumo, el dar relevancia sólo
al presente, la pérdida de importancia de la espiritualidad ante la valoración
del cuerpo como instrumento de placer y de libertad (M. Fischer). Es el tiempo
de la desconfianza frente al papel del Estado, visto ahora como explotador, al
que se siente lejano y se teme, símbolo del nepotismo; es la hora del
desencanto y de determinadas formas de hacer política que, despojadas de ética,
narcotizan las conciencias.
Dios ha muerto, las grandes finalidades se
apagan, pero a nadie le importa un bledo: esta es la novedad (Lipovetsky).
El imperio de la razón de la modernidad, dicen, es el culpable de esta situación, pues en lugar de liberar al hombre ha acabado dominándolo. Esto supone el abandono de los discursos con pretensiones de universalidad y de absoluto, utilizados para legitimar proyectos políticos; es la vuelta a las pequeñas historias con modestas pretensiones. No se sabe hacia dónde se camina, pero al menos no hay engaño. Es el paso del pensamiento fuerte, metafísico, de las cosmovisiones filosóficas…de las creencias verdaderas, al pensamiento débil (A. Vásquez Rocca). Hoy es el sentimiento el único que nos debe orientar, sin que existan ya verdades ni mentiras. Importa la realización personal, el culto al cuerpo, lo guay, la fiesta, el gimnasio, las dietas, la resistencia a la austeridad. Todo debe ser débil, especialmente el Estado; debemos huir de la responsabilidad, del esfuerzo y del sacrificio, del amor para siempre, de todo lo que pueda engendrar dolor. Hay un giro de la conciencia que exige que nos adaptemos no ya al ser, sino al sentir.
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