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miércoles, 18 de junio de 2014

Javier Pipó en el "Diario Córdoba"

Hoy, día 19 de junio 2014, el "Diario Córdoba" publica el artículo transcrito más abajo. 
Coincide con el día de la proclamación ante las Cortes Generales del nuevo Rey de España, Felipe VI.

DEL REY FELIPE A FELIPE REY
Javier Pipó Jaldo
 

Ahora hace poco más de trescientos años, otro Rey Felipe ocupó la Corona de España, el Duque de Anjou, tomando el nombre de Felipe V. Interesa recordar que este maltratado por la historia antecesor de Felipe VI, inicia la Dinastía Borbónica, con diez Monarcas durante algo más de tres siglos, interrumpida por las dos breves Repúblicas y el largo periodo franquista.

La llegada esperanzada del primer Borbón, con 17 años, sin hablar español, tendencia a la depresión y escasas inquietudes intelectuales, es comienzo de nuevo ciclo. Se Inicia dramáticamente, nota histórica inseparable, con una disparatada guerra civil degenerada en mundial de doce años de duración, hasta los Tratados de Utrecht entre 1713 y 1715. Verdadera catástrofe para Europa esta lucha entre austracistas – apoyados entre otros por la Corona de Aragón- y borbónicos, que naturalmente ocultaba intereses inconfesables de las partes.

El siglo XVIII comienza con la transformación desde una mentalidad teológica-religiosa de carácter escolástico, a actitudes científicas de planteamientos esencialmente laicos. Es el cambio de siglo, pero también de valores. Mientras bajo los Austrias no hubo sentimiento nacional ni idea de patria, con los Borbones que comienzan, se articula la Nación española, a pesar de los graves años de 1707 a 1714, con supresión de Cortes y Fueros de Aragón y Valencia o de las instituciones catalanas con el Decreto de Nueva Planta. Los Austrias conciben una estructura heterogénea y diversa, mientras los Borbones dan paso a un sistema homogéneo que busca la fortaleza y el avance. Es verdad que la Ilustración en España no la introduce Felipe V, porque no llega hasta Carlos III, pero también es cierto que el reformismo ilustrado ni en España ni en Europa fue por convicciones morales o ideológicas, sino por razones prácticas, que al menos aquél impulsa. En definitiva, con Felipe V comienza una Dinastía – exterminada en Francia un siglo después - que interpreta y protagoniza nuestra Historia moderna, con Monarcas ilustres y redomados felones.

Y ahora principia el último representante de aquella Dinastía. Su proclamación se produce en clima de expectación histórica, pero dentro de aceptable normalidad institucional, en un Estado integrado plenamente en el oasis europeo de democracia y libertad, donde reinan siete Monarcas que culminan los Estados más democráticos, ricos, fiables y prósperos de Occidente.

El Reino de España no supone en consecuencia anomalía histórica alguna porque prevalece un Estado constitucional, parlamentario y democrático sometido al axioma esencial de que todo el poder procede del pueblo. Un espacio donde el Rey deja de ser soberano para convertirse en titular de un órgano más del Estado. Y un órgano eficaz por su estabilidad y permanencia, por su prestigio ante la comunidad internacional y por su austeridad en términos relativos y comparativos. Cuando los amantes del totalitarismo argumentan ser este el momento de elegir entre democracia y monarquía, insultan la inteligencia común y manifiestan su decidida voluntad desestabilizadora.

Aquí la anomalía histórica que lleva a la ruina de la Nación, es el Título VIII de la CE que ha degenerado en Estado ingobernable políticamente e insostenible económicamente. Estado amenazado por la ruptura casi segura de su territorio, sin que nadie sepa cuando o como enderezar el entuerto. Nación que tras alcanzar niveles aceptables de bienestar y cohesión con Europa se debate entre la corrupción total, también la moral, el subdesarrollo y la pobreza, con más de cinco millones de parados y una crisis integral de valores y creencias. Una Justicia politizada que demasiadas veces tarda una generación en dictar sentencia en firme. Con un bipartidismo que se desmorona, en autodestrucción, creando incertidumbre y temor en las clases medias moderadas, ante el socialismo capaz de descabezar un estadista para sumergirse en estéril radicalidad y el conservadurismo liberal nada regeneracionista, perdido entre libros de contabilidad.

Del Rey Felipe V a Felipe VI Rey, transcurren 314 años, pero el “problema de España” que divisa el último Borbón y que ya angustiaba a la mediocre Generación de 1698, permanece. Aunque para demasiados, extrema izquierda en peligrosa alianza con el nacionalismo reaccionario, desaparecida España desaparecen sus problemas.

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