Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

sábado, 21 de junio de 2014

La Opinión de Javier Pipó


LA AZOTEA

EL TRASPASO




Es verdad que a estas alturas de mes, con la información nacional en su máximo grado de saturación, escribir un relato con fondo político es riesgo total para cualquier comentarista, mucho más para quien la función de opinador no pasa de cierta nostalgia de años con juicios a flor de labio, silenciados prudentemente. Y ya se sabe que la nostalgia es pasión declinante.

Pero ya tenemos nuevo Rey y aparte la rabieta desagradable de la extrema izquierda, el traspaso ha transcurrido con aceptable normalidad. Bueno, fatal esa concesión tan gratuita como inútil a laicos militantes, de no celebrar un Te Deum en los Jerónimos, tal como corresponde a la monarquía española y hacen las europeas sin complejos. O la ausencia de dignatarios extranjeros, cuando menos de la Unión Europea o la del propio Rey Juan Carlos en la proclamación de su Hijo como Rey de España, contando mentiras enormes que nadie cree. Como las trolas de Estado que han lanzado para justificar la improvisación y prisas por terminar el reinado y traspasar los papeles al hoy Felipe VI. En cualquier caso han sido actos solemnes y ajustados a los tiempos de crisis ya casi estructural que vivimos. Sobre todo en normalidad constitucional, ciudadana e institucional, salvo el numerito de Vestringe y otros camaradas de la revolución. Cabe esperar que los Castro le proporcionen en Cuba pensión adecuada a su ridícula aportación al internacionalimo proletario.

Y el esperado discurso, pues muy ajustado a los cánones que se despachan en el sector. Desde luego, para Jefe de Estado, mucho mejor construido y sustancial que los muchos que se escuchan de los que viven de aquél y al que cada día maltratan no solo de malas palabras sino saqueando o burlando sus instituciones. De manera que un buen discurso- parece tener excelentes asesores- aunque quede orillado en el olvido, eso sí, respetuosamente.

Ahí tienen a los hieráticos presidentes de País Vasco y Cataluña, representantes del Estado yaciente, allí presentes como esfinges traicioneras, como instrumentos de intereses ocultos pendientes de emerger para dejarlos hundidos en la indignidad y el olvido. Silentes sentimentales por imperativo legal y porque han de volver a la tierra que los avala como tontos útiles de un proceso que jamás administrarán.

Pero seamos realistas ahora que estamos a tiempo de ser pesimistas. Acabados los festejos, comienza el momento de hablar de trabajo, de futuro y sin dudar, el nuevo Rey tiene donde entretenerse. Conozco las obligaciones que la Constitución le encomienda y no son desde luego, meterse en política como su bisabuelo, que ya ven si andaba despistado que hasta impulsó con el General Primo la Unión Democrática con la condición que fuera un partido político, pero apolítico. Así les fue. Se pueden establecer semejanzas con el PP, pero a lo peor resulta excesivo.

Miren, la casta política – que diría Pablete Iglesias – está cada vez más cerril. No se puede confiar mucho en la elasticidad de su pensamiento sino más bien en la rigidez de sus intereses. Y eso nos perjudica, rebela, angustia, aunque debamos intentar influir en su interior, manteniendo la centralidad del sistema y evitando la radicalidad que lo puede hacer estallar en mil pedazos. Es verdad que la izquierda socialista acaba de decapitar al último de sus estadistas en activo y se deja capitanear por los comunistas, los hermanos celosos de Podemos, volviendo a plantear lo mismo que Prieto hace 84 años a la dimisión del General Primo de Rivera: república o monarquía. Y se ponen tabarrosos e imposibles con lo de la tradición republicana del Partido. Pero si desde 1879, 135 años, solo hubo cinco de República, ¿Cómo dio tiempo a tradición tan consolidada?

¿Y la población, ahora llamada ciudadanía? Preocupada, porque la situación económica no cuaja más que en los noticieros. La clase media, circulando con cierto temor y en general, pues como en Europa, soportando todo, incluso contra las creencias más arraigadas, las instituciones más consolidadas, las tradiciones seculares, la historia según se cuente, la cultura ideológica y en definitiva, contra su civilización. Y quizá algo más.

Pero miren, el Rey personifica el Poder Moderador del Estado y eso es mucho. O nada, si no se ejerce o no se deja ejercer. Pero claro, debe hacerse un hueco porque aquí no se espera un 23F por reinado que proporcione prestigio al titular. El Poder moderador de que hablo, tiene antecedentes en el anteproyecto de la no nacida Constitución de 1929. Y allí, como en la de 1978, la Constitución no solo es un límite sino la fuente del Poder Moderador del Rey y además le despoja de poderes concretos y le otorga funciones. Funciones simbólicas, representativas, moderadoras y arbitrales. En definitiva, como definieron Constant o Kelsen, un poder neutral pero que debe velar por el funcionamiento regular de las instituciones (art.56,1 CE) porque se basa en la auctoritas, diferente de la potestas y eso le da derecho nada menos que a ser consultado, el derecho a estimular y el derecho a advertir, al que por cierto se refirió el Rey en su importante discurso.

Y aquí toca con urgencia ocuparse, ser consultado, advertir, de lo que puede ser el fin, no solo de la Monarquía sino del sistema mismo. Y me refiero al secesionismo inmediato de Cataluña y el cercano del Pais Vasco. Oigan, el Rey tiene el mando supremo de las Fuerzas Armadas (art.62 h CE) – mayoritariamente constitucionalistas – y estas a su vez, tienen como misión defender el ordenamiento constitucional (art. 8,1 CE). Pues ya me dirán.

Miren, seguramente con prisas y chapuceramente, intentaran reunir un consenso sensato para reformar la Constitución. A mí no me asusta cambiar la denominación del Estado y hacerlo federal. Ahora hizo dos años escribí un artículo titulado “Federalismo, ¿Por qué no?" bastante explícito al respecto y además, defendiendo una reforma no incompatible con la forma monárquica en la Jefatura del Estado. Pero algo debe hacerse antes que caer en el abismo. En consecuencia, la Constitución debe ser reformada urgentemente, no para incluir nuevos derechos zapateriles y postmodernos o lo que llaman blindar un Estado del Bienestar insostenible, sino para reducir la dimensión de un Leviatan imposible y acabar con los privilegios de una clase política ociosa y trincona. Y resolver al menos otros cuarenta años el sinvivir independentista.

Y mientras se reforma, nada de referéndum en desafío a la autoridad del Estado. Ya hay un Rey que debe estimular la puesta en marcha de los mecanismos excepcionales previstos en los artículos 116 y 155 de la Constitución. Acabó la fiesta. Se realizó el traspaso, pero la hipoteca está sin amortizar. El Rey puesto, pero el país indispuesto. A trabajar.

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