Artículo publicado en el Diario ULTIMA HORA de Mallorca el día 18 de
Junio de 20121
EL ADIÓS DE LOS VIEJOS ROQUEROS
Julián Delgado. Escritor
Por imperativo de la edad, cada vez quedamos menos de los que
participamos en mayor o menor medida en la apasionante tarea de llevar a cabo
la Transición. Para empujarnos un poco más parió la abuela en forma de Covid, que se ha encargado de aligerar esa
lista. El Gobierno, cicatero y falso, les falta el respeto a buena parte de
ellos al negarles la condición de víctimas de la pandemia con tal de ocultar
las vergüenzas de hacer pódium mundial. Son más de 130.000 los fallecidos que
certifica el INE o el Instituto Carlos III, en su gran mayoría pertenecientes a
la generación del 75, los que vivimos la mitad de nuestra vida bajo la dictadura y la otra mitad en libertad.
El escenario de nuestra infancia se desarrolló en ciudades tristes, grises y
oscuras en las que la pobreza, el estraperlo, el tifus, la tisis, los
sabañones, los piojos anidando en las cabelleras de los chavales, la
prostitución de subsistencia y el hambre campaban por sus respetos. Viudas por
doquier, viudas de luto con la vida rota y otras que esperaban a sus maridos
sin querer aceptar que también eran viudas; analfabetos, muchos, tantos como
curas de sotana y teja y monjas con hábito largo y toca blanca con alas
almidonadas. Internados de huérfanos donde las viudas se apresuraban a depositar
a sus hijos quitando una boca de la mesa familiar; sueldos míseros, economatos,
pan negro y boniatos. Las mujeres con medias y velo negros atestando las
iglesias.
Todos
con necesidad de arrancar una nueva vida, con la incertidumbre de no saber qué
iba a ser de ellos, sin vislumbrar un futuro, sumergidos en un presente
desventurado. Somos aquellos que pasamos la adolescencia en un mundo sin
aviones, sin automóviles en las calles, sin TV, sin electrodomésticos, sin
ducha ni agua caliente, sin ropa de marca, sin fines de semana, sin
ordenadores, que entonces suplían la tiza, la pizarra y el pizarrín, sin
antibióticos, con un nivel de vida más bajo que el más bajo de hoy.
Podemos
decir que a lo largo de nuestros años
hemos vivido dos formas de vida diferentes, en dos sociedades
completamente opuestas. Hemos sido sometidos a permanentes procesos de ajustes
adaptativos en educación, costumbres, modas, gustos, lenguaje, relaciones
interpersonales, prácticas sociales... semejantes a los que padecen los
inmigrantes, y que contrastan con las generaciones que nos precedieron, que
vivieron con una gran estabilidad.
Hemos vivido importantes cambios y mutaciones de toda índole difíciles
de digerir en una sola generación.
Con
la llegada del nuevo régimen político, se tuvo que modificar todo el entramado
legal, incluso la escala de valores, lo que produjo desajustes y tensiones en
la adaptación a las nuevas circunstancias políticas y sociales. Nos tocaron
tiempos en los que se condenaban y
perseguían conductas y costumbres que luego resultaron normales y respetables,
y las mujeres pasaron de ser poco menos que unas siervas a que se reconociera
la igualdad entre los sexos. Entre nuestros nietos y nosotros puede haber
muchas más diferencias que entre nosotros y nuestros antepasados de hace unos
cuantos siglos. Esos cambios tan profundos, rápidos e intensos, han influido,
sin duda, en diferentes facetas de nuestra personalidad. Nuestra vida ha sido
de plastilina.
Así,
por encima, podemos decir que desde que nacimos hasta ahora España casi ha
duplicado la población, ha abandonado el campo y se ha concentrado en las
ciudades. Pasamos de padecer en nuestros primeros años el mínimo consumo de una
sociedad empobrecida a la sociedad actual, en la que la gran mayoría de la población tiene a su alcance toda clase de bienes de
consumo.
En
el último tramo de nuestra vida aún nos ha dado tiempo para estar viviendo la
explosión de toda clase de derechos, el envejecimiento de la población, la
precariedad del empleo, que nos crea incertidumbre y preocupación por el
porvenir nuestros hijos y nietos, la omnipresencia de la tecnología, que ha
cambiado la forma de estudiar, de trabajar, de relacionarse, de pensar… y que
nos obliga a pedirles a nuestros nietos, que nos echen una mano con el
ordenador. Y como último fenómeno, por ahora, el desafío medioambiental.
El
resumen de toda esa vida revolucionada,
tenemos que admitir que ha sido positivo. Hemos tenido la suerte de ser la
primera generación de españoles en la
historia de la Edad Moderna, que, aunque apechugamos con las consecuencias de
la Guerra Civil, no hemos conocido la guerra. Y en el aspecto social siempre
hemos ido de menos a más.
Esta
generación que se va tiene la suerte de haber disfrutado
en la transición de un ideal compartido y transformador, una propuesta de
mejora de la sociedad en un proyecto común y
unos valores que se reconocían como deseables y movilizadores del esfuerzo y la
ilusión. Y siente la amargura de dejar a
sus hijos y nietos un país que chapotea en la vulgaridad estética y moral, con
una estructura disfuncional e insostenible, un gobierno apoyado
por grupos cuyo objetivo es tumbar el sistema del 78 que con tanto
esfuerzo nos dimos; con las libertades recortadas, los poderes del Estado confundidos, la monarquía
acosada y la ciudadanía desmoralizada.
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