Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

miércoles, 4 de junio de 2014

Javier Pipó en el Diario Córdoba

Publicado hoy en el "Diario Córdoba"


LA CONSTITUCIÓN COMO ALTERNATIVA
Javier Pipó Jaldo

Hay una alerta sobre el peligro de las alternativas bolivarianas que influidas por algunas utopías regresivas serían, para España y Europa, una catástrofe sin paliativos. La cita pertenece a Felipe González, en frase redonda y expresiva que refleja la preocupación que en este momento invade a millones de europeos amantes de la libertad y el progreso. Procede de un protagonista esencial de la transición y del salto adelante del socialismo español en el intento de fusión en las corrientes del pensamiento y la acción socialdemócrata europeas. Evidente su sentido de Estado y determinación en actuaciones tan arriesgadas y difíciles como la reconversión industrial, que seguramente la derecha liberal sola no hubiera llevado a cabo. Si a ello añadimos la propuesta sobre la necesidad de una coalición entre socialismo y liberalismo --que defiendo hace tiempo-- para tratar de sortear la crisis letal que azota hasta los cimientos del sistema, su recuerdo en momentos tan difíciles para la Nación, tras la abdicación del Rey, estará presente por la necesidad de su colaboración en este nuevo tránsito histórico.

Creo que la población es consciente del paso constitucionalmente delicado que el Rey acaba de dar. Ciertamente se produce una de las previsiones sucesorias delimitadas en los artículos 57 y 59 de la Constitución. Pero este complejo artículo está sin desarrollar porque el poder constituido ha sido incapaz de hacerlo. Es evidente que el proceso no se inicia por fallecimiento del Monarca, ni por inhabilitación, ni por renuncia, con antecedentes en la historia del constitucionalismo español. La abdicación solicitada reúne dos de los tres clásicos requisitos exigibles. La voluntad real de cesar en su oficio, la existencia de sucesor a quien transmitir la Corona y la autorización de la representación popular, en este caso mediante la Ley Orgánica de la que veremos su virtualidad. Pero la Ley está prevista para resolver estos casos y cuantas dudas de hecho o de derecho queden planteadas. Tras 36 años de vigencia la Ley se elaborará en solo días.

No puedo poner en duda el momento elegido, seguramente el mejor desde el punto de vista del entramado institucional, pero en términos de Nación no puede resultar más inoportuno. La Corona se encontraba en fase de recuperación ante la opinión pública acrecentada tras el viaje por Oriente Medio que tan excelentes beneficios reportará a la economía y al prestigio de las empresas españolas en el mundo. Y ello a pesar de lo que parece inminente e inevitable, como es el enjuiciamiento del Sr. Urdangarin y la comprometidísima situación en que queda la Infanta, miembro de la Familia Real.
Creo que la debilidad física de la persona del Rey y su ya respetable edad, han influido así mismo en la decisión adoptada, porque España se enfrenta al temible reto del independentismo catalán y el vasco esperando y en vigor una Constitución que mantiene el artículo 8 y al Rey corresponde el mando Supremo de las Fuerzas Armadas, según el artículo 62,8. Demasiado.

Además, la sucesión se produce con una situación socioeconómica de difícil remonte, porque el crecimiento del Estado sigue imparable y la solución no es pedir más sacrificios, sino administrar mejor.

Este tránsito se produce cuando España, como Europa, debate su ser e identidad en un mundo globalizado y trepidante y el empeño resulta casi imposible. Buscan instituciones y destino que les den forma y sentido, encontrando escepticismo, relativismo, nihilismo o quizá indeferencia, porque viven la sedación del bienestar. Europa, como pronto España, aparece fracturada en despreciables extremismos a su derecha y a su izquierda y con las orejas del lobo totalitario en el horizonte.

Una Nación que logró de forma equilibrada y hasta cierto punto ejemplar pasar desde el silencio a la estruendosa libertad, sin riegos de sistema; que multiplicó la riqueza seis veces y media en un tercio de siglo, logrando una amplia y moderada mesocracia que afianza la estabilidad y da solvencia a la estructura económica; que logró el sueño europeo anhelado con tanta firmeza por las generaciones precedentes desde cien años antes. Que ha alcanzado notables niveles de desarrollo cultural y bienestar colectivo como jamás en su historia, teme ahora la marcha atrás, emprender nuevamente sacrificios colectivos ya casi olvidados. Ahora, cuando comenzaba a sentirse instalada en la opulencia de lo europeo, es decir, creerse a salvo de los vaivenes de la historia. Y además se le amontona el grave riesgo de la sucesión.

¿Y EUROPA?

Y apenas debemos esperar mucho más de Europa, ya me dirán que puede quedar, si el Reino --todavía Unido-- continúa sin querer entender el Continente. Si Francia de la libertad, quiere seguir inmovilizada en la Europa de las Patrias. Si Alemania que tantas glorias y lágrimas ha derramado sobre Europa, se debate entre instalarse en el liberalismo o seguir amarrada a una socialdemocracia radicalizada e inútil. Como Italia, que tras un liberalismo corrupto busca nueva oportunidad en la izquierda y el caos de siempre, con un Estado que no termina de cuajar. O España, otrora capaz de unir bajo una sola Corona la Europa de la diversidad lingüística, religiosa y cultural, pero ahora incapaz hasta de encontrar un proyecto común a diecisiete territorios estúpidamente escindidos y perdidos en la bruma del incierto futuro a causa de una clase política indolente y egoísta.

Porque Europa, de nuevo inalcanzable, también parece vivir el cansancio de seguir escribiendo su propia historia y aparenta morir de éxito, embriagada en su deslumbrante pensamiento, la brillantez de sus ideas políticas que desde Grecia armonizan convivencia y dignidad, aunque también la capacidad perversa tras Hegel, para arrebatar al ser humano su alma y ofrecerla al Dios Estado, devorador y satánico. Porque Europa es todo y más.

Aquí no hay más alternativa que la Constitución. No existen alternativas bolivarianas, ni castristas al Estado constitucional, garante de derechos, libertades y avances sociales, pero no siempre gerente de sus instituciones, auténtica revolución que se dibuja en el horizonte comunitario.

Con el Rey en proceso de abdicación, la crisis sin resolver, la corrupción galopante y la Nación en trance de disolución, Rubalcaba debe reconsiderar su decisión y junto a Rajoy, hacer frente a la situación evitando aventuras alternativas de pobreza y autoritarismo.

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