EL IMPULSO DE PROGRESO (y II)
16 de Junio 2015
Claro que va percibiéndose el aroma del progreso. Al
principio, quizá hace ya algún tiempo, era la inconfundible estética del
radicalismo revolucionario, en una fusión multicolor de cochambre y malas
formas, apuntando a la indigencia intelectual de sus alegres portadores que
deseaban y debían manifestar al mundo exterior el ardiente resentimiento
interior. Ahora, cuando no es posible mantener en silencio sus odiosos
planteamientos intelectuales, sacan a relucir los eslóganes de marea con que
trajinaron a cientos de miles de no tan ingenuos ciudadanos que escenificaron y
lo continúan haciendo, pertenecer al ejército de encantados tras esa flauta con
coleta que fabula en el reino de Hamelín.
Pero no pueden pretender engañar a una mayoría silenciosa
pero sensata, sobre lo que es y representa la doctrina del progreso en el mundo
occidental, por muy neciamente confiada y sin motivo que se encuentre. Porque
progreso es idea dinámica que anima y regula nuestra civilización y no la tenebrosa,
falsa y estereotipada, defendida por estos impostores evangélicos. Como ya dijo
J.B. Bury, el progreso es la prueba a la que son sometidos los propósitos y las
teorías sociales. De manera que ahora comienza y ojalá no dure mucho el tanteo
sobre la resistencia del sistema que inician estos identificados enemigos de la
democracia. Pero nadie debe olvidar como junto al progreso y haciéndolo
posible, nos queda en la historia de las ideas políticas la paz, imprescindible
en el avance; los derechos individuales y colectivos, como catálogo de lo
irrenunciable; la felicidad, alcanzable solo en armonía social; el orden, donde
fructifica el bienestar; la justicia, como garantía y la libertad, que
dignifica y justifica el sistema. Es decir, no pueden desviar a una sociedad
avanzada en su empeño de preparar sin tregua, el reinado de la razón que
reclamaba Voltaire.
Pero ya ven la razón que les asiste. La violencia como
ideología, la imposición como método y el odio como doctrina. Y mientras
avanzan, se les entrega sectores completos de la vida social y económica para
que los regulen conforme a ideas arbitrarias cuando no totalitarias, donde la
ley es aceptada si se ajusta a lo que el propietario del poder pueda entender
como justo o legítimo. Nos acercamos pues en el ámbito político, a ese gobierno
arbitrario que vuelve a corresponderse con el azar en el ámbito de la
naturaleza, primitiva naturalmente, porque como alguien advirtió, una
constitución democrática no puede ser administrada por un pueblo sin ilustración.
Desde la escuela debe enseñarse el amor a la libertad, el
temor a perderla, la concepción de esta como flor delicada, necesitada de
desvelos permanentes para evitar que la arrebaten. Esta tropa que se instala en
las instituciones no viene seducida por el servicio público, ni como guardián
del sistema, ni como promotor del progreso. Vienen a quedarse como
constructores de un sistema que allí donde se desplegó lo hizo a sangre y
fuego, dejando el terreno baldío, casi irrecuperable para la vida digna.
Los populares tienen una gran deuda con la historia, por su
estúpida negligencia en haber desaprovechado el periodo de esperanza que
iniciaron, transformando la moral social, aplicando reglas prudentes y
razonables de cambio en las instituciones públicas y en la estructura del
Estado. Pudo más la codicia repugnante de tantos de sus responsables que
tomaron el poder como instrumento no de servicio público, sino de lucro
personal y de grupo. Por eso, de poco les está sirviendo por ahora, la
brillantez del éxito económico. Y que decir de nuestros socialdemócratas, aún
bajo el síndrome de ZP, embarcados en una operación colectivamente suicida,
ayudando con reiteración a la introducción en la democracia española del virus
imparable del comunismo totalitario, que a modo de troyano infame terminará por
roer hasta las entrañas del sistema.
A unos y otros solo queda el transcurso de pocos meses para
salvar el sistema constitucional, democrático y representativo que pone a prueba
nuestra libertad y que debe impedir el hundimiento de la Nación española en el
progreso de la tiniebla. Al fin y al cabo, la libertad social más importante es
la libertad de beneficiarse con la experiencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario