Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 12 de diciembre de 2013

La opinión de Javier Pipó


La Azotea 



Publicado hoy en el "Diario Córdoba" 
12 de Diciembre 2013


EL BIENIO ESTANCADO



El día 21 de este mes de diciembre se cumplen dos años desde la constitución del Gobierno Rajoy, tras ganar brillantemente las elecciones con más del 44,5% de los votos y el 53% de los escaños. Un resultado que seguramente resultará irrepetible, aún cuando Ortega, con la ingenuidad del sabio, afirmaba que la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal. Nuestro pensador nunca hubiera podido imaginar que 58 años después de su muerte y tras 35 de democracia que no llegó a gozar, un partido etiquetado como liberal conservador enlazado con homólogos europeos, que junto a la socialdemocracia lograron el mayor oasis de paz y libertad del mundo, traicionaría descaradamente tan hermoso soporte ideológico. Es más, creo con pesadumbre que carece de ideología, que sus ideas sirven de hoy para mañana si son útiles a los intereses de la minoría dirigente, si producen beneficios.

Ciertamente heredaron una España profundamente dividida, arruinada, sin esperanza, sujeta a la lomera del caballo suicida de la corrupción, hundida en un relativismo estúpido, en un nihilismo inculto y pasivo. Y no deseo hacer recaer la fatalidad solo en los años negros del zapaterismo. La incógnita de la nación española viene de más atrás. Parece como si cada centuria de vida española determinase una profunda depresión colectiva. Pero siempre se confía en la generación que, con arrojo, impulse el volantazo a la historia no escrita y alumbre horizontes de esperanza y regeneración.

Eso podría haber correspondido al liberalismo conservador tras el fracaso socialdemócrata y sus casi nueve millones de votos, presa de su incoherencia ideológica, de su hundimiento ético y de su evanescente creencia de que las democracias se sustentan en los liderazgos y no en instituciones.

Así, entre los unos y los otros tienen estancada la vida española treinta y cinco años, a pesar de que los ciudadanos les dieron el 73% de los votos y casi el 85% de los escaños en estas últimas elecciones. Proceso electoral dramático y decisivo, al coincidir con una crisis económica de dimensiones desconocidas, gigantescas, que devasta el tejido social construido con el esfuerzo y sacrificio de las generaciones anteriores. Que adelgaza con tajos profundos la estructura de clases medias que desde hace 50 años da estabilidad y seguridad a la continuidad del sistema. Que propaga de forma virulenta la tragedia de la corrupción, minando la credibilidad de las instituciones. Que pone en evidencia la debilidad del Estado frente a los nacionalismos y frente a los diecisiete territorios que hacen de aquél una máquina de endeudamiento intergeneracional y de ineficacia como nación.

Pero a estos conservadores nada parece interesar más allá de la cuenta de resultados. Ingenuamente se puede preguntar si tenían algún plan o resultaba imposible conocer la realidad desde la oposición. O si comparecer ante la opinión pública electoral con un programa e incumplirlo no supone romper unilateralmente un contrato social sagrado. O si creen suficiente para justificar su presencia en la historia de España, intentar resolver los problemas económicos, porque los éticos pertenecen a la esfera individual. Seguramente piensan que el regeneracionismo necesario para hacer posible una vida digna, pertenece a otra generación.

Sin duda, los graves problemas económicos de España tienen carácter endógeno, con origen en la pérdida de valores, producto de una educación al servicio de la ideología; en la destrucción de códigos de conducta que aplaude una masa desnortada; en el relativismo del pensamiento de tanto intelectual de nómina; en la cortedad de los horizontes de futuro no más allá de los límites de una región; en la falta de grandeza y patriotismo de los dirigentes.

Si el conservadurismo liberal y la socialdemocracia no se coaligan generosamente, para reformar el Estado y sacar España de la crisis regenerándola, se volverá a perder el tren de la historia. Parafraseando a Franklin Delano Roosevelt, una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia.

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