Tribuna abierta de opinión

Instituciones,Democracia y Libertad

jueves, 2 de noviembre de 2017

La Opinión de Javier Pipó

 La Azotea

EL EPISODIO CATALÁN
2 de noviembre 2017



        Resulta descorazonador comprobar que un sistema tan democrático como capaz en su defensa de llegar, por métodos extravagantes, hasta la autodestrucción; con instituciones inclusivas y razonablemente transparentes y con una estructura de representación que aún con sus imperfecciones viene a cubrir la inmensa mayoría del arco ideológico, pueda llegar a degradación tal de su vida política como para contemplar un episodio dramáticamente chusco como está resultando el proceso de la independencia catalana. Golpe de estado a cámara lenta inédito en la historia europea.

        Es verdad que la representación resulta asimétrica en todos los Parlamentos autonómicos; es decir, presencia de la izquierda y derecha democráticas, socialdemócrata o liberal, casi desdibujando sus perfiles hasta la confusión en el fondo y en las formas, en circunstancias no excepcionales. Y luego un exceso de peligrosos enemigos del sistema representativo y democrático, a cargo de una oleada incontenible de extrema izquierda populista y comunista/castrochavista, en el más variado e insoportable pelaje del látigo exterminador de la libertad. Esquema no correspondido en el extremo opuesto de la extrema derecha, nazifascista o simplemente autoritaria, pero tan amante como aquellos del Estado totalitario, en paraísos de democracia orgánica o popular.

        Y esa desigualdad se ve incrementada en el CD por la presencia excesiva de nacionalistas de uno u otro territorio siempre atentos al privilegio o a la presión del soberanismo, invitados de lujo, durante cuarenta años, a la conformación de unos u otros Gobiernos nacionales. Y casi innecesario referir parlamentos como el catalán, otrora liderado por una burguesía culta, europea y amante del progreso que luego se revolvió avariciosa y trincona hasta entregarse de cuerpo entero, a salvo el botín del saqueo, a los restos degradados de la clase dirigente, siendo Puigdemont el último eslabón del envilecimiento. O a la turba de republicanos también de izquierda, y otros enemigos del sistema etiquetados de comunistas de nuevas y curiosas adscripciones independendistas. Mezcla explosiva de soberanismo sedicioso imposible de prosperar, de no mediar un Estado extremadamente débil en su capacidad de liderazgo, en su ordenamiento jurídico y en sus instituciones, dirigido por una clase política meliflua, melosa, ajena al más elemental patriotismo y cercana al contenido envenenado de los predicadores del diálogo exterminador de intereses nacionales y del pasteleo en despachos propicios a la traición y el intercambio.

        ¿Podemos pues sacar conclusiones del chusco episodio catalán? Seguramente es pronto para un acontecimiento que traspasando los límites de la actualidad, sin duda ocupará alguna página no precisamente gloriosa del régimen del 78. Pero miren, alguna si podríamos relatar, por ejemplo, la forma de abordar el Gobierno de la Nación la sedición planteada. Siempre considerando que aquel es el primer guardián del Estado, a quien la Constitución tiene confiada la defensa del ordenamiento constitucional completo; capaz de ejercer la razón y la fuerza democráticas para abortar de raíz cualquier atentado al orden jurídico que haga perder la confianza de los ciudadanos y las instituciones sociales tanto en el Estado como en la Constitución, al poner en riesgo la paz social. Por eso, la aplicación del artículo 155 CE ha resultado el mínimo exigible, aunque en absoluto suficiente – efectista, eso sí - máxime en su versión descafeinada.

        En consecuencia, si hubiese de juzgar la actuación del Gobierno Rajoy haría referencia al éxito en las medidas iniciales adoptadas como la disolución del sedicioso Parlamento y el cese de los miembros golpistas del Gobierno, con el traidor y cobarde Puigdemont a la cabeza o el cierre de las embajadas pitiminí. Pero desde luego, lamentable la decisión del Ministerio fiscal de impedir la imputación de los diputados juramentados en la sedición o permitir la continuación de radiotelevisión pública catalana, injuriosa y propagadora de odio antiespañol. Y cómo no, enormemente discutible la convocatoria de elecciones para el mes próximo de Diciembre. Una jugada de riesgo casi total porque todo apunta a que el victimismo de los valientes golpistas puede mantener idéntica la composición del rebelde Parlamento. Y claro, no se sabe si de esa jugada, seguramente a tres bandas, se deriva la satisfacción del Gobierno de la Nación a que el delincuente golpista Puigdemont concurra como candidato, según su pobre y feliz Ministro Portavoz.

        Así pues, del previsible statu quo parlamentario debería derivarse la inmediata dimisión de Rajoy y la convocatoria de Elecciones Generales. Pero a nadie se oculta la situación de inestabilidad añadida a un escenario que representaría el fracaso total del Estado de las Autonomias, su sistema de financiación, el régimen electoral general y la actuación de un Gobierno incapaz incluso de restituir al ordenamiento penal los delitos contemplados en los artículos 505bis, 521bis y 576 bis establecidos en la reforma Aznar de 2003 y penosamente derogados durante la nefasta Presidencia de Zapatero en 2005. De manera que Rajoy habrá de ser juzgado por los resultados del proceso aunque encuentre el apoyo total de la opinión pública en las medidas adoptadas a regañadientes en la aplicación descafeinada del artículo 155. Tras las elecciones del 21D comenzará una nueva fase donde es posible casi de todo; desde una nueva Constitución conteniendo una España como nación de naciones a una reforma en profundidad que desnaturalice su contenido, su espíritu, sus valores y hasta el procedimiento para su reforma. Y los Presupuestos 2018 sin aprobar y el prestigio internacional tan difícilmente ganado, en retroceso. Son consecuencias temibles del penoso episodio catalán. Por eso, reivindico con Ortega el derecho a la continuidad y temo al progresismo de los incapaces que llevan decenios profundizando entre la semántica y la verdad.      

             

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